Rusia está en guerra contra la corrupción, pero los resultados no se ven por ninguna parte
Por: Armando Pérez
Al hacer el balance del año, el presidente de Rusia, Dmitri Medvédev ruso reiteró el compromiso de su gobierno de luchar en todos los frentes contra la corrupción que está desmoronando las instituciones públicas y distorsionando a niveles intolerantes los fundamentos morales de la sociedad rusa.
Y no tanto porque el gobierno o los rusos estén arrepentidos de convivir con ese flagelo tan vergonzoso, sino porque las dimensiones de la corrupción en el país han alcanzado proporciones tan enormes, que sencillamente no alcanza ningún sueldo.
Probablemente empujado por el ritmo del consumo interno o la inflación, el monto promedio de los sobornos en la primera mitad del presente año aumentó un 100 % en comparación con las cifras del año anterior, como constató un informe reciente elaborado por el ministerio ruso del Interior.
Según ese informe, en la parte media de la pirámide de la corrupción, es decir, el comercio y los servicios, el soborno promedio fue de 44.000 rublos (1.400 dólares), mientras que las “mordidas” que pagó la mayoría de los rusos comunes y molientes, arrancaron a partir de los 280 dólares que son casi 8.500 rublos.
Los que más esquilan sobornos entre la población de a pie son la policía, los médicos del servicio público (gratuito), los funcionarios de los servicios sociales y los maestros.
Porque sin pagar sobornos (hasta 500 dólares), no se puede encontrar plazas para los hijos en las guarderías infantiles, un gasto inevitable porque en Rusia ninguna familia de clase baja y media se puede dar el lujo de que la madre permanezca “cuidando la casa y los niños”.
Y una vez solucionado el problema de los más pequeños, los padres deben pagar mordidas por los más grandecitos en las escuelas, y finalmente en las universidades donde los sobornos se pagan por los cupos y hasta por la aprobación de exámenes en cada asignatura.
Para mayor desgracia de la población, la policía, que debería ser la primera en defender la sociedad de todos estos desmanes, es la entidad pública más corrupta.
Empezando por los policías de tráfico, los más desalmados, seguidos por los que vigilan las calles y hasta los agentes que investigan los delitos y operan en las comisarías.
Hasta hace unos años, los policías de tráfico podían cobrar las multas directamente a los conductores, que pagaban sobornos sencillamente para evitar problemas al momento de revisar la documentación de los autos.
Y aunque ahora las multas se pagan en las Cajas de Ahorro y los bancos, los conductores están virtualmente indefensos ante las decisiones arbitrarias de la policía que en algunos casos puede retirar el permiso de conducir, o hasta las placas del coche.
Lo que pasa es que muchas veces pagar sobornos es más cómodo y hasta más económico, sobre todo cuando se trata de tramitar la licencia de conducir.
Entre lo que hay que pagar por la escuela de conducción y por aprobar el examen, es mejor de un tiro desembolsar al policía corrupto 30.000 rublos (cerca de 1.000 dólares) por una licencia de conducir auténtica sin asistir a clases, es decir, sin saber conducir.
La policía que controla las calles cobra sobornos revisando la documentación a los peatones "sospechosos", especialmente los extranjeros y rusos de otras ciudades que no se han registrado en las comisarías durante su estancia provisional, por ejemplo, los que vienen de visita a Moscú.
Sobra decir que los ciudadanos que acuden a las comisarías para registrase también optan por pagar sobornos para que el funcionario de turno, de repente, no encuentre “algunos” inconvenientes, en la mayoría de las veces infundados.
Y en los mercados y rastros públicos, donde se puede comprar productos y artículos de consumo a precios módicos, la policía también recolecta entre los comerciantes callejeros sin licencia o aquellos que venden artículos sin certificación sanitaria, así sean electrodomésticos o ropa.
Los rusos detenidos como sospechosos por la comisión de delito saben muy bien que es posible "comprar" a los investigadores antes de que sus expedientes lleguen a la fiscalía y si llegan, pues todavía queda la posibilidad de poder negociar con los mismos fiscales y hasta con el juez.
La corrupción en la policía y la fiscalía es tan silvestre que la prensa rusa publica incluso el valor de cada uno de los cargos, 100.000 para ser notario, 50.000 dólares para encabezar la jefatura de una comisaría de inspección de tránsito y 10.000 por ser ayudante de fiscal de distrito municipal.
Al comentar la lucha contra la corrupción, Medvédev reconoció que ni el gobierno ni la población están satisfechos con los resultados y propuso la implantación de leyes cada vez más severas para poner fin a este mal.
Algunos expertos afirman que la corrupción en Rusia se puede combatir cuando los funcionarios públicos reciban sueldos altos, se recrudezca la legislación fiscal y se ponga fin a los privilegios y subvenciones de carácter social que por diferentes criterios se distribuye entre la población.
Según sondeos, la mayoría de los rusos piensa que la corrupción comenzará a tambalear a medida en que se imponga la supremacía de la ley depurando de su contenido la más mínima posibilidad de violar su aplicación.
Porque el principal aliciente que tienen los rusos para ser corruptos es la posibilidad de robar casi de forma legal, y en consecuencia, poder salir limpios de toda culpa, conservan todo lo que consiguieron con sus maquinaciones ilícitas, incluso si son sorprendidos con las manos en la masa.
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