Por Armando Reyes*
Beirut, (Prensa Latina) El presidente de El Líbano, Michel Aoun, lo resumió en una frase, 'al adoptar los más mínimos procedimientos para cualquier decisión en el país, afloran las luces rojas confesionales y sectarias'.
Así transcurrieron los últimos meses en el escenario político nacional con frenos de un bando o del otro, en medio de la mayor expresión de desobediencia civil desde el fin de la guerra interna de 1975 a 1990.
Las manifestaciones antigubernamentales multitudinarias exigen cambios radicales en el sistema político sectario, la renuncia de la elite gobernante, elecciones y recuperación de lo robado al erario, entre otras demandas.
De ellas solo se concretó la dimisión del primer ministro Saad Hariri y, por ende, del Gabinete.
Las continuas protestas mantienen detenido a un Líbano con un Gobierno sin potestad para presentar leyes o decretos y un Parlamento impedido de sesionar por manifestantes que cuestionan lo que puedan aprobar.
En la percepción de los analistas, hay una intención desde el exterior de desviar la ira popular hacia agendas favorables a otros intereses.
Una de esas tendencias la denunció el Partido de Dios o Hizbulah, el cual señaló quedaría apartado del poder caso de prosperar la demanda de un Ejecutivo tecnocrático puro, una de las controversias más notorias entre los bloques mayoritarios en el Parlamento.
Hariri aspira a formar un Gabinete en el que solo haya tecnócratas, con el apoyo de los partidos Fuerzas Libanesas y Socialista Progresista.
Y del lado opuesto, para que la próxima versión del Poder Ejecutivo sea mixta, es decir, con tecnócratas y políticos, están Hizbulah, Movimiento Amal y la Corriente Patriótica Libre, del presidente Aoun. Hay sospechas de hilos y recursos detrás de las protestas, pues del aire no vienen la distribución gratuita de comida, agua, cargadores portátiles de móviles o la colocación de equipos de audio en las plazas.
La crisis económica libanesa que se anticipa llevará al colapso al país si continúa el escenario de desobediencia civil para el cual por ahora no se ve el horizonte.
Los intentos oficiales por contener las protestas quedan por debajo de las expectativas de ciudadanos que han visto en los últimos 30 años que la corrupción, la venalidad y el clientelismo político prevalecen en el escenario nacional.
Sin embargo, el movimiento antigubernamental adolece de la falta de una conducción capaz de enrumbarlo hacia un objetivo común.
Cada quien protesta por su cuenta y riesgo, aunque haya un punto coincidente, los pobres contra los ricos, sobre todo si estos últimos robaron para hacerse de sus fortunas.
A la percepción popular no escapa que quienes comandaron los grupos en la guerra civil de 1975-1990, son los mismos que ahora gobiernan.
Los ciudadanos de a pie aguardaban un cambio, pero explotaron cuando la clase dominante intentó con medidas impositivas antipopulares liquidar un déficit público de unos 85 mil millones de dólares, equivalente a más de 150 por ciento del producto interno bruto.
Y de momento, las protestas afectan la credibilidad para las inversiones, la circulación de divisas con la consiguiente falta de suministros en hospitales y gasolineras y se avecina el desabastecimiento de productos básicos alimenticios como la harina y el azúcar.
Hay rumores de que se va acercando el momento de la instalación de un Gobierno, aunque en contra está la habitual complejidad de los procesos políticos en la llamada nación de los cedros.
Todavía resta mucho para nombrar a un jefe de Ejecutivo e incluso hay opiniones sobre la retención del puesto por Saad Hariri, quien renunció el pasado 29 de octubre y funge como cuidador.
De cualquier manera, las principales formaciones políticas libanesas coinciden en la urgencia de instalar un equipo gubernamental, so pena de que se concreten los pronósticos de un colapso económico total.
El más reciente proceso de creación de un gobierno dilató ocho meses (mayo de 2018 a enero de 2019) por las peculiares características libanesas, en las cuales la distribución de cargos obedece a un esquema confesional.
Aunque en breve se instale un Gabinete, se necesitarán años para salir de la crisis en que el país se ha sumido, pronostican analistas.
Si bien muchos afirman que la crisis tocó fondo, no es del todo exacto, pero llegará pronto si la élite dominante continúa sin ponerse de acuerdo y no se implementa un plan económico de salvación.
En la percepción de los expertos, los esfuerzos de todos debían concentrarse hacia un plan de emergencia que evite esos pronósticos negativos.
Ese proyecto debe buscar formas de pago para bienes y productos básicos, así como garantizar que los bancos, un sector clave, comiencen a funcionar de manera legal y adecuada.
Otro problema es que no hay ningún otro país dispuesto al rescate. Arabia Saudita y otras naciones del Golfo no tienen interés, los europeos no pueden y Estados Unidos congela ayudas a modo de chantaje.
Los especialistas opinan que la disputa entre políticos debe separarse de la urgencia de adoptar medidas para resolver la situación económica.
A medida que El Líbano enfrenta la crisis, la única respuesta posible a su solución consistiría en un plan que evite un colapso y con ello la falta total de seguridad y desde ahí a un conflicto armado.
