Martes, 11 de noviembre de 2008
Las elecciones en EE.UU.
Por: Vicenç Navarro
Sistema
Las limitaciones de gran número de reportajes sobre EE.UU.
Los reportajes e informes sobre las elecciones de EE.UU. se han centrado mucho en la personalidad del candidato vencedor Obama, y muy poco en el contexto que ha determinado su victoria.
Este énfasis en la personalidad, que algunos autores críticos han definido como “mesianismo”, despolitiza un hecho que es profundamente político. En realidad, la victoria de Obama no se puede explicar sin entender el enorme enfado de las clases populares de EE.UU. hacia las instituciones políticas de aquel país, un enfado que antecede la campaña de Obama y que ha alcanzado su cenit con la crisis financiera y la ayuda del gobierno federal a la banca (Wall Street). Mientras mucho se ha hablado de la crisis financiera y económica, poco se ha hablado de la enorme crisis política de EE.UU. que es la causa de la crisis financiera (como explicaré en el texto), y sin la cual, Obama hubiera sido una mera nota de pie de página en estas elecciones. Lo que tales medios parecen no apercibirse es de que no es Obama el que creó la movilización popular, sino que ésta, (resultado de una enorme frustración por parte de las clases populares hacia la clase política) fue la que hizo posible la candidatura de Obama. El énfasis sobre Obama, ignorando el contexto político que lo hizo posible es asumir (como constantemente y erróneamente se hace) que la historia la escriben “grandes personajes”. Lo que está ocurriendo en EE.UU. muestra el error de este supuesto. Y lamento que gran parte de los medios en España (y en EE.UU.) han incurrido en este error. Me explicaré. Pero antes me siento en la necesidad de añadir una nota biográfica. He vivido treinta y cinco años en EE.UU. participando activamente en la vida académica (como profesor de Ciencias Políticas y Políticas Públicas de la The Johns Hopkins University) y vida política (como asesor al candidato a la Presidencia de EE.UU. durante las primarias del Partido Demócrata de 1984 y 1988, y como miembro del grupo de trabajo, dirigido por la Sra. Hillary Clinton, en la Casa Blanca, encargado de realizar la reforma sanitaria. Serví en tal grupo de trabajo a petición del Rainbow Coalition, que representa la izquierda del Partido Demócrata y que está compuesto por los sindicatos, el movimiento de los derechos civiles, el movimiento feminista y el movimiento ecológico). En España, fui la persona encargada de elaborar el programa social del candidato Josep Borrell durante las primarias del PSOE en el año 2000, y soy asesor al gobierno d’Entesa de Cataluña. Creo pues conocer bien ambos países. Paso ahora a contar la situación de EE.UU.
La democracia muy incompleta de EE.UU.
La gran mayoría de reportajes sobre EE.UU. han idealizado su sistema político. Ni que decir tiene que tal sistema político tiene elementos muy positivos. Uno de estos es el sistema de primarias, un sistema en el que todos los candidatos para cualquier cargo electivo tienen que competir dentro de cada partido por el voto de los miembros del partido (y en ocasiones de sus simpatizantes). Este es el aspecto que ha centrado más reportajes realizados por analistas españoles que comentan tales primarias con cierta envidia, pues las primarias en los partidos de España, en caso de existir, no tienen en general (aunque han habido claras excepciones) la vitalidad y diversidad que existe en EE.UU.
Otro aspecto que es muy positivo del sistema democrático estadounidense son los referéndums a nivel local y estatal (a nivel de cada uno de los cincuenta estados) que son vinculantes. Así, en el documento donde se votó el martes constaban no sólo los nombres de los candidatos, sino también los referéndums sobre los que se tiene que votar a nivel de los estados. No existen, sin embargo, referéndums a nivel de todo el país. Esta dimensión positiva de la democracia no existe en la democracia española, donde no existe la posibilidad de consultar a la ciudadanía, mediante referéndums a nivel local y autonómico (a no ser que exista la aprobación previa del Estado). Esta ausencia parecería responder al temor que existe en las estructuras de poder de España (todavía muy centralizadas) hacia la opinión popular.
Estos dos componentes muy positivos de la democracia estadounidense –las primarias y los referéndums- están enormemente limitados, sin embargo, por la privatización en la financiación del sistema electoral. En el sistema electoral de EE.UU. los candidatos pueden recibir tanto dinero como sean capaces de conseguir. La mayoría de este dinero se gasta en comprar tiempo de exposición en las televisiones, todas privadas, que se venden al mejor postor sin ningún tipo de regulación o control. Cada candidato, Obama y McCain se ha gastado más de 2.400 millones de dólares en la campaña electoral. Aquellos que quieran pueden conseguir financiación pública, pero la mayoría de candidatos no lo hacen pues es una cantidad reducida y les limita en cuanto a la cantidad de dinero que puedan utilizar.
