La izquierda mundial y las elecciones iraníes
La izquierda mundial y las elecciones iraníes
Por: Immanuel Wallerstein
La Jornada
Las consecuencias para el mundo de la lucha al interior de Irán no son claras como el cristal. La izquierda mundial no debe ser muda, pero debería ser prudente
Las recientes elecciones en Irán, y los subsecuentes desafíos a su legitimidad, han sido un asunto de enorme conflicto interno en Irán y un debate que parece interminable en el resto del mundo –un debate que amenaza con permanecer por algún tiempo todavía. Una de sus más fascinantes consecuencias es que en esta discusión de escala mundial ha habido una enorme división entre personas que se consideran parte de la izquierda del mundo. Varían en sus puntos de vista –desde ser gente que respalda incondicionalmente el análisis que Ahmadinejad/Jamenei hacen de la situación, a ser oponentes virtualmente incondicionales, con múltiples posiciones intermedias. Esto puede reflejar tanto el estado de la izquierda mundial como la situación en Irán.
¿Qué ha ocurrido en Irán? Hubo una elección. Al parecer hubo una gran afluencia de votantes. El gobierno anunció una victoria arrasadora del presidente en el cargo, Mahmud Ahmadinejad. Los simpatizantes de los otros tres candidatos han hecho la acusación de que las cifras son fraudulentas. Las dos principales bases de estas acusaciones fueron la rapidez y naturaleza cerrada del proceso de conteo y la implausibilidad de algunos resultados de votaciones si se desglosan según las diferentes áreas del país. La autoridad última de Irán, el ayatola Ali Jamenei, aseguró en términos sin ambigüedades que los resultados de las votaciones eran esencialmente correctos y que, como tal, la elección era enteramente legítima. Él ha insistido en que todos reconozcan la validez de los resultados y que dejen de cuestionarlos.
Inmediatamente después de las elecciones grandes números de personas salieron a las calles a protestar los resultados reportados y llamaron a un recuento o a nuevas elecciones. Conforme acumularon vapor estas protestas, Ahmadinejdad/Jamenei respondieron con medidas represivas más y más severas. Las Guardias Revolucionarias y la llamada Basiji (una especie de milicia popular) utilizaron considerable fuerza para sacar a los manifestantes de las calles, mataron a algunos y arrestaron a números significativos en el proceso.
Todavía ahora, las figuras principales de la oposición, el candidato presidencial Mirhosein Musavi y sus dos simpatizantes clave, los ex presidentes Akbar Hashemi Rafsanjani y Mohammad Jatami, continúan arguyendo que las elecciones no produjeron un resultado legítimo. En esto cuentan con el respaldo de los otros dos candidatos en la carrera presidencial, que recibieron menos votos.
¿Qué es lo que quieren estas importantes figuras? Todas alegan ser fieles seguidores de la revolución de 1978-1979 y estar dedicados a la preservación de la república iraní existente. En resumen, no están llamando a un cambio de régimen. Por el contrario, insisten en que son más fieles adherentes del espíritu original de la revolución iraní que el grupo que actualmente está en el poder.
¿Cómo ha interpretado esto la izquierda mundial? La presente situación en Irán no es para nada única. Después de todo, ha habido protestas populares masivas en muchos países de todo el mundo en un momento u otro por mucho tiempo. Así, la izquierda mundial tiene interminables analogías con las cuales comparar la situación iraní. Para empezar, está la revolución iraní de 1978-1979. Pero también está Tienanmen en China, en 1989, las revoluciones de 1968 en incontables países, las llamadas revoluciones de colores, de cosecha reciente en los ex países comunistas, un gran número de acontecimientos en diferentes países latinoamericanos y las huelgas generales en Francia en 1995. Uno podría remontarse a las revoluciones rusa y francesa si así lo deseara.
Con toda seguridad, la izquierda mundial –cualquier cosa que esto sea– no tiene una visión unificada de estas protestas populares. De hecho, uno podría decir que uno de los principales problemas con la izquierda mundial contemporánea es su incoherencia colectiva al encarar la panoplia y notable variedad concreta de tales protestas populares.
La razón de esta incoherencia colectiva es triple. Primero, hay una larga historia de desilusiones con los resultados de dichas protestas populares, especialmente en los últimos 50 años. Segundo, hoy hay una debilidad organizativa objetiva de los movimientos políticos de la izquierda tradicional en la mayoría de los países. (Las principales voces de la izquierda mundial de hoy tienden a ser, en su mayor parte, primordialmente intelectuales con posturas independientes o activistas localizados en muy pequeñas organizaciones.) Tercero, está el hecho de que los llamados análisis de izquierda difieren fundamentalmente en lo que piensan que se debería mirar cuando se analiza las situaciones concretas.
