“Te veo este fin”, “ven, porfa”, “feliz cumple”. El léxico digitalizado sintetiza el lenguaje, lo licúa, no lo vuelve diminutivo, lo disminuye, lo desintegra, podría reducirlo a un parloteo de onomatopeyas. Por ello, en el “este del este” llaman al autoproclamado el “autoprocla” y los más confianzudos, simplemente el “auto”.
En esta crónica desesperanzada vamos a optar por la primera versión, pues la segunda -auto- resulta demasiado polisémica, esa forma gnoseológica y echona de llamar a las palabras sebosas, ofrecidas, que se acuestan con cualquiera (autopsia, autonomía, autoperiquitos). En cambio, un “autoprocla” no es más que eso y quizás menos.
La autoproclamación se ha viralizado en el planeta. Lo que empezó como broma, en algunas partes se convirtió en movimiento social. De burla inicial a un venezolano que se autoproclamó en una calle, ahora es un arma contra los gobiernos que lo han reconocido, aunque a la vez lo desconozcan. La vaina es complicada y nada fácil de explicar: te reconocen, pero te desconocen. ¿Cómo es la guarandinga?, diría mi viejo amigo Aníbal Nazoa.
Una presentadora del canal RT se autoproclamó emperatriz de Rusia y, de solo verla, provoca autoproclamarse emperador manque sea de Guanipa o Caripito. En Colombia, se autoproclamó presidente Alejandro Muñoz y de inmediato exigió a los gringos que se lleven sus bases militares. En pocos días había hecho más por su país que Duque, obsesionado como está con Venezuela y Maduro.
En Brasil se autoproclamó el actor José de Abreu, de 72 años y centenares de horas en cine y TV. Confiesa que todo empezó como una sátira al autointerino venezolano, pero esta derivó en un movimiento de masas que lo persigue en las calles, lo acecha en su casa y lo espera en los aeropuertos. El asediado Abreu está obstinado de los paparazzi y por si fuera poco, el capitán Bolsonaro amenazó con mandarlo a la cárcel si lo sigue “usurpando”.
La diferencia con el venezolano es que aquellos se autoproclamaron ellos mismos. En cambio, al de aquí le ordenaron autoproclamarse Trump, Pompeo, Bolton, Pence, Abrams y hasta un tal Rubio. O sea, no es un “autoprocla” autónomo, sino por encargo. Otra diferencia, esta mayor, es que ni la rusa, ni el colombiano, ni el carioca viven pidiendo que invadan sus países.
Earle Herrera
Periodista / Profesor UCV
Yvke Mundial/UN
En esta crónica desesperanzada vamos a optar por la primera versión, pues la segunda -auto- resulta demasiado polisémica, esa forma gnoseológica y echona de llamar a las palabras sebosas, ofrecidas, que se acuestan con cualquiera (autopsia, autonomía, autoperiquitos). En cambio, un “autoprocla” no es más que eso y quizás menos.
La autoproclamación se ha viralizado en el planeta. Lo que empezó como broma, en algunas partes se convirtió en movimiento social. De burla inicial a un venezolano que se autoproclamó en una calle, ahora es un arma contra los gobiernos que lo han reconocido, aunque a la vez lo desconozcan. La vaina es complicada y nada fácil de explicar: te reconocen, pero te desconocen. ¿Cómo es la guarandinga?, diría mi viejo amigo Aníbal Nazoa.
Una presentadora del canal RT se autoproclamó emperatriz de Rusia y, de solo verla, provoca autoproclamarse emperador manque sea de Guanipa o Caripito. En Colombia, se autoproclamó presidente Alejandro Muñoz y de inmediato exigió a los gringos que se lleven sus bases militares. En pocos días había hecho más por su país que Duque, obsesionado como está con Venezuela y Maduro.
En Brasil se autoproclamó el actor José de Abreu, de 72 años y centenares de horas en cine y TV. Confiesa que todo empezó como una sátira al autointerino venezolano, pero esta derivó en un movimiento de masas que lo persigue en las calles, lo acecha en su casa y lo espera en los aeropuertos. El asediado Abreu está obstinado de los paparazzi y por si fuera poco, el capitán Bolsonaro amenazó con mandarlo a la cárcel si lo sigue “usurpando”.
La diferencia con el venezolano es que aquellos se autoproclamaron ellos mismos. En cambio, al de aquí le ordenaron autoproclamarse Trump, Pompeo, Bolton, Pence, Abrams y hasta un tal Rubio. O sea, no es un “autoprocla” autónomo, sino por encargo. Otra diferencia, esta mayor, es que ni la rusa, ni el colombiano, ni el carioca viven pidiendo que invadan sus países.
Earle Herrera
Periodista / Profesor UCV
Yvke Mundial/UN
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