Los argumentos para conceder el Premio Nobel de Literatura
Por: Dmitri Kósirev,
RIA Novosti
El Premio Nobel de Literatura 2010 fue concedido al escritor peruano Mario Vargas Llosa.
Críticos literarios suecos calificaron como inesperada esta decisión de la Academia de Suecia, ya que fue el poeta sueco Tomas Transtromer quién encabezaba la lista de favoritos al prestigioso galardón.
Los lectores rusos reconocen talento y estilo de Mario Vargas Llosa que adquirió popularidad en este país ya en la época soviética. Es un héroe de los jóvenes a los que su primera novela La ciudad y los perros (1963 год) hizo reflexionar sobre las condiciones del servicio militatr obligatorio en Rusia, entre otras cosas.
La generación de edad madura, llena de experiencia, lee con gran interés la reciente obra de Mario Vargas Llosa Travesuras de la niña mala (2006), una historia estupenda sobre todo el mundo y la vida presentada como un carnaval que atraviesa épocas y continentes.
Mario Vargas Llosa escribe libros para todos los gustos y sí que merece el Premio Nobel de Literatura.
Hay algo mágico en la proclamación de ganadores del Premio Nobel. Parece que los propios dioses impecables conceden la corona de laurel a aquellos que la merecen.
Nadie se atreve a disputar los premios otorgados por la Academia Sueca en Física, Química o Medicina, es decir, las ciencias exactas. Sin embargo, los Premios Nobel de la Paz y de Literatura siempre suscitan polémicas, debido a una ambigua interpretación de estos conceptos.
¿Qué es necesario hacer para ganar el Nobel de la Paz? ¿Firmar los tratados de paz o luchar contra un régimen supuestamente injusto?
Y ¿qué es la Literatura? ¿Un instrumento de educación, o simplemente un entretenimiento, tanto a través de la lectura como del proceso de creación de los textos?
Se sabe de sobra el procedimiento para otorgan otros premios literarios. Un grupo de personas comunes y corrientes intercambian opiniones, llegan a un acuerdo y otorgan el galardón al autor que prefieren todos. En las mismas circunstancias, otro jurado puede adoptar otra decisión completamente diferente.
Pero la Academia Sueca es un jurado especial y la entrega de los Premios Nobel de la Paz y de Literatura se convierte en un verdadero espectáculo. El criterio principal que se aplica para la selección de los ganadores es el efecto sorpresa.
Los laureados deben desatar intensos debates. Los escándalos relacionados con el Premio de la Paz son muy politizados y una política especial se aplica al Premio de Literatura.
Hace varios años, en calidad de candidato ideal para este galardón fue irónicamente propuesto un holandés cojo, homosexual, nacido en el país centroafricano de Gabón, que escribía versos en portugués. Si tal hombre hubiera existido, le habrían otorgado el Premio Nobel seguramente.
Por otro parte, el método tradicional de entrega de premios ya es muy aburrido. Todo el mundo sabe perfectamente quienes son los mejores autores. Están incluidos en la nómina de escritores postulados al Nobel en la que ya quedarán para siempre.
La lista de favoritos abarca a Haruki Murakami, Salman Rushdie, Umberto Eco, Mario Vargas Llosa , etc.
Todos merecen el Premio Nobel y deberían recibirlo uno tras otro. Este año, fue Vargas Llosa el galardonado. Dentro de tres años, la Academia eligirá al nuevo laureado de la citada lista.
Este método no es el mejor. Quizás, sea más oportuno dar una sorpresa grata anualmente?
Pues, bien, ¿qué pretendió decir la Academia sueca al seleccionar a este poeta peruano, intelectual, guapo, viajador infatigable y candidato a la presidencia del Peru en 1990?
Quizás, le otorgaron el premio porque, a los 70 años, este escritor publicó una novela experimental. Quizás, porque el mundo es muy grande, e incluye países como el Perú o República Dominicana donde vive la gente común y corriente descrita en varias obras maestras.
Quizás porque hay escritores cuyas obras reposan en cada estantería para que se puedan ser leídas en cualquier momento, por ejemplo: “Tío Pancracio había enviudado hacía siglos, caminaba con los pies abiertos marcando las diez y diez, y en la familia se comentaban maliciosamente sus visitas porque no tenía reparo en pellizcar a las sirvientas a la vista de todos. Se pintaba el pelo, usaba reloj de bolsillo con leontina plateada y se lo podía ver a diario, en las esquinas del jirón de la Unión, a las seis de la tarde, piropeando a las oficinistas”.
¿Quién es este tío Pancracio y dónde está el jirón de la Unión? ¿En Miraflores o en otro sitio? Y ¿para qué necesitamos leer todo eso? Quizás, para saber y sentir que somos necesarios en este mundo, para entenderlo y alegrarse. ¿Acaso no es esta nuestra misión?
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