Algunos miran primordialmente las relaciones interestatales. ¿Cuál sería la consecuencia, geopolítica, de que un gobierno particular fuera remplazado por una serie diferente de líderes o, más aun, de que un régimen cambiara hacia uno de diferente tipo? En el caso de Irán en el momento actual, todos saben que está en fuerte conflicto con Estados Unidos (y en menor grado con Europa occidental), sobre todo pero no exclusivamente en lo relacionado con asuntos nucleares. El presidente Ahmadinejad está identificado con una fuerte posición iraní vis-à-vis Estados Unidos. Tanto él como Jamenei han argumentado en repetidas ocasiones que Estados Unidos y Gran Bretaña están tras las protestas populares con el fin de que Ahmadinejad sea retirado del cargo en favor de alguien más maleable desde el punto de vista estadunidense. Hugo Chávez ha ofrecido su total respaldo a Ahmadinejad primordialmente con estos argumentos. Ésta es una forma plausible pero limitada de analizar una situación. Después de todo, pocos izquierdistas apoyarían el actual régimen de Myanmar, que recientemente suprimió brutalmente las manifestaciones de monjes budistas con el argumento de que el gobierno estadunidense anhela ver un cambio de régimen en Myanmar.
O uno podría mirar, más bien, las divisiones de clase al interior de Irán. Algunos autoidentificados miembros de la izquierda mundial argumentan que los simpatizantes de Musavi son en gran medida personas de la clase media o acaudaladas, mientras que Ahmadinejad extrae sus simpatizantes de los estratos populares. Por tanto, dicen, un izquierdista debería respaldar a Ahmadinejad. Algunos otros izquierdistas analizan la situación de modo diferente, argumentando que esto es meramente una lucha entre dos variedades de grupos privilegiados, y que el respaldo de Ahmadinejad en las zonas más pobres de Teherán es en gran medida el resultado de un populismo desde arriba (y peor aún, de un pan y circo al estilo Berlusconi). Otros más apuntan a realidades étnicas entre los estratos más pobres, argumentando que las áreas rurales donde no se habla farsi o que no son chiítas quedan fuera de la distribución populista, están oprimidos y son hostiles a Ahmadinejad, quien representa meramente, dicen, al grupo étnico dominante.
Además, muchos izquierdistas son fundamentalmente anticlericales. Se rehúsan a reconocer la legitimidad de cualquier régimen que se base en el papel central del clero. Nos recuerdan que el actual régimen iraní eliminó sistemáticamente todos los partidos de izquierda no islámicos, incluso aquellos partidos que apoyaron el derrocamiento del cha. Tudeh, el partido comunista iraní, ha condenado los resultados de las elecciones y respalda las demandas de Musavi pese a sus reservas hacia éste.
Hay dos cosas que decir acerca de los levantamientos populares dondequiera que ocurran. La primera es que nunca es fácil para la gente el salir a las calles a exigirle al gobierno que cambie sus políticas. Todos los gobiernos están listos a usar la fuerza contra tales demandas, unos con mayor rapidez que otros. Así que cuando la gente sale a las calles, nunca es sólo porque los de fuera los manipulan. Cuando la CIA arregló el golpe en Irán en 1953, no lo hizo induciendo a que los iraníes salieran a las calles. Lo hizo trabajando tras bambalinas con los oficiales militares. Uno debería respetar la autonomía política de los grupos que, de hecho, se arriesgan a salir a las calles. Es muy fácil culpar a los agitadores externos.
La segunda cosa que hay que decir acerca de los levantamientos populares es que siempre e inevitablemente son una coalición de muchos elementos. Algunos de los manifestantes son aquéllos con agravios específicos inmediatos. Otros buscan cambiar el personal dentro del gobierno pero no el régimen como tal. Y unos quieren cambiar, es decir derrocar, el régimen. Las manifestaciones populares casi nunca lo forma un grupo de personas consistente ideológicamente. Lo normal es que los levantamientos sucedan solamente cuando existen tales coaliciones. Pero esto siempre significa que el resultado poslevantamiento es inherentemente incierto. Así que la izquierda mundial debe ser cuidadosa al ofrecer su respaldo político y moral a los levantamientos populares.
Vivimos en tiempos muy caóticos. No es imposible una estrategia coherente de la izquierda mundial. Pero no será fácil. Y todavía no se logra. Las consecuencias para el mundo de la lucha al interior de Irán no son claras como el cristal. La izquierda mundial no debe ser muda, pero debería ser prudente.
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