¿Todavía hay compañeros?
Por Esteban Valenti (*)
Una de las fracturas más profundas, de los cambios más radicales que introdujo este nuevo tiempo el fin del choque entre los dos mundos irreconciliables de antaño a partir de la caída del muro y de la crisis de la izquierda en muchos países - fue la fractura entre la afectividad, la sensibilidad, las emociones y la política.
Por el camino quedó una parte importante de la épica. Es un tema polémico y precisamente por eso quiero afrontarlo.
Quiero analizarlo y tirarlo al ruedo para el debate tan pobre y sincopado desde un aspecto que considero central: desde las relaciones humanas, desde la afectividad. La palabra compañero, utilizada universalmente por la izquierda para referirse a los que viajaban junto a nosotros, en el mismo buque, o en la misma o parecida dirección ¿sigue teniendo algún significado o es simplemente un rito más que pasará definitivamente de moda?
La condición de compañero era toda una definición y no sólo política. Por un compañero o compañera valía la pena arriesgarse, jugarse y defenderlos, aun en la discrepancia más profunda. Todos compartíamos el mismo territorio aunque nos agarráramos a trompadas para definir nuestro grado de pureza y el lugar que debíamos ocupar en la vanguardia.
No era una visión idílica, religiosa, era simultáneamente una categoría política muy fuerte y una referencia humana. No todos los compañeros eran iguales. Hasta el punto que se utilizaba también la palabra camarada, que expresaba un círculo todavía más interno de esa definición, esta incluía al compañero, pero era casi exclusivo de los comunistas. Excepto en Italia, que correspondía a los fascistas.
Decir, cantar, escribir compañero no era sólo un acto político de identificación era un gesto de privilegio entre iniciados, entre los que compartíamos algo muy fuerte, una épica común de la revolución, del cambio final y total del régimen y la lucha por un mundo sin injusticias. Aunque los caminos para alcanzar estas metas fueran diferentes y a veces contradictorios. Y no siempre terminaron de la mejor manera.
Se podía llegar a la guerra, como los choques fronterizos entre soviéticos y chinos en los años 60, o entre los chinos y los vietnamitas y seguirse llamando compañeros. Los textos más duros contra las desviaciones y revisiones siempre referían a los compañeros. No era una situación lineal. Pero en el Uruguay y sobre todo durante el periodo de la dictadura el término, el apelativo compañero formó parte de la rebeldía, de la resistencia, de la lucha contra la represión y la persecución feroz. Y en la dictadura el concepto de compañero se amplió, en general los luchadores contra el régimen, compartíamos algo muy próximo al compañerismo, aunque integrábamos partidos diferentes, incluso que no eran de izquierda. Por lo tanto es concepto bastante universal pero con un fuerte anclaje en el tiempo y en las circunstancias.
La épica de la lucha contra la dictadura, compartir peligros y el profundo deseo de derrotarla hermanaron a muchos. Más allá de los partidos. Hay grandes causas que generan relaciones humanas muy próximas. Y ser compañero es eso: una estrecha relación humana y una comunidad de objetivos.
La disputa por el poder, a todos los niveles, en los partidos y grupos, en el Frente, en los cargos públicos o sindicales se hace tan compleja y tirante que define en buena medida el nivel actual de compañerismo, que ha bajado substancialmente. Hay prácticas actuales en la política de hoy que no serían concebibles en el pasado. La lista sería interminable, como los adjetivos que se utilizan o las zancadillas que se hacen.
El concepto compañero se ha hecho más laico, más abierto. Se puede ser compañero político y no por ello avalar que todo lo que hagan los compañeros es lo mejor, desde cambiarle el cuero a una canilla, hasta representar una obra de teatro. Eso no está mal, facilita nuestra relación con la sociedad, pero por ese laicismo se nos han escapado muchas otras cosas positivas y creo que necesarias.
Yo utilizo y sigo necesitando utilizar, valorar y regar la palabra y el concepto del compañerismo. De lo contrario la política no tiene historia, no tiene pasado ni trayectos personales compartidos y no tiene humanidad. Es sólo poder y su disputa.
Si la política es sólo el final del camino y la despojamos de la aventura de compartir, de vivir un relato colectivo, de relacionarnos, conocernos y exponernos durante el viaje, el trayecto y sus avatares, todo se reseca, se atrinchera en la disputa del poder y nada más. Se empobrece de algunos de los mejores rasgos de la política. Y pierde toda su épica.
La épica no tiene que estar obligatoriamente ligada al peligro, a la violencia, tan presentes de diversas formas en nuestros pasados, debemos ser capaces de construir otras épicas. ¿Acaso la lucha por la integración y la justicia social, por la democracia más plena, por la libertad como valor principal no deberían tener una fuerte épica? ¿No son el gran desafío, político, de servicio a la comunidad y a la sociedad y de hermandad? ¿ No debería haber una épica de las ideas, del riesgo intelectual?
¿Solo en la izquierda hay estos sentimientos? No, en eso debemos ser más laicos, tener un sentido de la historia más profundo y valorar que las diversas comunidades han construido su propia épica y su propia fraternidad. Y que debemos hacer esfuerzos por comprenderla, por integrarla a nuestro horizonte cultural y político. Ellos a veces se llaman correligionarios o incluso compañeros.
Si nos resignamos a que sólo sobre una mística de la solución final, de la respuesta absoluta a todos los males de la historia y de las sociedades se puede construir una épica - que además deberé tener necesariamente una cuota de peligro y de violencia asumimos obligatoriamente que del otro lado de ese muro hay y hubo otros que con la misma pasión y violencia nos enfrentaron. Es un espiral muy peligroso y sin retorno.
La fractura en la izquierda de los fuertes lazos interpersonales expresados en la palabra compañero merece un debate sereno, profundo sin pretensiones de volver al pasado, sin liturgias que encubren la mayoría de las veces la incapacidad de afrontar la batalla cultural, de recrear el análisis intelectual crítico que debemos reivindicar como un rasgo definitorio de la izquierda.
El concepto de compañero tiene también mucho que ver con el recambio generacional, con la zanja existente entre los jóvenes y la política a nivel mundial y también en nuestro país. El compañerismo no tiene edad pero se forja en primer lugar en la juventud. No es lo mismo que la amistad, es un pariente cercano pero con referencias diversas.
No me refiero al compañero de banco, de facultad, de trabajo, sino al compañero como categoría política. Los jóvenes de hoy viven con mucha distancia ese concepto, lo que no quiere decir no confundamos que no construyan otras relaciones de amistad y compartan otras cosas con sus coetáneos. Lo que les resulta cada día más difícil es ser compañeros de las generaciones anteriores. Las diferencias entre generaciones se han hecho mucho más profundas.
Cada generación vive su tiempo irrepetible, único e intransferible. Cada generación tiene sus propios relatos y sus propias sensaciones y vibraciones, que se entrecruzan, que se influyen mutuamente con otras generaciones, pero que siguen siendo diversas. No es renunciando a emocionarnos, a sentirnos hermanados con nuestros compañeros de generación que nos acercamos a las nuevas generaciones. Al contrario.
Tampoco es dictando cátedra. Es tratando de comprendernos y respetarnos que es una de las tareas básicas y más complejas para ser verdaderamente compañeros. Dentro de pocos días se cumplen 40 años del mayo del 68, y la palabra que no estaba escrita en los muros, pero la llevábamos todos en el corazón, era una: compañero. Una palabra que la derecha odia y por eso también me gusta tanto.
(*) Periodista. Coordinador de Bitácora. Uruguay.
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