EL GRAN POLO PATRIÓTICO, LOS PARTIDOS Y LA LUCHA POR EL SOCIALISMO
Por: Martín Guédez
De cara a la conformación del GPP uno oye cosas que… ¡vaya por Dios!
Ahora resulta que toda la estrategia para derrotar nada más y nada menos que el más poderoso imperio de la historia debe asentarse en actitudes anarcoides y claramente pequeñoburguesas como: un rechazo a la teoría política, incluidos todos los clásicos y grandes conductores de la historia; una reivindicación al “yo soy así y qué”; una marcada grima por todo lo que signifique el estudio, la disciplina y el sacrificio, nada más y nada menos que el sepelio de todo el pensamiento base del Socialismo Científico y mejor paramos de contar tanta sandez.
El GPP, espacio que debe ser no sólo lugar de excepción para unir voluntades con miras a una victoria contundente el 7 de Octubre de 2012, sino –y de modo insoslayable- un espacio para construir con unidad de criterios el objetivo estratégico fundamental de una Revolución en tránsito al Socialismo, como es: derrotar al capitalismo y con él al imperialismo, podría –por estos caminos llenos de imaginarias florecillas- terminar siendo apenas algo más que una gran asociación de vecinos donde igual quepan empresarios de “buen corazón” como oportunistas a lo Miquilena o Herman Escarrá, y este se anote por el derecho a tener perritos mascotas en la urbanización y el otro por el reconocimiento a sus estudios musicales ¡Vanidad de vanidades! El asunto es serio y como tal debemos abordarlo. Veamos: El capitalismo en crisis sistémica nos ha declarado la guerra a muerte. Sabe bien que su intento de restauración pasa por la renovación a cualquier costo del saqueo de nuestras riquezas naturales.
Lugar muy especial ocupa nuestra riqueza petrolera. Energía que mueva sus máquinas, barata y mejor si es robada. Los recientes ejemplos de Afganistán, Irak, Libia –y los que siguen- son un libro abierto. Sabemos del peligro, lo intuimos, lo sentimos en el corazón, las escenas dantescas que vemos de la capacidad terrible de destrucción nos alarman. Sentimos que el olor a peligro lo impregna todo. Lo sentimos pero no logramos ubicar la presencia del monstruo a cabalidad.
No terminamos de entender que esta guerra tiene su principal campo de batalla en la mente de nuestra gente. A Jesús o a Bolívar lo remataron luego de haberle enajenado la voluntad al pueblo. De modo que allí estará nuestra principal fortaleza o nuestra más lamentable debilidad. El capitalismo coloniza en estos tiempos de poderosos mass-media en primer lugar el alma del pueblo.
Luego de alcanzado este objetivo pasa a una etapa más cruenta. Sus tanques y aviones no son –por ahora- de acero sino de palabras e imágenes.
Dan foros, escriben, hablan en radio y televisión, y desde allí van diluyendo, banalizando, frivolizando y desmontando el fuego sagrado que convoque al pueblo. Todo es un chiste, una salida jocosa, un saludito a la bandera y nada más.
En esta etapa el capitalismo no enfrenta al pueblo trabajador con aviones o tanques, sino que lo hace demoliendo las ideas revolucionarias, manipula el pre-consciente, construye su “Fábrica de la conformidad”, manipula los instintos y los miedos. Diluyen –por esta vía de la frivolidad más repugnante- las fronteras entre las clases en pugna.
Nos siembran la peregrina idea de que las trabajadoras y los trabajadores revolucionarios tienen los mismos intereses y objetivos que los capitalistas explotadores. Nos inoculan la idea de que no hay razones para luchar, que con un esfuercito todos podemos vivir en armonía. Ponen en la mente del pueblo la idea de que con diálogo y un pelín de tolerancia se alcanzaría el cielo.
Nos colocan como objetivo estratégico el logro de algunas conquistas materiales sin desenmascarar la naturaleza predadora del capitalismo. Así le quitan al pueblo las razones sagradas para la lucha. Se cagan en el Gólgota, en San Pedro Alejandrino y en la Cañada. Esterilizan las razones para la lucha, porque todos somos lo mismo. Luego sacarán los colmillos. Así, encogido el espíritu de lucha de las y los trabajadores entrarían a la etapa destructiva de la Revolución, particularmente en la destrucción de su líder, el Comandante Chávez, apoyados en todos los argumentos sembrados atacarán –en nombre de la horizontalidad anarcoide- el rol del líder como conductor de la Revolución.
Estamos obligados a enfrentar estas desviaciones antes que se expresen con toda su fuerza destructiva. Hay que inocular –desde el estudio y el ejemplo- el sentido sagrado de la lucha histórica de clases como motor del GPP y de los Partidos. Hay que definir fronteras. Hay que acelerar el tránsito al Socialismo.
Hay que derrotar el burocratismo con la misma contundencia que a las veleidades pequeñoburguesas. Después de todo ambas son hijas del mismo sistema que combatimos.
Eso nos blindará contra las arremetidas del Imperio y de la burguesía local.
