Erase una vez un 11, 12 ,13 y 14 de abril

Erase una vez un 11, 12 ,13 y 14 de abril
Por: Douglas Bolivar

Me parece provechoso que la gente ande contando sus vivencias enmarcadas en el golpe de abril. Magnífico sería que cada venezolano, que aquellos días se jugó el pellejo y el futuro, garrapatee dos o tres cuartillas y que entonces hagamos un gran libro nacional con esas millones de historias, y que cada año a ese libro se incorporen historias rezagadas para que esta actualización se constituya en el vivo y llameante recuerdo de lo que somos y, sobre todo, de lo que no queremos ser nunca más.


A mi vez, nunca incursioné a relatar mis peripecias porque además de opacas y aburridas, antes pensaba que podía interpretarse como un hecho oportunista andar por ahí contando “nuestro papel protagónico” durante el golpe. Estuve equivocado, según pienso ahora.

En la época era yo un desorientado (ya lo he dicho tantas veces) reportero policial, así que el 11 de abril de 2002 llegué a la vieja oficina de prensa de la PTJ en Parque Carabobo (luego clausurada) bostezando, sin la menor sospecha de que unos coños de madre habían decidido asaltar el poder sangrientamente ese día. Esa mañana la patota de sucesos supo de una escabechina en la prisión de Yare, pero sólo unos pocos se tiraron el maratón, porque muchos presentíamos que en Caracas se podía conseguir mucho material, si bien nadie llegó a sospechar nunca el desenlace del día, pues ni siquiera se tenía la certeza de que la concentración de Chuao fuese a ser enviada a Miraflores como señuelo (carne de cañón), si bien es verdad que la cuerda política más tensada no podía estar (usted revisa en retrospección si había verdaderos motivos para quítame esta pajita y no hallará atisbo de uno).

Por ahí a las 11 se reporta un enfrentamiento en la UCV entre encapuchados y PM. Pero era atípico, porque desde adentro estaban disparando plomo grueso, que incluso replegó a los uniformados hacia la retaguardia de la plaza Las Tres Gracias, donde el comisario Emigdio Delgado –jefe de orden público- se juntaba con los periodistas para comunicarles, con los ojos desorbitados, que les estaban tirando a matar incluso con ametralladoras, de modo que los sabuesos informativos no acomodamos bien acomodados detrás de las paredes de la sede de Toyota, cuando en manifestaciones ordinarias uno se paseaba entre uno y otro bando alegremente. Éramos, pues, y por un instante, corresponsales de guerra, puesto que plomo iba y plomo venía silbándole en las orejas a los intrusos.

Y así unas dos horas, hasta que Delgado emitió la orden de retirada total hacia el centro, lo que por supuesto nos indicó que algo escabroso estaba ocurriendo, pero todavía sin remotamente sospechar que ya estaba activado el golpe. Luego supe que la desaparecida de la PM de Las Tres Gracias fue una estrategia inmediata al “vamos a Miraflores”.

Detrás del ulular de las patrullas policiales iban las unidades de prensa, pero sólo tuvimos acceso hasta Plaza España, porque a partir de ese punto el paso por la Urdaneta estaba truncado. Hasta ahí supe de mis compañeras de fuente, porque me bajé e hice el camino a pie hasta Miraflores: allí tampoco se tenía certeza del golpe. Por mi parte creía que los marchistas serían detenidos en la avenida Bolívar.

Entre dos y un cuarto para las cuatro de la tarde estuve entre haciendo y deshaciendo el camino que va de Puente Llaguno (ignoraba su nombre, merecería rechiflas si dijera diferente) a la parte de atrás de Miraflores, por la zona de El Calvario, donde piquetes de la GN retenían a los esquizoides escuálidos. Por ahí andaba mi pana Edgardo Lanz, sin camisas y con un trapo de vinagre en la boca para escurrir los gases lacrimógenos, lanzando piedras como un loco hacia el bando enemigo: estaba haciendo la revolución. En el ir y venir, me encontré por primera vez ese día con Orlando Luna, quien me dijo que ya se había reportado el primer muerto en nuestras filas. Me acerqué a un hospital de campaña en el Palacio Blanco, donde estaban siendo atendidos los heridos. Sigo caminando y vuelvo a topar con Luna, quien para este momento ya tenía claridad de la insurrección, lo que quizá lo llevó a lanzarme una afirmación que quedó de relieve en mis recuerdos y que nunca pude confirmar: el arribo a Palacio de Douglas Bravo para calzarse el fusil, porque bien que tuviera diferencias con Chávez, pero lejos de servirle el país de nuevo a la oligarquía.

