El pesado fardo de la memoria histórica, 65 años después del fin de la II Guerra Mundial

El pesado fardo de la memoria histórica, 65 años después del fin de la II Guerra Mundial
Por: Konstantín Bogdánov,
RIA Novosti


El 2 de septiembre de 1945 Japón firmó el Acta de Capitulación, acontecimiento que puso fin a la Segunda Guerra Mundial de forma oficial.

Y aunque suele considerase que una guerra continúa hasta el momento en que se da sepultura al último soldado muerto en combate, en el caso de la II Guerra Mundial todo fue muy diferente y complicado.

La II Guerra Mundial fue una bestia engendrada por la Primera Guerra Mundial y ciertos historiadores estiman estas dos guerras fueron episodios de un mismo conflicto mundial y los años de paz que el mundo vivió entre ambas, fue una tregua frágil e incierta.

Y tienen mucha razón, porque durante casi 30 años la humanidad se dedicó a matarse en las trincheras, los hornos crematorios y las cámaras de gas. A consecuencia del odio inculcado por unos, centenares de miles de humanos pereció a consecuencia de los trabajos forzados y en las barracas de los campos de concentración donde murieron de físico hambre.

Campos de exterminio nazis. Infografía

La humanidad exterminó a sus semejantes con gases tóxicos y redujo a cenizas y ruinas ciudades enteras. Se llegó a medir el diámetro craneal y también la filiación racial que se castigó sin ninguna distinción en los campos de exterminio y de concentración.

Tras sacrificar millones de vidas humanas, hacia 1945 el mundo recuperó la razón y comenzó a liquidar las consecuencias de esas sangrientas guerras globales.

Así tuvieron lugar los procesos de Nuremberg y de Tokio, la prohibición absoluta de las ideologías nazi y fascista, se estableció el principio de responsabilidad por el cumplimiento de órdenes criminales, la concepción universal de los crímenes contra la humanidad, apareció el Centro de investigación del holocausto Simon Wiezenthal y comenzó la búsqueda incansable de los criminales de guerra.

Los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, piedra angular de la era atómica en la civilización contemporánea, elevaron los ánimos antibélicos en la opinión pública mundial.

Es probable que el recuerdo de la II Guerra Mundial fue lo que salvó al mundo de otra guerra que pudo ocurrir en la década de los 50 y 60. Durante los trece días que duró la "Crisis de los Misiles" en 1962, el Mundo estuvo a punto de sucumbir en un Apocalipsis nuclear pero se contuvo debido a que la sombra de II Guerra Mundial continúa hasta el día de hoy.

De una u otra forma, todas las partes implicadas en ese conflicto continúan combatiendo en un frente invisible, en ciertas ocasiones enfrentándose el uno contra el otro y a veces, luchando contra ellos mismos.

Es así como el primer ministro de Japón protagonizó un escándalo desatado por la prensa liberal tras visitar el santuario Yasukuni para rendir homenaje a la memoria de los militares de su país muertos en la guerra.

Y una comisión de historiadores alemanes dedicada a evaluar el número de muertos tras los bombardeos de la ciudad alemana de Dresden, incluyeron en sus protocolos cifras de entre 18.000 y 25.000 personas, a pesar de que a lo largo de 60 años, las estimaciones más generalizadas indicaban que en esos bombardeos murieron de entre 60.000 y 100.000 personas o incluso más.

La revelación de esas cifras no deben considerarse muestras de hipocresía, sencillamente revelan que los vencedores lograron a su manera reeducar a los perdedores, arraigando un complejo de culpa en la conciencia de las naciones que desataron la Guerra, en mayor medida en Alemania y en menor medida en Japón.

Si durante varias décadas te inculcan sentir vergüenza de una parte importante de la historia de tu país, quieras esto o no, terminas buscando respuestas no en la memoria histórica del pasado, sino en los planes que tienes para el futuro.