*Corresponsal en El Líbano
rr/arc/cvl
Beirut, (Prensa Latina) El presidente de El Líbano, Michel Aoun, lo resumió en una frase, 'al adoptar los más mínimos procedimientos para cualquier decisión en el país, afloran las luces rojas confesionales y sectarias'.
Así transcurrieron los últimos meses en el escenario político nacional con frenos de un bando o del otro, en medio de la mayor expresión de desobediencia civil desde el fin de la guerra interna de 1975 a 1990.
Las manifestaciones antigubernamentales multitudinarias exigen cambios radicales en el sistema político sectario, la renuncia de la elite gobernante, elecciones y recuperación de lo robado al erario, entre otras demandas.
De ellas solo se concretó la dimisión del primer ministro Saad Hariri y, por ende, del Gabinete.
Las continuas protestas mantienen detenido a un Líbano con un Gobierno sin potestad para presentar leyes o decretos y un Parlamento impedido de sesionar por manifestantes que cuestionan lo que puedan aprobar.
En la percepción de los analistas, hay una intención desde el exterior de desviar la ira popular hacia agendas favorables a otros intereses.
Una de esas tendencias la denunció el Partido de Dios o Hizbulah, el cual señaló quedaría apartado del poder caso de prosperar la demanda de un Ejecutivo tecnocrático puro, una de las controversias más notorias entre los bloques mayoritarios en el Parlamento.
Hariri aspira a formar un Gabinete en el que solo haya tecnócratas, con el apoyo de los partidos Fuerzas Libanesas y Socialista Progresista.
Y del lado opuesto, para que la próxima versión del Poder Ejecutivo sea mixta, es decir, con tecnócratas y políticos, están Hizbulah, Movimiento Amal y la Corriente Patriótica Libre, del presidente Aoun. Hay sospechas de hilos y recursos detrás de las protestas, pues del aire no vienen la distribución gratuita de comida, agua, cargadores portátiles de móviles o la colocación de equipos de audio en las plazas.
La crisis económica libanesa que se anticipa llevará al colapso al país si continúa el escenario de desobediencia civil para el cual por ahora no se ve el horizonte.
Los intentos oficiales por contener las protestas quedan por debajo de las expectativas de ciudadanos que han visto en los últimos 30 años que la corrupción, la venalidad y el clientelismo político prevalecen en el escenario nacional.
Sin embargo, el movimiento antigubernamental adolece de la falta de una conducción capaz de enrumbarlo hacia un objetivo común.
Cada quien protesta por su cuenta y riesgo, aunque haya un punto coincidente, los pobres contra los ricos, sobre todo si estos últimos robaron para hacerse de sus fortunas.
A la percepción popular no escapa que quienes comandaron los grupos en la guerra civil de 1975-1990, son los mismos que ahora gobiernan.
Los ciudadanos de a pie aguardaban un cambio, pero explotaron cuando la clase dominante intentó con medidas impositivas antipopulares liquidar un déficit público de unos 85 mil millones de dólares, equivalente a más de 150 por ciento del producto interno bruto.
Y de momento, las protestas afectan la credibilidad para las inversiones, la circulación de divisas con la consiguiente falta de suministros en hospitales y gasolineras y se avecina el desabastecimiento de productos básicos alimenticios como la harina y el azúcar.
Hay rumores de que se va acercando el momento de la instalación de un Gobierno, aunque en contra está la habitual complejidad de los procesos políticos en la llamada nación de los cedros.
Todavía resta mucho para nombrar a un jefe de Ejecutivo e incluso hay opiniones sobre la retención del puesto por Saad Hariri, quien renunció el pasado 29 de octubre y funge como cuidador.
De cualquier manera, las principales formaciones políticas libanesas coinciden en la urgencia de instalar un equipo gubernamental, so pena de que se concreten los pronósticos de un colapso económico total.
El más reciente proceso de creación de un gobierno dilató ocho meses (mayo de 2018 a enero de 2019) por las peculiares características libanesas, en las cuales la distribución de cargos obedece a un esquema confesional.
Aunque en breve se instale un Gabinete, se necesitarán años para salir de la crisis en que el país se ha sumido, pronostican analistas.
Si bien muchos afirman que la crisis tocó fondo, no es del todo exacto, pero llegará pronto si la élite dominante continúa sin ponerse de acuerdo y no se implementa un plan económico de salvación.
En la percepción de los expertos, los esfuerzos de todos debían concentrarse hacia un plan de emergencia que evite esos pronósticos negativos.
Ese proyecto debe buscar formas de pago para bienes y productos básicos, así como garantizar que los bancos, un sector clave, comiencen a funcionar de manera legal y adecuada.
Otro problema es que no hay ningún otro país dispuesto al rescate. Arabia Saudita y otras naciones del Golfo no tienen interés, los europeos no pueden y Estados Unidos congela ayudas a modo de chantaje.
Los especialistas opinan que la disputa entre políticos debe separarse de la urgencia de adoptar medidas para resolver la situación económica.
A medida que El Líbano enfrenta la crisis, la única respuesta posible a su solución consistiría en un plan que evite un colapso y con ello la falta total de seguridad y desde ahí a un conflicto armado.
*Corresponsal en El Líbano
rr/arc/cvl
0 comentarios:
Publicar un comentario