La estabilidad de Marruecos está en peligro
Por: Dmitri Bábich,
RIA Novosti
El atentado con explosivos en una cafetería de la antigua ciudad de Marrakech, uno de los centros turísticos de Marruecos, sembró la inestabilidad en este país, exótico y muy visitado por los amantes del mundo árabe.
Marruecos sufrió los últimos atentados serios en 2003, cuando doce terroristas suicidas perpetraron una serie de explosiones en un mismo día en el centro económico del país, la ciudad de Casablanca. El número de víctimas alcanzó la cifra de 45 personas. Esta vez también podría tratarse de un terrorista suicida. Los testigos mencionan a un hombre que entró en la cafetería y pidió un zumo de naranja. Posteriormente retumbó la explosión y en el cuerpo de uno de los 16 muertos se encontró gran cantidad de clavos, con los cuales, todo parece indicar, estaba relleno el artefacto explosivo.
Si la versión de los fundamentalistas islámicos se confirma, la lógica llevará a pensar que cualquier concesión a los radicales no es más que generar nuevos problemas. Hace poco, el pasado 14 de abril, el Rey de Marruecos, Mohamed VI anunciaba la amnistía de un grupo de activistas del movimiento “Salafiya y Yihadiya” (los salafistas son los más rigurosos dentro del Islam). Además, también está ganando adeptos el “movimiento del 20 de febrero”, bautizado así por las manifestaciones que tuvieron lugar ese día del año en curso y cuyo propósito persigue la realización de reformas políticas.
¿Cuáles podrían ser los objetivos de los terroristas? Uno de ellos parece evidente y no es otro que desestabilizar el último enclave de tranquilidad en el Magreb. Hasta el momento, Marruecos ha conseguido sortear el terremoto político que azota al mundo árabe, gracias a una sabia combinación de tradición y reformas, de un poder de mano dura, pero escuchando a la opinión pública; de un Islam reformado y adaptado a los tiempos modernos. A diferencia de la vecina Argelia, donde la república fue proclamada en los años 60 del siglo pasado, el reino de Marruecos no tuvo que pasar por ninguna sangrienta guerra independentista, ni por ninguna lucha intestina. Argelia se enfrentó a una lucha civil después de que se anularan los resultados de las elecciones de 1992, en las que se impusieron los islamistas. Como consecuencia, murieron decenas de miles de personas. Marruecos logró evitar el mismo escenario gracias a las acciones del padre de su actual rey, su Majestad Hasán II, fallecido en 1999.
Mohamed V, el abuelo del monarca actual, había cambiado el título de sultán por el más moderno de rey poco antes de la proclamación de la independencia, en 1957. De esta manera se definió la tendencia general hacia la modernidad en la economía, la política y la vida social de Marruecos. Se conjugó lo moderno con las tradiciones. Marruecos fue el primer país del Magreb en introducir un sistema pluripartidista a principios de los años 60. Al mismo tiempo, el monarca seguía siendo el Jefe de Estado y el símbolo de la nación. Este sistema permitió a la oposición llegar al poder en 1991, pero eran “fuerzas leales a Su Majestad” y no unos alborotadores armados con ametralladoras que tienen por costumbre llamarse oposición en los vastos territorios del mundo islámico, desde Argelia hasta Tayikistán o Afganistán.
Resultaba así que la monarquía era completamente compatible con los tiempos modernos, al igual que la agricultura de las granjas familiares tradicionales es capaz de convivir en armonía con modernos puertos, compañías aéreas y proyectos de centrales nucleares. Hasán II fue un monarca de educación europea, que mantuvo la tradición de su harén y fue el único mandatario del mundo árabe que se permitió durante los años 60 del siglo pasado una actitud noble y tolerante hacia Israel.
Cuando los miembros de la comunidad judía de Marruecos manifestaron el deseo de regresar a sus tierras de origen, Hasan II no les puso ningún impedimento, no les retiró los pasaportes a unas personas que dejaban en Marruecos gran parte de sus vidas y las tumbas de sus antecesores. “Seguiréis siendo mis súbditos”, les dijo a modo de despedida a los que se iban y, gracias a ello, Marruecos fue durante muchos años casi el único escenario de contactos entre los palestinos y los israelíes en el mundo árabe.
El monarca actual, Mohamed VI, que heredó el trono en 1999, siguió aplicando este principio de combinación de las tradiciones con los principios de la modernidad. Ha conseguido así mantener su prestigio entre los súbditos y unas relaciones de buena vecindad con los países árabes e incluso se ha ganado el aprecio de los fervientes defensores de los derechos humanos, entre ellos, el filósofo y escritor francés de origen judío Bernard Henri Levy. Y aunque durante su reinado en el país continuaron los procesos de urbanización y disminución del número de familias de prole numerosa, Marruecos no deja de ser una sociedad tradicional con algunos elementos modernos. Sus habitantes no tienen que demostrarle nada a nadie, viven de la manera que lo han hecho desde siempre, adaptando sabiamente los avances tecnológicos a las tradicionales relaciones entre personas. De ahí su actitud benevolente hacia los extranjeros, incluidos los turistas.
Presenciando el desarrollo de la “primavera árabe”, aplaudida con entusiasmo por Francia y España, el Rey prometió a su pueblo reformas constitucionales. Pero los fundamentalistas islámicos no quieren reformas, su meta es volver a la Edad Media y echar a los extranjeros del país. Es por ello por lo que, entre las víctimas mortales, hay 11 ciudadanos de otros países. Esperemos que los villanos no consigan su objetivo.