Agotado de tanto caminar, y aprisionado por el tiempo en razón de tener que irme a la redacción a pergeñar mis líneas de la jornada ucevista, tuve que desandar la Urdaneta porque piquetes de PM o GN (no remember) impedían tomar atajos hacia El Silencio. Haciendo la L (ele), desemboqué en la esquina de Pajaritos, donde los gases causaban estragos en el sifrinaje. La actriz Amanda Gutiérrez andaba por ese tramo histérica contra el Gobierno que les echaba gasecitos, mientras que Leopoldo Martínez, frustrado ministro de Economía, le rogaba a ella y a la manada que se quedaran, que aguantaran un poco más, que la PM los iba a proteger. Agoté mis intentos de obtener información valiosa de la escena y seguí irternándome hacia la esquina de Puerto Escondido, pero en las cerámicas de Plaza Caracas me consigo con un fotógrafo que recién comenzaba en El Nuevo País que me gritó: Mataron a Tortoza. Volé hacia la esquina de Pedrera, pero ya se habían llevado el cuerpo de Tortoza, pero frente a Korda Moda yacía el cuerpo exangüe de Borbones.

Al borde las 5 de la tarde llegué a la redacción y me imbuí en la atmósfera que había sembrado la cadena presidencial, todavía en marcha cuando arribé a mi puesto: las televisoras se habían alzado dividiendo la pantalla. En redacción me parece que incluso todavía no se tenía claridad del golpe (al menos no los asalariados).

Empezó a tejerse la noche y el famoso video de Otto Nestauld y demás desconocimientos militares empezaron a informar claramente que la Revolución Bolivariana estaba siendo acechada por el generalato administrativo que se valía de los cañones mediáticos.

Me quedé en la redacción como hasta las diez, porque hubo una suerte de silencio espeso en determinadas horas, pues se estaba negociando la rendición de Chávez. En veinte minutos llego a casa y renuevo las tensiones por televisión. Me mantengo despierto hasta que Chávez sale de Miraflores, previo al emotivo lloriqueo de la gente de PPT y al Himno Nacional cantado para despedirlo. Pensé yo que salió a Fuerte Tiuna a entregar el poder. Me dormí con tanta incertidumbre como puede caber en la mente de un mortal simple.

Me levanté en las primeras horas para presenciar el acto circense de Napoleón Bravo leyendo la carta de renuncia presidencial, pero sin mostrar la esquela en pantalla, indicio de trampa, como no.

Era viernes, 12 de abril. Me presenté en la sala de prensa policial y me enruté con los periodistas de sucesos que a su vez andaban detrás de Miguel Dao, que estaba allanando todo buscando a Freddy Bernal. Estuve en un allanamiento que se hizo en la avenida Nueva Granada, donde detuvieron creo que a Cabrices, a quien ya Venevisión había convertido en el peor asesino de la historia. Cuando lo descendieron en Parque Carabobo, un pana que por entonces trabajaba en El Nacional le entró a coñazos, creyendo de esta forma que cobraba venganza contra aquel hombre esposado. Estuve también presente en allanamientos que se realizaron en el Ministerio de Salud, en las torres de El Silencio, donde los funcionarios y los periodistas mostraban indignación ante panfletos y camisetas del Ché Guevara, que alegaban era prueba irrefutable de la maldad infinita de los Círculos Bolivarianos.

Cerca del mediodía del 12 de abril corrimos hacia Santa Fe, donde un vecino había informado de la presencia de Ramón Rodríguez Chacín. Los alcaldes López y Capriles ya estaban allí cuando llegamos, dirigiendo el procedimiento y ufanándose -López- de lo que por respuesta le habían dado a Rodríguez Chacín cuando preguntó de qué se le acusaba. Los colmillos les brotaban haciendo el relato. Yo estaba -quizá si miran bien las muchísimas fotografías atisben a un muchacho desgarbado y buenamozo- en el techo del pasillo de la entrada del edificio, donde una vecindad enceguecida de odio pedía sangre e hizo lo que le fue posible por hacerla brotar. Todos se abalanzaron para al menos coscorronear a Rodríguez Chacín.

Luego nos escindimos y yo busqué a la Embajada de Cuba en Chuao, donde ya se anunciaban los ronquidos del fascismo. Pero al retirarme todavía no se había cumplido el asedio que luego vimos en televisión.

