Ahora todos somos BP
Por: Anne McClintock
CounterPunch
Traducido para Rebelión por Nora Fernández
La pérdida constante de petróleo en el Golfo se ha convertido en una guerra permanente. Una calamidad de enorme magnitud y al mismo tiempo una extraña militarización del conflicto que ha transformado el lenguaje de esta crisis en lenguaje de guerra.
El lenguaje de guerra sale de las bocas de los funcionarios locales, de la televisión, de los guardacostas y de los periodistas. En una campaña frenética para proteger a Louisiana, el Gobernador Bobby Jindal exhorta a las cámaras de televisión: “Necesitamos ver que esto es una guerra... una guerra para salvar Luisiana... una guerra para proteger nuestro estilo de vida.”
Billy Nungesser, infatigable presidente de la congregación Plaquemines, implora a quien quiera escucharle: “Pelearemos esta guerra… perseveraremos para ganar esta guerra”.
Para James Carville, estratega del Partido Demócrata en Ragin Cajun: “Esto es literalmente una guerra... es una invasión... necesitamos que alguien diga “Tendremos que pelear en las playas...””
El general retirado Russell Honore, testigo del desastre del Katrina, insiste: “Tendremos que actuar como si esto fuera la Tercera Guerra Mundial. Tratar esto como una invasión... igual que lo que decidimos sobre los terroristas. Tenemos que encontrar el petróleo y matarlo”.
¿Encontrar el petróleo y matarlo? Este es un lenguaje extraño, hablar de guerra y de matar al petróleo. Incluso el presidente Obama trató de encender a la nación invocando el 11-S, describiendo la pérdida como una invasión, un estado de sitio, un ataque terrorista. La militarización del desastre se ha convertido en una regla invisible, tanto que es difícil ver lo inapropiada y peligrosa que es, actualmente, esta analogía de guerra.
Visite el sitio de BP (una de las experiencias más surrealistas de Internet, de tipo Alicia a través del espejo) y verá la palabra “matar” -favorita palabra falsamente técnica- que aparece como un encantamiento ritual. “Matar el pozo, matar la pérdida, matar el petróleo”, que se une a “matar el barro (el barro que va a matar la pérdida) y matar las líneas” (las líneas que siguen a las cañerías que matan la pérdida). Todo este lenguaje de matar tiene un aire, un tono de que sabemos lo que hacemos, pero cuando se acumula se torna extraño; termina en el “disparo de basura” -el extraño disparo de gomas y pelotas de golf que BP lanzó a la pérdida para “matarla”- como si tirándole suficiente basura expiatoria de nuestras actividades empapadas en aceite negro al cieno del dios-petróleo pudiéramos evitar que siga escupiendo muerte.
Está ocurriendo demasiado “asesinato verbal” aquí y, efectivamente, el Golfo parece que está sangrando: una caótica y enorme mancha rojiza-anaranjada se extiende hacia el horizonte. Sesenta y tres días, y contando, y la erupción de petróleo sangra imparable más allá de los 100.000 barriles (la secreta estimación original de BP), pasados los 400.000 barriles y más... Realmente no tenemos idea de cuánto. En este, nuestro verano de mágico contar.
En CNN, Wolf Blitzer mira el horizonte gris de Louisiana y declara: “Parece una campaña militar y… pesadas cargas de arena en helicópteros que la llevan a las líneas del frente de batalla contra el petróleo”. Yo miro, pero a mi no parece una campaña militar. Claro, unos pocos helicópteros Blackhawk y Chinook tiran bolsas de arena a un mar amarillento-café sobrevolado por unas pocas desventuradas gaviotas, pero no es un frente de batalla. Esto es, de hecho, tan diferente de una guerra como uno pueda imaginarse. Los humedales de Louisiana beben calmadamente el exudado café; quién sabe dónde, los pájaros solitarios se mueven con esfuerzo bajo el lento abrazo del petróleo; los delfines miran con las bocas abiertas en las playas; una ballena muerta es arrastrada a la orilla. No, esto no es una guerra. Sólo con una tremenda falta de imaginación puede uno ver esto como una Guerra.
