Estamos ante los primeros movimientos de la tercera fase de violencia. La primera tuvo lugar desde inicios de abril al 20 de ese mes. Hasta esa fecha se trataba del cuadro clásico de guarimbas, similares al 2014: concentradas en el este de Caracas, con una poderosa arquitectura mediática, y un abanico de metodologías ya trágicamente conocido: bombas molotov, guayas, piedras, barricadas, armas cortas ocasionales.
Del 20 de abril hasta la semana pasada el escenario cambió, ingresó a la segunda fase. El punto de quiebre fue el ataque en El Valle, que marcó la primera incursión violenta en las barriadas, encabezada por grupos armados. En los días posteriores comenzaron a darse controles temporales de territorios -de un día a una semana- y asaltos a cuarteles del ejército y estaciones de policía -en el estado Barinas fueron atacadas ocho estaciones en un día. Algunos puntos emblemáticos donde se desplegó esa táctica fueron Valencia, Barinas, Socopó, La Grita, San Antonio de los Altos, Los Teques, San Cristóbal. Esas semanas tuvieron como signo distintivo no solamente el despliegue del terror sobre el territorio -con el movimiento de los grupos de un punto a otro- y el despliegue paramilitar, sino también el aumento de muertos diarios. Se trató de una fase de prueba de las fuerzas propias, la capacidad de respuesta del gobierno, las fuerzas de seguridad, el chavismo. De eso sacaron balances, conclusiones, lecciones.
Esta semana comenzó la tercera fase. Su punto distintivo: el desplazamiento del frente de guerra hacia el oeste de Caracas, para acercarse y rodear Miraflores. El punto clave elegido fue La Candelaria, a unas diez cuadras del Palacio Presidencial, con un doble propósito. En primer lugar, simbólico: mostrar la cercanía al objetivo final, el asedio al poder central, para buscar un efecto moralizador luego de semanas de desgaste y de dificultad para masificar las movilizaciones. Desde las redes sociales se posicionó La Candelaria como ejemplo a multiplicar, como lo habían sido semanas antes las acciones en Táchira. En segundo lugar, militar, con el despliegue de grupos de combate cerca de Miraflores, a través de los cuales podrían intentarse acciones de mayor envergadura.
El sábado por la tarde/noche fue la tercera jornada consecutiva de avanzada: guarimbas en varios puntos entre la Plaza de La Candelaria y la Avenida Universidad, sobre un largo de unas tres cuadras. En cada foco un grupo de unas diez o más personas encapuchadas, con objetos/basura prendidos fuego, armas, un esquema para resistir, apoyo de una parte de los vecinos tanto como base movilizada en la calle -espectadores y a veces partícipes directos sumándose a las barricadas- como atacantes directos desde los edificios.
El sábado por la noche tuvo a su vez un elemento distintivo: al otro lado de las guarimbas, sobre la Avenida Universidad, se reunió un grupo numeroso de chavistas, compuesto por doñas, jóvenes, adultos, que fueron denominados en las redes y en las calles como “los de la Misión Vivienda”. El mensaje de quienes se reunieron era claro: no pasarán/con Maduro me resteo, y el objetivo era mostrar apoyo público, disposición a no dejar que La Candelaria se transforme en territorio guarimbero, frente de batalla en la avanzada de la derecha hacia Miraflores. Las respuestas desde los edificios fueron inmediatas: les lanzaron botellas, hielo, disparos. Las calles se transformaron en escenario de explosiones, humo, barricadas, detonaciones de armas de fuego.
Con el pasar de las horas y el despliegue de las fuerzas de seguridad del Estado, las barricadas fueron moviéndose de lugar, trasladándose al otro lado de la Avenida Urdaneta, siempre con apoyo activo de los edificios y tendencia en el Twitter.
¿Cómo deben enfrentar las fuerzas de seguridad del Estado a grupos armados irregulares?
La tercera fase de violencia, que busca generar varios focos como La Candelaria, cuenta además con otros elementos. Uno de ellos es la agudización del control de la información. El acceso a las movilizaciones de la derecha ha sido cerrado para los periodistas que no respondan a su estrategia. Lo han hecho saber de manera indirecta -con linchamientos a quienes sean sospechados de chavistas dentro de sus movilizaciones- como de manera directa, con el ataque con armas de fuego a periodistas el pasado lunes en la madrugada -donde resultó herida la reportera de Telesur. Quien cubra las actividades de la derecha y no sea afín a su política corre riesgo de muerte. Esto no solamente les permite manejar la totalidad de la matriz para las redes sociales y los medios internacionales, sino también construir escenarios políticos/mediáticos, como lo fue el de la muerte de Neomar Lander. El caso es paradigmático: transformaron en mártir a un joven de 17 años que murió por culpa de un mortero mal manipulado. Según la derecha fue asesinado por la Guardia Nacional Bolivariana. Su base social está convencida que así lo fue -como cree que cada muerte desde inicios de abril fue obra del gobierno.
Neomar cumple, como La Candelaria, un rol también simbólico: inocula más odio, rencor, deseo de muerte a todo chavista, al gobierno. Con el joven -acompañado de una campaña mediática que pareciera preparada de antemano- se profundiza la idea de que todo es válido, incluso necesario, para derrocar la “dictadura”.
Esas son algunas de las señales del despliegue de la fase tres. Se da luego de dos meses de ensayo de movimientos armados, fogueo contra las fuerzas de seguridad, preparación de los diferentes niveles de enfrentamiento callejero. Los indicios señalan que el cuadro irá en ascenso con un objetivo político: impedir la realización de la Asamblea Nacional Constituyente. Para eso cuentan con la dimensión legítima/jurídica, encabezada por la Fiscal General de la República, y con la violencia. Podría darse, dentro de ese plan, una espiral creciente a medida que pasen las semanas, para desembocar en una expansión y combinación de las formas de la violencia/terror en el país que impida -ese será el objetivo- la realización de las votaciones. O afecte directamente la votación, llevando a una baja participación que agravaría el cuadro de empate.
No es de sorprenderse entonces que en los próximos días se profundice el intento simbólico y militar de acercarse al Palacio de Miraflores, de desplazar los grupos de choque a los barrios populares de Caracas -como ya está pasando- junto con una reedición con más fuerza de las jornadas de violencia en el interior del país. Se trataría de una combinación de todas sus formas de lucha en una misma fase.
Las preguntas son: ¿de cuántos hombres y mujeres armados y entrenados disponen para llevar adelante las acciones? ¿qué capacidad de ataque conjunto tienen? Existe una dimensión clave de lo invisible, del rumor, de la especulación. Es una guerra que trabaja sobre lo psicológico y emotivo. Por eso la presencia de chavistas autoconvocados en la noche del sábado puede ser una buena señal: es la respuesta activa ante el intento de despliegue en el oeste caraqueño de sus grupos de choque. La derecha por su parte, aun con todo el arsenal comunicacional, no ha logrado el objetivo clave de sumar a los sectores populares a sus llamados políticos -ha conseguido, sí, su participación en algunas jornadas de saqueos, como en Barinas.
El cuadro es complejo. Estamos inmersos en una guerra de contornos borrosos, de fronteras que se deshacen. Comprenderla es una necesidad. Viene de frente.
MARCO TERUGGI / LA TABLA
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