La Historia no existe
Por: Arnulfo Poyer Márquez
La Historia no existe. Un riquísimo tránsito empobrecido por los torpes pasos de una humanidad ciega y deforme en el laberinto por ella disfrutado y enloquecida, la ha transformado en la balletista en un concierto amorfo donde la ciencia, esa choferesa ciega parece disfrutar de los desvaríos de quien pudiera servir de comodoro o consejero, que mas bien semeja un mazo de naipes dispuesto para un “solitario” de la choferesa-auriga mientras dirige a sus caballos desbocados.
La Historia no es una ciencia de los pasos de la humanidad, sino de las malacrianzas de una mitad de ella, el hombre, puesto que la mujer no ha salido del gineceo, y aún hoy con casi todas sus capacidades suprimidas, ella se lo cree cuando escala en posiciones en una plataforma creada por el hombre. Al contrario, la pobre ignorante ha aceptado la venia del inepto para terminar el resto que queda en el tobogán del suicidio, y hoy la vemos orgullosa cundida de medallas en el camino, sin ni siquiera detenerse un momento si eso que cree que florece para ella es camino o mortaja de su féretro.
La Historia no es el camino de virtudes sino del poder, que la virtud misma es una imposición del antojo del poder, para degollarla cuando ésta está en vías de usurparlo. Es el canto de los victoriosos que son los que cuentan las manos cortadas de cuantos han pretendido señalar nuevas estrellas. Los derrotados aparecen como hongos al alumbramiento de nuevas generaciones, y sólo como hongos son estudiados sus méritos mutilados, fantaseados, degenerados.
La Historia no es ciencia de todo el mundo, pues el supuesto mundo está sostenido por castas. Los visionarios tienen sus días contados, aún antes de su muerte, las castas manejan los idearios, hablan por los visionarios, y cuando apenas hay unas herramientas conseguidas, las castas roban el presente, las herramientas, matando a todo aquel que surja en contra del visionario. Surgen entonces los enemigos de los visionarios, y el ego sigue campante con su guadaña a la espera de otro salvador.
La Historia no la hacen los desamparados o las mayorías; ellos o ellas mueven las ruedas de los potentados, para que anden sobre la mullida escritura de la Historia, en tanto andan sobre alfombras de cadáveres, vivos o muertos, que les celebran con banderitas, el honor de sus naciones. Los potentados cuentan las gemas y los astros que vayan al tono del color de las fechas para no deslucir la perpetuidad que se han abrogado.
La Historia no cuenta otras historias que vive a diario la humanidad, cuando sólo es el número estadístico en los anales de la torpe economía, la que busca adueñarse de la vida entera, mientras se mueren de mengua infinitas interpretaciones que van más allá de una interpretación de pizarrón, y es incapaz de ver fuerzas tras un numerado cielo azul. El poder natural es vilipendiado porque no es competencia ante poderes que intenta derrumbar, sin ni siquiera observar que esa torpeza lo convierte sin remedio en un bocado exquisito de los potentados, porque lo que desea el insurgente es obtener lo que el potentado posee, que no es sólo el mando, sino también la vacuidad con que se maneja el potentado, y es imposible mientras está insurgiendo, observar otras fuerzas mientras sólo sea una visión, la económica, el flanco por donde vea el ataque principal, si no está transformándose dentro de sí de otras fuerzas más capitales que la circunstancial de esa era que vive, la cual lo hará copartícipe de otra variante derrotada a la vuelta de unos años.
La Historia no es posible porque sólo vive de los hechos extremadamente limitados de una manera estrafalariamente limitada de una visión que no ve al mundo como Algo cercano sino como pieza para su juego caprichoso. Supone cambios en el entorno ambiental porque la Tierra está que se lo traga, pero cree que sólo tragará a los potentados del capital, mientras los cambios atmosféricos los producimos vendiendo kilotones de subsuelo para nuestro general envenenamiento. El cambio radical no nos estila porque estamos siendo generosos con nuestros paisanos, cuando los potentados no lo sean más allá de sus mascotas, mientras tanto servimos gaseosas, azúcar y triglicéridos en las mesas ambientales, de educación o de salud. Esa Historia es un ego náufrago indigente.
Definitivo, el ego, ÉSE es el constructor de la Historia, la humanidad no es tal, apenas un bojote bruto en un carrito chocón de un parque mecánico, mientras el planeta intenta cómo zafarse de quien la escribe y quien espera el próximo turno. Pero no me lo creerían si avanzo un párrafo más.