¡CON CHÁVEZ HACIA EL SOCIALISMO!
Por: Martín Guédez
De cara a la conformación del GPP uno oye cosas que… ¡vaya por Dios!
Ahora resulta que toda la estrategia para derrotar nada más y nada menos que el más poderoso imperio de la historia debe asentarse en actitudes anarcoides y claramente pequeñoburguesas como: un rechazo a la teoría política, incluidos todos los clásicos y grandes conductores de la historia; una reivindicación al “yo soy así y qué”; una marcada grima por todo lo que signifique el estudio, la disciplina y el sacrificio, nada más y nada menos que el sepelio de todo el pensamiento base del Socialismo Científico y mejor paramos de contar tanta sandez.
El GPP, espacio que debe ser no sólo lugar de excepción para unir voluntades con miras a una victoria contundente el 7 de Octubre de 2012, sino –y de modo insoslayable- un espacio para construir con unidad de criterios el objetivo estratégico fundamental de una Revolución en tránsito al Socialismo, como es: derrotar al capitalismo y con él al imperialismo, podría –por estos caminos llenos de imaginarias florecillas- terminar siendo apenas algo más que una gran asociación de vecinos donde igual quepan empresarios de “buen corazón” como oportunistas a lo Miquilena o Herman Escarrá, y este se anote por el derecho a tener perritos mascotas en la urbanización y el otro por el reconocimiento a sus estudios musicales ¡Vanidad de vanidades! El asunto es serio y como tal debemos abordarlo. Veamos: El capitalismo en crisis sistémica nos ha declarado la guerra a muerte. Sabe bien que su intento de restauración pasa por la renovación a cualquier costo del saqueo de nuestras riquezas naturales.
Lugar muy especial ocupa nuestra riqueza petrolera. Energía que mueva sus máquinas, barata y mejor si es robada. Los recientes ejemplos de Afganistán, Irak, Libia –y los que siguen- son un libro abierto. Sabemos del peligro, lo intuimos, lo sentimos en el corazón, las escenas dantescas que vemos de la capacidad terrible de destrucción nos alarman. Sentimos que el olor a peligro lo impregna todo. Lo sentimos pero no logramos ubicar la presencia del monstruo a cabalidad.
No terminamos de entender que esta guerra tiene su principal campo de batalla en la mente de nuestra gente. A Jesús o a Bolívar lo remataron luego de haberle enajenado la voluntad al pueblo. De modo que allí estará nuestra principal fortaleza o nuestra más lamentable debilidad. El capitalismo coloniza en estos tiempos de poderosos mass-media en primer lugar el alma del pueblo.
Luego de alcanzado este objetivo pasa a una etapa más cruenta. Sus tanques y aviones no son –por ahora- de acero sino de palabras e imágenes.
Dan foros, escriben, hablan en radio y televisión, y desde allí van diluyendo, banalizando, frivolizando y desmontando el fuego sagrado que convoque al pueblo. Todo es un chiste, una salida jocosa, un saludito a la bandera y nada más.
En esta etapa el capitalismo no enfrenta al pueblo trabajador con aviones o tanques, sino que lo hace demoliendo las ideas revolucionarias, manipula el pre-consciente, construye su “Fábrica de la conformidad”, manipula los instintos y los miedos. Diluyen –por esta vía de la frivolidad más repugnante- las fronteras entre las clases en pugna.
Nos siembran la peregrina idea de que las trabajadoras y los trabajadores revolucionarios tienen los mismos intereses y objetivos que los capitalistas explotadores. Nos inoculan la idea de que no hay razones para luchar, que con un esfuercito todos podemos vivir en armonía. Ponen en la mente del pueblo la idea de que con diálogo y un pelín de tolerancia se alcanzaría el cielo.
Nos colocan como objetivo estratégico el logro de algunas conquistas materiales sin desenmascarar la naturaleza predadora del capitalismo. Así le quitan al pueblo las razones sagradas para la lucha. Se cagan en el Gólgota, en San Pedro Alejandrino y en la Cañada. Esterilizan las razones para la lucha, porque todos somos lo mismo. Luego sacarán los colmillos. Así, encogido el espíritu de lucha de las y los trabajadores entrarían a la etapa destructiva de la Revolución, particularmente en la destrucción de su líder, el Comandante Chávez, apoyados en todos los argumentos sembrados atacarán –en nombre de la horizontalidad anarcoide- el rol del líder como conductor de la Revolución.
Estamos obligados a enfrentar estas desviaciones antes que se expresen con toda su fuerza destructiva. Hay que inocular –desde el estudio y el ejemplo- el sentido sagrado de la lucha histórica de clases como motor del GPP y de los Partidos. Hay que definir fronteras. Hay que acelerar el tránsito al Socialismo.
Hay que derrotar el burocratismo con la misma contundencia que a las veleidades pequeñoburguesas. Después de todo ambas son hijas del mismo sistema que combatimos.
Eso nos blindará contra las arremetidas del Imperio y de la burguesía local.
¡CON CHÁVEZ HACIA EL SOCIALISMO!
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