SER O NO SER HE AHÍ EL DILEMA

SER O NO SER HE AHÍ EL DILEMA
Por: Martín Guédez

En general el hombre y la mujer somos impulsados por pasiones. En el corazón del hombre (hombre y mujer en lo adelante) anida la posibilidad del hombre social y solidario en tanto que es acosado por los móviles humanos más básicos, como el egoísmo o la codicia. En cada hombre hay en potencia un ángel y un demonio.
El capitalismo ha sabido penetrar ese móvil instintivo y oscuro de cada individuo de modo que ningún otro sistema lo ha hecho tan bien. Ningún otro sistema apela y exacerba tan y tan bien el instinto egoísta del ser humano como lo hace el capitalismo. Frente a este sistema, definitivamente constructor de los rasgos menos deseables de la naturaleza humana siempre ha existido el atrevimiento del hombre solidario, del hombre superior, del hombre nuevo. Es este el vaso comunicante, el factor común que encontramos a lo largo de la historia desde mucho antes de Cristo, pasando por Bolívar, Marx, el Che y tantos otros. Ese es el combate que hoy se libra en la Venezuela revolucionaria y bolivariana, con una marcada ventaja para los factores que impulsan los valores del capitalismo, tanto en el statu quo como en la clase emergente burócrata y reformista: Siempre son más reales y acuciosas las demandas materiales del tener que las de orden superior basadas en el ser. Las primeras sólo requieren relajar el espíritu, las otras exigen un estado de tensión doloroso, se planeta la lucha contra los instintos básicos, la reflexión, y eso duele. El hombre viejo está ya construido, sustentado por sus propias necesidades, el hombre nuevo hay que construirlo, formarlo, sostenerlo y mantenerlo en tensión. El hombre nuevo es el hombre viejo convertido, cambiado, desde afuera y por sí mismo desde lo más profundo e interior de su humanidad. Así como el cuerpo desarrolla defensas contra las enfermedades la mente humana desarrolla defensas contra los cambios. Esa resistencia es hoy un enemigo formidable a los cambios, tanto fuera como dentro de los cuadros revolucionarios donde la palabra socialismo –muy en lo más íntimo- produce urticaria.

El capitalismo ha mostrado una astucia superior a la de las fuerzas revolucionarias, por ejemplo, en el instinto para asociarse cuando –por el contrario- la dispersión es el signo preponderante en las fuerzas revolucionarias. El socialismo nace como una respuesta a la barbarie del capitalismo, nace como respuesta a la desigualdad, la explotación del hombre por el hombre, la alienación de la persona por el trabajo o el excedente de mano de obra. Para revertir estos efectos el socialismo propone un individuo social que sería la piedra fundamental de la producción, la riqueza, la igualdad y la justicia. El experimento en la URSS resultó incapaz de motivar a la mayoría para trabajar por objetivos sociales y valores superiores. El experimento socialista en la URSS fracasó porque, en la práctica, no pudo crear ese hombre nuevo.

Entre los años 20 y 30 del siglo pasado la motivación fue la construcción del socialismo. En la década siguiente la motivación estuvo centrada en el combate a Hitler y el nazismo. En los años de la post guerra la motivación estuvo colocada en la reconstrucción de las naciones. De hecho en esos años la URSS llegó a superar los índices de crecimiento de los EEUU, pero, a partir de ese momento la desmotivación se hizo notoria. El hombre nuevo no aparecía por ningún lado, se perdía la batalla fundamental y sólo había que esperar lo que pasó, se derrumbó el sistema. No hay socialismo sin el hombre nuevo, sin el hombre superior, ni hay hombre nuevo sin socialismo. He ahí el dilema. Ese es el gran dilema que hemos de resolver en la alborada del siglo XXI los revolucionarios venezolanos en particular y los del mundo entero en general.

¿Podremos alcanzar el socialismo sobre la preservación de ciertos valores del capitalismo?, ¿lo que los europeos llaman la tercera variante o estado del bienestar social no conserva el veneno de la supervivencia del más apto? Lo estamos viendo. Muchos estiman que, el fracaso de la URSS estuvo fundamentalmente en la creación de un monstruoso capitalismo de estado con la consecuente generación de una clase burocrática emergente acaso de peor ralea que la capitalista. Como respuesta a lo anterior se habla de la democratización de la propiedad. Una suerte de distribución generalizada del derecho a la propiedad de los medios de producción. No otra cosa son los experimentos en algunas de las empresas expropiadas y colocadas en manos de unos trabajadores con participación accionaria y control de las políticas de las empresas. Al poco rato hemos visto cómo algunos de estos trabajadores olvidan la conciencia de clase proletaria y reclaman dividendos como lo haría cualquier empresario capitalista, bajo los mismos principios de insolidaridad y egoísmo.

El problema, sin querer asumir que una u otra vía es la acertada, nos devuelve de nuevo al principio. El capitalismo necesita de una ideología donde la codicia y el individualismo sea una virtud. Bajo la ideología capitalista el consumo es esencial para la felicidad del individuo. ¿Podrá construirse un socialismo con vocación de permanencia bajo estos mismos principios por más que estén generalizados?, ¿qué formas de propiedad deben acompañar el recorrido de este hombre social de forma que no lo enferme de egoísmo?

Una sociedad progresa cuando creencias y tecnologías son congruentes. En este tiempo de producción basada en el conocimiento, las creencias capitalistas son incongruentes y por eso está en crisis. Para construir el socialismo necesitamos de una visión congruente y mejor. La utopía de un mundo mejor mantiene a los pueblos en movimiento pero esa utopía debe ir adquiriendo forma. En el caso de la construcción del socialismo del Siglo XXI, la utopía requiere de los pueblos que caminen hacia ella, ¿Sobre que bases lo haremos?, ¿Qué hombre lo hará? ¿Una especie de hombre viejo parcheado y reformado con elementos del hombre social?, ¿será eso suficiente para garantizar el no retorno al hombre viejo? Son interrogantes que debemos responder. Ese debe ser el debate, sin egoísmos ideológicos, sin caer en la tentación de alejar propuestas o arrimar la sardina cada quien para su brasa. Con generosidad y entusiasmo. Explorarlo todo, sin prejuicios, sin imposiciones, abiertos, tolerantes, comprensivos y, sobre todo, con espíritu, al menos, de hombre nuevo.

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