Al momento de encarar su identidad histórica, los vencedores también tienen dificultades, aunque quizás, los que lo han tenido más fácil fueron los Estados Unidos, también vencedores en la contienda que desmoronó de raíz el bloque socialista.

En nuestro país el tema de la II Guerra Mundial ha sido y seguirá siendo un asunto muy sensible. EL recuerdo vivo de la guerra y el dolor por las pérdidas (el 14 % de su población o uno de cada siete) en los últimos años de la época soviética, se tiñó de matices exageradamente oficialista y patéticos, desprovistos de sentimientos verdaderos. Ese sentimiento destinado a consolidar la conciencia nacional se convirtió en una especia de religión estatal de cartón y piedra, cada vez era más vacía y fría.

El envejecido imperio soviético necesitaba desesperadamente renovar los lazos que mantuvieran la unión del Estado, más allá de la gastada consigna: "mejorar el nivel de vida de la clase trabajadora".

Desde entonces se puede decir que poco ha cambiado. La necesaria -aunque en ocasiones llevada hasta la histeria- lucha contra los "falsificadores de la Historia" promovida en los pequeños países de Europa Oriental y del espacio post-soviético se alimenta de esas mismas fuentes.

Seguimos siendo "los que ganamos la guerra, o mejor dicho, "descendientes de los que ganaron la guerra". Y eso es lo que nos mantiene unidos en este mundo.

Puede ser que el "proyecto soviético" emprendido de los años 20 a los años 60, con sus lemas que decían "Soportaremos las privaciones para que vivan mejor los que vengan detrás de nosotros" o "Esta generación de soviéticos vivirá ya el comunismo", aparezca a los ojos del hombre de hoy, maleado por el cinismo de los 90, como un proyecto ingenuo.

La batalla de Kursk. Infografía

Y, sin embargo, ese proyecto era mucho más sólido y con un contenido mucho mayor; y, lo que es más importante, orientado al futuro. Aquel país dilapidó su pasado, lo tiró por la borda sin casi pensarlo. No tenía nada de qué enorgullecerse, salvo de lo que pudo crear con sus propias manos de las ruinas.

Existe una fotografía que muchos recuerdan en la que aparece el ministro de Asuntos Exteriores de Japón , Shigemitsu Mamoru, con su única pierna, en la cubierta del acorazado Missouri, anclado en la bahía de Tokio: es el 2 de septiembre de 1945. Después de haber dejado a un lado su bastón y se le ve al ministro inclinado ante una mesa baja para firmar el Acta de Capitulación.

Del otro lado de la mesa miran con desconfianza el General Sutherland, Jefe del Estado Mayor del General Mc Arthur, Comandante de las Fuerzas Aliadas en el Océano Pacífico. Es como si Shigemitsu hiciera una reverencia ceremonial ante los que eran enemigos. Faltó sólo la tradicional sonrisa cortés del samurái: una sonrisa profundamente oculta.

No todo el mundo pudo ver otra reverencia, esta vez de EEUU en la década de los años 70, cuando los coches japoneses conquistaron el mercado estadounidense desplazando a los autos Ford y Chevrolet.

Era para exclamar "¡Para esto combatimos en Okinawa y en Guadalcanal!", los vencidos supieron responder al vencedor en un lenguaje perfectamente comprensible.

Los perdedores en la Segunda Guerra Mundial fueron privados de un buen pedazo de su Historia, pero se resarcieron labrándose un nuevo futuro, que acabaron imponiendo a los demás. A los vencedores les queda el orgullo y 65 años de un pasado esplendoroso.

Los vencedores tienen mucho que perder; mientras que los vencidos están más libres para empezar a construir un nuevo mundo y finalmente lo acaba conquistando.

A lo mejor, Rusia, que perdió la "Guerra Fría", debería dejar de levantar monumentos a sí misma y mirar con detenimiento a su alrededor: Es muy posible que sus antiguos enemigos en la II Guerra Mundial tengan lo que tanto necesita...
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