Por: Arnulfo Poyer Márquez
La Historia no existe. Un riquísimo tránsito empobrecido por los torpes pasos de una humanidad ciega y deforme en el laberinto por ella disfrutado y enloquecida, la ha transformado en la balletista en un concierto amorfo donde la ciencia, esa choferesa ciega parece disfrutar de los desvaríos de quien pudiera servir de comodoro o consejero, que mas bien semeja un mazo de naipes dispuesto para un “solitario” de la choferesa-auriga mientras dirige a sus caballos desbocados.
La Historia no es una ciencia de los pasos de la humanidad, sino de las malacrianzas de una mitad de ella, el hombre, puesto que la mujer no ha salido del gineceo, y aún hoy con casi todas sus capacidades suprimidas, ella se lo cree cuando escala en posiciones en una plataforma creada por el hombre. Al contrario, la pobre ignorante ha aceptado la venia del inepto para terminar el resto que queda en el tobogán del suicidio, y hoy la vemos orgullosa cundida de medallas en el camino, sin ni siquiera detenerse un momento si eso que cree que florece para ella es camino o mortaja de su féretro.
La Historia no es el camino de virtudes sino del poder, que la virtud misma es una imposición del antojo del poder, para degollarla cuando ésta está en vías de usurparlo. Es el canto de los victoriosos que son los que cuentan las manos cortadas de cuantos han pretendido señalar nuevas estrellas. Los derrotados aparecen como hongos al alumbramiento de nuevas generaciones, y sólo como hongos son estudiados sus méritos mutilados, fantaseados, degenerados.
La Historia no es ciencia de todo el mundo, pues el supuesto mundo está sostenido por castas. Los visionarios tienen sus días contados, aún antes de su muerte, las castas manejan los idearios, hablan por los visionarios, y cuando apenas hay unas herramientas conseguidas, las castas roban el presente, las herramientas, matando a todo aquel que surja en contra del visionario. Surgen entonces los enemigos de los visionarios, y el ego sigue campante con su guadaña a la espera de otro salvador.
La Historia no la hacen los desamparados o las mayorías; ellos o ellas mueven las ruedas de los potentados, para que anden sobre la mullida escritura de la Historia, en tanto andan sobre alfombras de cadáveres, vivos o muertos, que les celebran con banderitas, el honor de sus naciones. Los potentados cuentan las gemas y los astros que vayan al tono del color de las fechas para no deslucir la perpetuidad que se han abrogado.
La Historia no cuenta otras historias que vive a diario la humanidad, cuando sólo es el número estadístico en los anales de la torpe economía, la que busca adueñarse de la vida entera, mientras se mueren de mengua infinitas interpretaciones que van más allá de una interpretación de pizarrón, y es incapaz de ver fuerzas tras un numerado cielo azul. El poder natural es vilipendiado porque no es competencia ante poderes que intenta derrumbar, sin ni siquiera observar que esa torpeza lo convierte sin remedio en un bocado exquisito de los potentados, porque lo que desea el insurgente es obtener lo que el potentado posee, que no es sólo el mando, sino también la vacuidad con que se maneja el potentado, y es imposible mientras está insurgiendo, observar otras fuerzas mientras sólo sea una visión, la económica, el flanco por donde vea el ataque principal, si no está transformándose dentro de sí de otras fuerzas más capitales que la circunstancial de esa era que vive, la cual lo hará copartícipe de otra variante derrotada a la vuelta de unos años.
La Historia no es posible porque sólo vive de los hechos extremadamente limitados de una manera estrafalariamente limitada de una visión que no ve al mundo como Algo cercano sino como pieza para su juego caprichoso. Supone cambios en el entorno ambiental porque la Tierra está que se lo traga, pero cree que sólo tragará a los potentados del capital, mientras los cambios atmosféricos los producimos vendiendo kilotones de subsuelo para nuestro general envenenamiento. El cambio radical no nos estila porque estamos siendo generosos con nuestros paisanos, cuando los potentados no lo sean más allá de sus mascotas, mientras tanto servimos gaseosas, azúcar y triglicéridos en las mesas ambientales, de educación o de salud. Esa Historia es un ego náufrago indigente.
Definitivo, el ego, ÉSE es el constructor de la Historia, la humanidad no es tal, apenas un bojote bruto en un carrito chocón de un parque mecánico, mientras el planeta intenta cómo zafarse de quien la escribe y quien espera el próximo turno. Pero no me lo creerían si avanzo un párrafo más.
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