Entonces, ¿porque hay gente que llama guerra a esta calamidad y por qué importa que lo hagan?
Llamar al petróleo “el enemigo” nos ayuda a no preguntar quién es el culpable en primer lugar. Llamar a la respuesta un “frente de batalla” nos ayuda a no preguntar quién, además de los militares, debería estar al cargo. Llamar al derrame una “invasión” nos ayuda a no ver que nuestra cultura global de militarización es lo que nos ha traído a este desastre en primer lugar. Llamar al derrame “guerra” sólo alimenta la militarización dominante que ha producido la crisis. Y llamar al petróleo “enemigo” ayuda a no admitir en qué medida nosotros, los consumidores, al despertar al petróleo de su anciano sueño para alimentar nuestras vidas dependientes de él, somos los más cómplices de todo.
Una circularidad profética toma forma mientras el derrame se maneja en los mismos términos que lo produjeron: los de la guerra. Más importante, militarizar la catástrofe como si fuera una guerra se convierte en una forma de encubrir que el medio ambiente es una catástrofe de la guerra.
Una alquimia inquietante funciona aquí en este lenguaje militar. “¡Jindal ha declarado la guerra!” grita el Florida Pundit. Pero, ¿a quién ha declarado la guerra el Gobernador Jindal? ¿A BP, criminalmente irresponsable? ¿Al gobierno de Obama por fallar en hacer algo? ¿A la cada vez más invisible pero culpable Halliburton? (Donde está Halliburton hay dolor). El Sunday Herald, por decir, ha rogado al Congreso que no culpe a BP: “El enemigo es el petróleo,” ha argumentado, “no BP.” El almirante Allen describe el petróleo como “un enemigo insidioso que continúa atacando en diferentes lugares”. Vistos a través del prisma de la guerra, el petróleo y la naturaleza son el enemigo, porque han erupcionado más allá de nuestro control. Adoptar una postura de guerra contra la naturaleza no es nuevo. Un discurso largo y establecido de “conquistar lo silvestre, lo salvaje” está al alcance para justificar nuestro asalto rapaz sobre las formas de vida que nos rodean. Perfora, querido, perfora. Entonces, cuando todo se vuelve horrorosamente equivocado, mata, querido, mata.
Y por si todo pareciera simplemente metafórico, allí está Rush Limbaugh, para él la maldita explosión de la torre no fue simplemente una metáfora, sino un acto de guerra real. Limbaugh dice que la torre probablemente fue atacada por un “gobierno extranjero” con culpables que van desde “musulmanes terroristas a los chinos rojos, Venezuela y más allá”. Michael Savage ha comenzado al mismo tiempo a vender la misma historia, pero involucrando a Corea del Norte, detrás del “ataque”. Mencione a su terrorista favorito –cualquiera- es la guerra.
El lenguaje de guerra de Limbaugh, Savage y compañía sería irrisorio si no viniera a converger con la militarización general del derrame. El senador Bill Nelson (Demócrata por Florida) está pidiendo que los militares se hagan cargo. Pero ¿qué parte de la experiencia y conocimiento militar, me pregunto, hace que Nelson crea que las fuerzas armadas pueden detener el petróleo que se extiende sobre el lecho del océano, o se hagan cargo de la respuesta masiva? ¿Acaso tenemos capacidad militar para hacerlo, en primer lugar? Claro que tenemos. Podemos enviar un zángano depredador y apuntar con un misil vaporizador de petróleo el derrame, presionar el botón “si-hemos-soñado-lo-suficiente” y listo, funciona a la perfección.