Por: Dmitri Bábich,
RIA Novosti
El atentado con explosivos en una cafetería de la antigua ciudad de Marrakech, uno de los centros turísticos de Marruecos, sembró la inestabilidad en este país, exótico y muy visitado por los amantes del mundo árabe.
Marruecos sufrió los últimos atentados serios en 2003, cuando doce terroristas suicidas perpetraron una serie de explosiones en un mismo día en el centro económico del país, la ciudad de Casablanca. El número de víctimas alcanzó la cifra de 45 personas. Esta vez también podría tratarse de un terrorista suicida. Los testigos mencionan a un hombre que entró en la cafetería y pidió un zumo de naranja. Posteriormente retumbó la explosión y en el cuerpo de uno de los 16 muertos se encontró gran cantidad de clavos, con los cuales, todo parece indicar, estaba relleno el artefacto explosivo.
Si la versión de los fundamentalistas islámicos se confirma, la lógica llevará a pensar que cualquier concesión a los radicales no es más que generar nuevos problemas. Hace poco, el pasado 14 de abril, el Rey de Marruecos, Mohamed VI anunciaba la amnistía de un grupo de activistas del movimiento “Salafiya y Yihadiya” (los salafistas son los más rigurosos dentro del Islam). Además, también está ganando adeptos el “movimiento del 20 de febrero”, bautizado así por las manifestaciones que tuvieron lugar ese día del año en curso y cuyo propósito persigue la realización de reformas políticas.
¿Cuáles podrían ser los objetivos de los terroristas? Uno de ellos parece evidente y no es otro que desestabilizar el último enclave de tranquilidad en el Magreb. Hasta el momento, Marruecos ha conseguido sortear el terremoto político que azota al mundo árabe, gracias a una sabia combinación de tradición y reformas, de un poder de mano dura, pero escuchando a la opinión pública; de un Islam reformado y adaptado a los tiempos modernos. A diferencia de la vecina Argelia, donde la república fue proclamada en los años 60 del siglo pasado, el reino de Marruecos no tuvo que pasar por ninguna sangrienta guerra independentista, ni por ninguna lucha intestina. Argelia se enfrentó a una lucha civil después de que se anularan los resultados de las elecciones de 1992, en las que se impusieron los islamistas. Como consecuencia, murieron decenas de miles de personas. Marruecos logró evitar el mismo escenario gracias a las acciones del padre de su actual rey, su Majestad Hasán II, fallecido en 1999.
Mohamed V, el abuelo del monarca actual, había cambiado el título de sultán por el más moderno de rey poco antes de la proclamación de la independencia, en 1957. De esta manera se definió la tendencia general hacia la modernidad en la economía, la política y la vida social de Marruecos. Se conjugó lo moderno con las tradiciones. Marruecos fue el primer país del Magreb en introducir un sistema pluripartidista a principios de los años 60. Al mismo tiempo, el monarca seguía siendo el Jefe de Estado y el símbolo de la nación. Este sistema permitió a la oposición llegar al poder en 1991, pero eran “fuerzas leales a Su Majestad” y no unos alborotadores armados con ametralladoras que tienen por costumbre llamarse oposición en los vastos territorios del mundo islámico, desde Argelia hasta Tayikistán o Afganistán.
Resultaba así que la monarquía era completamente compatible con los tiempos modernos, al igual que la agricultura de las granjas familiares tradicionales es capaz de convivir en armonía con modernos puertos, compañías aéreas y proyectos de centrales nucleares. Hasán II fue un monarca de educación europea, que mantuvo la tradición de su harén y fue el único mandatario del mundo árabe que se permitió durante los años 60 del siglo pasado una actitud noble y tolerante hacia Israel.
Cuando los miembros de la comunidad judía de Marruecos manifestaron el deseo de regresar a sus tierras de origen, Hasan II no les puso ningún impedimento, no les retiró los pasaportes a unas personas que dejaban en Marruecos gran parte de sus vidas y las tumbas de sus antecesores. “Seguiréis siendo mis súbditos”, les dijo a modo de despedida a los que se iban y, gracias a ello, Marruecos fue durante muchos años casi el único escenario de contactos entre los palestinos y los israelíes en el mundo árabe.
El monarca actual, Mohamed VI, que heredó el trono en 1999, siguió aplicando este principio de combinación de las tradiciones con los principios de la modernidad. Ha conseguido así mantener su prestigio entre los súbditos y unas relaciones de buena vecindad con los países árabes e incluso se ha ganado el aprecio de los fervientes defensores de los derechos humanos, entre ellos, el filósofo y escritor francés de origen judío Bernard Henri Levy. Y aunque durante su reinado en el país continuaron los procesos de urbanización y disminución del número de familias de prole numerosa, Marruecos no deja de ser una sociedad tradicional con algunos elementos modernos. Sus habitantes no tienen que demostrarle nada a nadie, viven de la manera que lo han hecho desde siempre, adaptando sabiamente los avances tecnológicos a las tradicionales relaciones entre personas. De ahí su actitud benevolente hacia los extranjeros, incluidos los turistas.
Presenciando el desarrollo de la “primavera árabe”, aplaudida con entusiasmo por Francia y España, el Rey prometió a su pueblo reformas constitucionales. Pero los fundamentalistas islámicos no quieren reformas, su meta es volver a la Edad Media y echar a los extranjeros del país. Es por ello por lo que, entre las víctimas mortales, hay 11 ciudadanos de otros países. Esperemos que los villanos no consigan su objetivo.
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