Ejercicio de memoria: de la miseria de la Cuarta al bienestar general

Mientras la escualidumbre vocifera que el pueblo se está muriendo de hambre, la realidad abofetea. El consumo por parte de la población no sólo ha aumentado desde la asunción del chavismo sobre el control del Estado venezolano sino que indica históricamente una ventura colectiva antes inédita
Desde los acuerdos de Bretton Woods en 1944 se empezó a diagramar un nuevo ejercicio del poder económico a escala global. Ópera en la que el capital estadounidense –y su socio europeo-japonés tras bastidores– era el principal protagonista. Esto en detrimento de las soberanías nacionales, y desde la sucursal latinoamericana una pauperización socioeconómica que llegó mediante los experimentos neoliberales de economía del shock y dictaduras militares impuestas.
Con el Pacto de Punto Fijo se perfiló la economía política de dependencia de la burguesía parasitaria, con escasa participación del Estado en materia de inversión social. El aparato gubernamental de la nación se convirtió en un administrador interno de la mina Venezuela, en el que el oro negro –único producto de exportación– era vendido a precio de marrana flaca con un bajo porcentaje de fiscalización para el desarrollo doméstico de la población venezolana.
Consecuencia de aquello fue el empobrecimiento –en términos economicistas– del pueblo venezolano. Proceso que derivó por la vía de los hechos en menos consumo por parte del trabajador urbano promedio, así como del campesino tierras adentro, tanto de la cesta "básica" de alimentos como de servicios y bienes necesarios.

Caramelos para la clase media

Los gobiernos de Betancourt, Leoni y el primer Caldera (de 1959 a 1974) fueron de venta del país así como de exiguas políticas estatales para la comodidad de una clase media en ascenso. La criminalización del pobre –con carta de revolucionario o no– en la ciudad y en el campo empezó a afirmarse como estrategia de Estado, tanto desde el ejercicio de las armas como de la pauperización económica. El prontuario es conocido.
El bosquejo económico del 1% en la sucursal Venezuela tuvo su punto álgido para la clase media durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1978), con la subida del petróleo y la política estatal de desarrollo de las pequeñas y medianas industrias.
A partir de allí, desde finales de la década de 1970, la carta del día fue caramelos para la clase media mientras el resto consumía las migajas. Era el proyecto político de la burguesía mundial en conchupancia con los limpiabotas encargados de administrarles el coroto en nuestro país.

Diseño de una caída

En el panorama latinoamericano el ascenso de la dictadura pinochetista en Chile (1973) y de la Junta Militar en Argentina en 1976 –encabezada por Jorge Rafael Videla– lograron darle una vuelta de tuerca experimental a las economías políticas de sus respectivos países. El ensayo neoliberal significó menor participación del Estado –siendo sólo necesario su aparato policiaco-militar– y la desregulación del mercado. Ambos puntos clave del Consenso de Washington, así pensado por el economista John Williamson.
En Venezuela no se necesitó una terapia de shock tan abrupta como en los mencionados países sudamericanos: las marionetas –ilustres empresarios y políticos de la Cuarta le llaman algunos– hacían bien su trabajo de robar el lingote para quedarse ellos con un mínimo porcentaje.
A partir del año 1984 –luego del Viernes Negro cuando Luis Herrera, en la era Lusinchi– se instala la Comisión para la Reforma del Estado (Copre, por sus siglas), cuya misión fue la desaparición del mismo en beneficio de las corporaciones y los fondos de inversión foráneos. Lamentablemente para el poder imperial esta evaporación institucional no pudo ser llevada a cabo en su totalidad.
No es sólo la caída del Estado una necesidad del 1% sino también el descenso de la calidad de vida del pelabola de a pie debido a que las arcas del consumo sólo podían ser mantenidas para la clase media y la burguesía parasitaria. Es decir, la pauperización en masa como proyecto político.