Una ironía dolorosa se hace obvia: no podemos enviar al ejército porque éste ya está desplegado al máximo peleando dos guerras ruinosas en ultramar, ambas precisamente para asegurarnos el petróleo necesario para lubricar nuestro derrochador estilo de vida y mantener nuestras fuerzas militares móviles globalmente. Pero los militares, que apenas pueden manejar esas guerras de ultramar, mucho menos pueden lidiar con las catástrofes que sufre el medio ambiente en casa –extendidos a tal punto que los soldados vuelven a casa afectados por estrés pos-traumático tan severo que se suicidan a un ritmo de dieciocho diarios-
Envolver la catástrofe en lenguaje de guerra oculta el agujero político en el corazón de esta limpieza, la falla sistémica de la administración para regular a BP, Halliburton y al resto antes de la explosión, se corresponde con su increíble impotencia posterior a ésta. Estamos en el segundo mes y Nungesser todavía está rogando para saber quién está al cargo. Incluso el almirante Thad Allen ha dicho a los periodistas: "Empujar a BP fuera provocaría la pregunta: ¿reemplazarlos con que?” Las agencias civiles fuertes y responsables que deberían responder en estos casos están destripadas por decenios de desregulación –que es lo que quiere la extrema derecha- Las exigencias de los republicanos ya han pasado de “limitar” a “desmantelar” el gobierno favoreciendo un sistema implementado y vigilado por los mismos voraces barones de la energía y las finanzas que han causado esta crisis en primer lugar.
En un mundo de promiscua desregulación, los gigantes petroleros como BP corren riesgos obscenos y arrasan con bonanzas que ni soñaron. BP, la tercera petrolera del mundo, tiene ganancias anuales de 14.000 millones de dólares; el año pasado ganó 17.000 millones, y llevaba 9.000 millones en el primer cuarto de este año. El Oficial Corporativo Ejecutivo de BP anterior a Tony Hayward, Lord John Browne (con un sueldo de 11 millones anuales -el ejecutivo mejor pagado del Reino Unido) era tan adicto a las ganancias que cortó costos de seguridad a diestra y siniestra. BP es famosa por estar entre los mayores violadores de seguridad globales. Sólo el año pasado, según la OSHA, BP acumuló más de 700 violaciones, más de 10 violaciones diarias. El plan del Grupo de Respuesta a un Derrame en el Golfo ha sido tan improvisado que hablaba de morsas y nutrias aunque ninguna de estas especies habita el Golfo.
Las bonanzas petroleras de la compañía son tan vastas que cuando las compañías son multadas por derrames, las multas frecuentemente equivalen a unos días de las ganancias anuales. Las multas a Exxon Valdes fueron reducidas por el juez Robert de la Suprema Corte, pasando de 5.000 millones a 500 millones de dólares, ninguno de los empleados de la empresa vio una celda por dentro. Entonces, ¿para qué preocuparse de aplicar regulaciones de seguridad? Y cuando las regulaciones de seguridad se violan sistemáticamente, bueno, pasan cosas, como un océano muerto.
Y cuando estas cosas pasan, ¿que hacemos? ¿Quién está al cargo? El gobernador Jindal grita de nuevo: “Esto es una Guerra. Tenemos que adaptarnos”. El problema es que hay muy poco con lo que adaptarnos: espumaderas, sacos de arena, palas, barcas anticuadas con aspiradoras improvisadas tratando de absorber el océano que se va volviendo negro. En la televisión, veo hombres vestidos de blanco, con una pequeña aspiradora en la mano, frente al enorme derrame de petróleo. Algunos lo llaman ridiculizándolo “ingeniería de Cajun”. Absurdo, si no fuera terrible.