Con este almuerzo en el abdomen regreso a la redacción, y me consigo con Orlando Luna en la oficina de la jefa de redacción. Los saludos quedamente y les dejo caer resignado: ese hombre no firmó esa carta. Era la dinamita que necesitaba Luna para estallar: ¡No la firmó, no la firmó! Estaba emocionado de hallar por fin quien compartiera sus impresiones.

En la redacción había suficiente quietud, unos porque miraban regocijados los acontecimientos y otros llenos de incertidumbre. En ese mundillo se presentó la detención de Tarek William y este hecho atizó los ánimos, que rápidamente volvían a su estado inicial. Los míos cobraron una dimensión indescriptible cuando Isaías Rodríguez denunció el golpe de la forma tan lúcida como lo hizo. El aliento de Isaías nos renovó la existencia. Hubo un compañero -hoy haciendo militancia revolucionaria- que quiso clavar banderillas al final de la tarde con un comentario que recuerdo sílaba a sílaba: “Ahora los chavistas se van a tener que mamar un gïevo”. Ya Carmona se había auto juramentado y disuelto la CNRBV y desatado el fascismo.

Entregué mis líneas por ahí a las ocho y me fui caminando a casa (El Silencio a Bellas Artes). Como toda la Venezuela que no estaba en las calles, brincaba de canal en canal. Entonces sintonicé en Televén el programa que llevaba César Miguel Rondón, quien tenía de invitado a Teodoro Petkoff, quien esa mañana había dicho en su pasquín que había que olvidarse de las formas, que después se le buscaría solución constitucional al golpe. Esa misma noche cambió de opinión y descolocó al demócrata que es Rondón, quien abrió la entrevista preguntándole su evaluación de los hechos.

Levantando la mirada apenas terminó la pregunta Rondón, Petkoff fijó su horizonte en la cámara y dijo: Bueno, la verdad es que estamos en presencia de un golpe de Estado. El rostro del moderador se descompuso y retrucó: Pero un golpe muy sui géneris. Muy sui géneris y todo lo que tú quieras, pero un golpe de Estado al fin. A esa hora Petkoff ya sabía que el golpe estaba mal nacido.

Convencido ya de que no lograría imponer su libreto, el moderador demócrata trucó en apologista del golpe: bueno, ya se hizo lo que se hizo, ahora no queda sino meterle el hombro a ver cómo ayudamos.

El acontecimiento me sobresaltó porque era un claro indicador de que entre ellos se había roto la cohesión y que, al mismo tiempo, ellos mismos empezaban a saber que la situación se desvanecía. Supuse que la situación tornaba indescifrable y en mi normalito corazón empezó a transitar mayor cantidad de sangre. Me entró un tiquismiquis y enseguida pegué un telefonazo a un amigo en los bloques de Simón Rodríguez para palpar la situación por la zona y preguntarle si podíamos convertir su hogar en cuartel general. Estuvo de acuerdo y al rato le aterricé. Y luego llegó otro carajo que a través de teléfonos celulares trataba de comunicarse con grupos en las barriadas y también para obtener información de El Valle. De sus afanadas diligencias obtuvo conclusiones que comunicó a la audiencia: Carmona cae en una semana. A pronosticador pa chimbo.

Estuvimos tomándonos lo que había disponible: lavagallo. En la madrugada dormimos un rato y apenas despuntó el día hicimos rueda de reconocimiento por los alrededores de Miraflores, donde había gente desafiando el golpe y recibiendo perdigonazos a tranca y barranca de la PM. Un periodista español que andaba por ahí se hallaba fascinado por la reacción popular, circunstancia que lo convirtió en militante ocasional y estaba desesperado buscando cómo transmitir hacia el exterior. Cerca del mediodía regresamos al cuartel, y en el camino hicimos parada en un kiosco, donde me aprovisioné de todos los periódicos que circularon ese día (a la orden), y que a la fecha conservo y releo de tanto en tanto.

Como a las tres regresé a las inmediaciones palaciegas....... pero como quiera que estas improvisadas y envejecidas (y sospecho que sin cronología exacta) memorias corren el riesgo de ya estar causando aturdimiento en el venerado público, me veo precisado a interrumpirlas, con la promesa de colgar su continuación prontamente (a quien pueda interesar) en el blog: subcomandantebolivar.blogspot.com

Por lo pronto, espero encontrarlos esta noche en predios de Miraflores (o donde quiera que haya que juntarse), para que en cambote reverdezcamos aquellos inolvidables momentos.
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subcomandantebolivar.blogspot.com
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About Ricardo Abud (Chamosaurio)

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