Recuento sobre el consumo

Nunca contaron con verse del otro lado de la acera llenos hasta la saciedad de semejante oprobio, mitad culpa y mitad conciencia que los acompaña en sus (ir)racionalidades por recuperar un país que cambió para siempre desde 1998.
Cuando nos referimos al consumo nacional es necesario revisar aquellos componentes, tanto económicos como sociopolíticos, que le dan existencia material en el marco de un proyecto de nación. En la historia contemporánea de Venezuela el proyecto de país fue la desnacionalización de todo: cultura, economía, identidad, política, etc.
El consumo de la sociedad es la sumatoria de estos ingredientes de acuerdo a un marco político que legitima, naturaliza y ordena la distribución y comercialización del aparato económico, de aquello que produce o importa (en Venezuela más la segunda que la primera).
El centro del asunto son los accesos a los bienes y servicios.
Comprender cuánto consumíamos antes y cuánto consumimos hoy pasa por referirnos al salario real en las últimas décadas, cómo se relaciona éste con respecto a la inflación y al gasto social per cápita. Revisemos.
La canasta básica normativa, según el Banco Central de Venezuela (BCV), son todos aquellos consumos que les permiten a las familias sostener un nivel de vida promedio. Cubrir las necesidades básicas: alimentación, transporte, calzado, educación, salud, vivienda, esparcimiento, etc.
El salario real es, en este sentido, la remuneración económica que, en teoría, debería subsanar estas necesidades básicas.
Cuando analizamos las cifras del BCV comprendidas entre los años 1978-1996 encontramos que el salario real se depauperó de una manera abismal. Por su parte, la canasta básica normativa resguarda el dato económico que nos interesa resaltar: la liberación de precios, la privatización económica y la importación excesiva hambreó progresiva y sostenidamente al pueblo venezolano.

Tanto así, que en el mismo período de tiempo, su crecimiento fue perpetuo mientras el salario real caía por el barranco neoliberal.
Luego de la "nacionalización chucuta" en Venezuela se desencadenó una fuerte escala inflacionaria. Como se ve en la gráfica de arriba, la misma fue creciendo sostenidamente desde el año 1983, por sobre el salario real y la canasta básica normativa en pleno apogeo neoliberal.
Este cuadro económico sintetiza el empobrecimiento generalizado de nuestro país. El Estado, revendido a los monopolios norteamericanos asentados en ramas estratégicas del aparato productivo, colocó toda su motricidad administrativa y financiera al servicio de estos malsanos dictámenes proimperiales.
Reducir el gasto, eliminar los pocos subsidios primarios que existían, liberar los derechos de importación, vender a precio de gallina flaca empresas estratégicas, sostener la contracción económica paralizando aumentos salariales y demás medidas (CAP-FMI-Banco Mundial) forman parte sustancial de este relato histórico-económico.
Al observar el Coeficiente Gini en el período que se estudia, nos daremos cuenta de que la desigualdad aumentaba a un ritmo exponencial. Consecuencia lógica de las anteriores mediciones analizadas.

En el caso del gasto público per cápita, que es lo que el Estado devenga de forma expansiva para ayudar a la población (subsidios), también se vio dilapidado por el parasitismo empresarial. Se redujo de forma vertiginosa, convulsiva, permitiendo que la liberación de precios cumpliera su labor de shockneoliberal a la perfección.
Esta realidad económica del pasado, como se pueden observar en las infografías, contrasta con los indicadores de Venezuela Bolivariana.
El Gobierno nacional ha mantenido el salario por encima de la canasta básica normativa, con todo y los frontales golpes del empresariado parásito que sobregira, cuando le apetece, los índices inflacionarios. La política de distribución de la riqueza nacional ha contribuido a disminuir la desigualdad económica, ayudando en el mismo impulso la producción nacional en manos de la gente.
El gasto social ha crecido de manera boyante constituyendo un principio de ruptura con el único modelo que ha fracasado en Venezuela (el capitalismo fedecámaras): dirigir gran parte del ingreso nacional para satisfacer las necesidades básicas de las grandes mayorías nacionales.
Hoy por hoy, usted no paga por salud, educación y vivienda. Tampoco paga los especulativos precios de las cadenas agroalimentarias. Ese principio llamado por ellos "castro-comunismo" ha generalizado una importante visión política que es colectiva y popular: los empresarios siempre han robado; devolverles el poder significa regresar a las mismas tranzas empobrecedoras de antaño.
La Revolución Bolivariana vino a destronar las lógicas infames que estuvieron apoderadas de la economía nacional. El convencimiento por parte de los agoreros del fracaso viene dado por una vida entera atestiguando su propio descalabro como clase empresarial.
Fuente: Misión Verdad
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About Ricardo Abud (Chamosaurio)

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