La salvajemente desregulada industria petrolera está dirigida por las ganancias a tal grado que no ha habido ni republicano ni demócrata interesado en desarrollar tecnología alguna para limpiar derrames en los últimos 40 años. O desde el desastre de Santa Bárbara en 1969, desde que todos usábamos máquinas de escribir. La industria del petróleo tiene una fabulosa tecnología para perforar a profundidades de ciencia ficción, a profundidades de Julio Verne, pero todavía usa anticuados métodos -tronadoras, esteras mojadas y palas para limpiar. Espumaderas poco efectivas vuelven a la orilla cargando un 10% de petróleo y un 90% de agua. Las máquinas de Kevin Costner, que salvarían el día, no están todavía en acción. Las tronadoras se enredan con cada ráfaga y se lanzan desde la costa con poco o ningún. Miro mientras los hombres mueven sus trapeadores en el exudado café.
¿Donde está el R y D en favor de tecnología limpia? Mientras escribo esto me digo: puedo tocar my ipad y en unos segundos traer del espacio un libro invisible que se adelanta sin que lo veamos por los cielos estrellados para materializarse mágicamente en páginas entre mis dedos. ¿Podemos hacer esta increíble hazaña, pero no avanzamos técnicamente en la tarea de recoger el petróleo que incesantemente derramamos? ¿Por qué?
No es como si no hubiera suficientes derrames como para invertir dinero de R y D. La increíble falsedad de lo que dijo Obama en abril -que las torres petroleras generalmente no causan derrames”- difícilmente puede encontrar. De hecho, se ha derramado en el mundo, cada siete meses, tanto petróleo como el que derramó la Exxon Valdes. Solamente en el devastado delta del Níger, donde las compañías petroleras han operado fuera de la ley y el escritor activista Ken Saro Wiwa fue ejecutado por oponerse, se ha derramado cada año más petróleo que el que se está derramando ahora mismo en el Golfo.
Pero, ¿a quien le importa? Estos derrames ocurren lentamente, cada día y lejos, fuera del rango de la sensacionalista prensa estadounidense, evadiendo los noticieros de horas claves. Por eso Doug Suttels, el jefe de BP, pudo mentir a Tom Costello de NBC, diciendo que BP no ha desarrollado tecnología para remediar derrames porque “ha habido muy pocos derrames”. Por eso cuando un ingeniero de BP avisó de que Deep Horizon era una “torre de pesadilla,” otro oficial de BP le respondió electrónicamente diciendo: “¿A quien le importa? Está hecho... Estamos bien”.
No estamos bien, pero quizás llamando a esto “guerra” lidiamos con los sentimientos de impotencia dándole forma simbólica familiar al caos desconocido. Quizás se militariza el miedo, toma una forma violenta tranquilizadora. Ciertamente, los estadounidenses somos particularmente propensos a desplegar un lenguaje de guerra para lidiar con las crisis sociales. Pretendemos pelear una guerra sobre muchas cosas que no se asemejan a peleas: hacemos la guerra a las drogas, al crimen, a la pobreza, al sida, la continua guerra al terror, y ahora hacemos la guerra al petróleo. La militarización de nuestra cultura se ha vuelto tan dominante que cada crisis del capitalismo neoliberal que se acerca se ve como la próxima guerra.
Pronto, durante el derrame, la militarización del Golfo se extendió hasta los periodistas, una alianza variopinta entre los contratistas de BP y la Guardia Marina evitando que cubrieran el desastre con excusas de que el Golfo era una zona de guerra. Luego de protestas el almirante Allen aseguró a la prensa que tendrían “acceso sin inhibición” pero los bloqueos sólo aumentaron -permisos para sobrevolar el área se revocaron, las fotografías de las playas públicas fueron prohibidas y los trabajadores que limpiaban fueron silenciados. Los miembros de la Guardia Nacional impedían filmar los pájaros afectados, incluso a CNN. La pregunta de por qué el presidente Obama, quien basó su campaña en la promesa de transparencia, se habría unido secretamente a BP en el bloqueo a la prensa, impidiendo incluso al New York Times sobrevolar “el Punto Cero”, ¿referencia militar sobre un desastre industrial? Un oficial de la Guarda Costera se refirió a un periodista como “prensa incrustada” ¿incrustada exactamente en qué?
Todo este lenguaje de guerra sería entendible, incluso defendible, si no fuera fatalmente circular, un círculo vicioso. BP no estaría perforando en el Golfo (a una profundidad mayor de la que sabe perforar) de no ser por la relación única de ganancia que tiene con la maquinaria de guerra de los Estados Unidos. El Departamento de Defensa (DdD) de los Estados Unidos compra más petróleo que ninguna otra entidad de planeta. La protección del petróleo de ultramar se cuestiona tan poco que hasta el Secretario del DdD, Gates, ha advertido sobre la creciente militarización de la política extranjera del país. Y, alimentando esta militarización, el Pentágono que usa el 75% del petróleo comprado por el DdD –para sus aviones, bombarderos, zánganos, tanques y Humvees-. Para seguir comprando este petróleo, los militares tienen que continuar protegiendo nuestros intereses petroleros regionales, dos tercios de los cuales están ahora en zonas propensas al conflicto. Las bases militares de los Estados Unidos en Iraq y Afganistán usan el monto increíble de 90 millones de galones de petróleo al mes. Y el DoD continúa expandiéndose, lo que significa comprar más petróleo.
¿Petróleo de quién? En 2009 BP fue el mayor contratista del Pentágono –con contratos por 2.200 millones de dólares-. El DdD tiene una antigua relación comercial multimillonaria con BP, que dice no tener intención de terminar, incluso ahora, tras el desastre del Golfo. Y a pesar de tener conocimiento de que BP ha acumulado hasta el 97% de todas las violaciones flagrantes a la seguridad. En 2005, el DdD pagó 1.500 millones de dólares a BP. De hecho el 16% de las ganancias de BP del año pasado fueron resultado sólo de sus ventas al Pentágono.
Teniendo esto en cuenta, haríamos bien en recordar que la militarización es la causa número uno de la destrucción del medio ambiente en el mundo, y que las facilidades militares de producción, exentas de restricciones medioambientales, son los lugares más devastados ecológicamente que existen en la tierra. Nosotros perforamos, nosotros derramamos; la naturaleza paga la boleta.
Culpar a BP significa que no tenemos que admitir nuestra complicidad como consumidores en la lenta matanza química que hemos desatado sobre el planeta. Culpar a BP significa que no tenemos que mirar seriamente en el espejo retrovisor de los autos que manejamos, o muy profundamente en las botellas plásticas de las que bebemos. El año pasado los estadounidenses hemos bebido de suficientes botellas de agua de plástico como para extendernos alrededor del mundo 190 veces. Culpar a BP significa que no tenemos que admitir que nuestra adicción al petróleo tiene a la política exterior de los Estados Unidos esclava de “petrodéspotas” y oligarcas.
BP no estaría perforando en el Golfo, en primer lugar, si no estuviera ganando impías y monstruosas ganancias gracias al lujoso atracón de petróleo que nos estamos dando. Ciudadanos de una nación que tiene apretado el pedal de la gasolina hasta que toca el metal, nosotros quienes lo consumimos, somos especialmente cómplices de nuestro estilo de vida derrochador que devora 30% de las materias primas usadas por el mundo entero cada año. Nosotros alimentamos nuestros vehículos, camiones, aviones, helicópteros, gigantescos centros de compra y bases militares con el 25% de todo el petróleo de la tierra. Cada uno de nosotros, que maneja uno, dos, tres autos, es cómplice. Cada uno de nosotros que compra con bolsas de plástico es cómplice. Cada uno de nosotros que recorre centros comerciales artificialmente mantenidos a temperatura tropical en invierno, es cómplice. Todos somos cómplices de esta calamidad. Todos somos BP.
Fuente: http://www.counterpunch.org/mcclintock06242010.html
rCR
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