Y la mayoría de estos fondos no vienen, como frecuentemente se dice, de pequeñas aportaciones de 20 o 30 dólares enviados al candidato por la persona normal y corriente, sino que son grandes cantidades procedentes de grupos empresariales, financieros, profesionales, y grupos de interés y presión, así como del 30% de renta superior del país que contribuyen hasta un máximo de 2.300 dólares en las primarias y un tanto semejante para las elecciones presidenciales. Este dinero le llega directamente al candidato o a asociaciones que promueven al candidato y que no están sujetas a los límites de contribuciones individuales a los que están sujetas cuando el dinero va al candidato directamente. Obama, por ejemplo, recibió 414.863 dólares de las compañías de aseguramiento sanitario privado, y McCain, 274.729 dólares de las mismas fuentes. Una parte también procede de las agencias promotoras de intereses empresariales basadas en Washington, que se conocen como lobbies. Obama dijo rechazar dinero de los lobbies basados en Washington, pero recibió dinero (y mucho) de los intereses financieros (basados en Wall Street) y empresariales. No es cierto que la mayoría de sus fondos procedían de aportaciones de menos de 200 dólares. Sólo un 20% de las aportaciones individuales vinieron de tal tipo de contribuciones.
El origen del dinero varía según el momento de la campaña. Así, al principio, cuando el candidato no es todavía conocido, el dinero procede de grupos financieros y empresariales que intentan influenciar al candidato. Así Obama había recogido 100 millones de dólares antes de que empezaran las primarias. Estos fondos incluían fondos de grupos inmobiliarios y capital financiero. Es más tarde, cuando los candidatos son conocidos, cuando las aportaciones individuales juegan un papel mayor, siendo su porcentaje mayor a medida que prosiga la campaña. Parte del éxito de la campaña de Obama fue el movilizar tres millones de donantes para garantizar un flujo constante de 200 euros o cantidades semejantes. La mayoría de contribuciones, sin embargo, son mayores que tales cantidades y proceden del 30 por ciento de renta superior de la población. (ver capítulo II “Como entender la Situación Política de EE.UU” en Navarro, V. La situación política en EE.UU, Anagrama, 2008).
Tal sistema de financiación discrimina a los candidatos de izquierda, como Kucinick o Edwards, que no consiguen aportaciones de los grupos empresariales o de los sectores más pudientes de la población. Los 100 millones que Obama tenía al principio de la campaña, contrastaban con los 3 millones que tenía Edwards o los 650.000 dólares que tenía Kucinick. Es cierto que hay grupos importantes progresistas, como los sindicatos, que también contribuyen a las campañas electorales, pero son cantidades en absoluto comparables a las que proveen grupos financieros y empresariales. El dinero que dan las nueve empresas más importantes de EE.UU. a las campañas electorales es cincuenta veces mayor que las aportaciones que dan todos los sindicatos. Este maridaje entre la clase empresarial (conocida en EE.UU. como Corporate Class) y la clase política es lo que se llama Washington y provoca un gran rechazo por parte de las clases populares. En realidad, a mayores contribuciones por parte de la clase empresarial al proceso político, mayor abstención de la clase trabajadora, que es plenamente consciente de que la clase política no representa sus intereses. En realidad, el 80% de la ciudadanía no cree que el Congreso de EE.UU. refleje sus intereses.
Es sorprendente que tal sistema político sea alabado en España, presentándolo como modélico. Su aplicación en España significaría que las campañas electorales estarían financiadas por la banca, las cajas, Telefónica, Repsol, MAPFRE, y un largo etcétera, así como por aportaciones procedentes del 30% de renta superior del país. Es más, no habría ninguna regulación de los medios radiofónicos y televisivos, de manera que los que pudieran conseguir más dinero podrían tener mayor tiempo de exposición sin ningún tipo de limitación. Es preocupante que tal sistema político haya conseguido las alabanzas que ha estado recibiendo de muchos articulistas y tertulianos españoles.
Las consecuencias de tal privatización del sistema electoral son enormes. No sólo excluyen a las izquierdas, sino que reproducen una clase política enormemente estable. Según el Instituto de análisis electorales, Common Cause, el 92% de los candidatos que reciben más dinero en las campañas ganan las elecciones. Hay pues una relación clara entre dinero y capacidad de ser elegido. Por otra parte, la mayoría del dinero va a políticos que ya han estado elegidos en elecciones previas (y en grado menor a los que se presentaron para desbancarlos del cargo político). De ahí que del 85% el 94% de representantes elegidos que se presenten de nuevo, salen reelegidos, reproduciéndose así la clase política más estable de todas las clases políticas de las democracias occidentales.
No es pues de extrañar que la mayoría de la ciudadanía no se encuentre representada por el Congreso de EE.UU. (o por otras cámaras representativas) participando poco en el proceso electoral, una escasa participación que paradójicamente es favorecida por la clase política. Me di cuenta de ello cuando en el año 1988, la delegación del candidato Jackson (del cual yo era parte) se reunió con la delegación del candidato ganador de las primarias del partido Demócrata, el Sr. Dukakis para pactar las condiciones de apoyo del primero al segundo. Una de tales condiciones era que el Partido Demócrata diera fondos para facilitar el registro de votantes (en EE.UU. una persona debe registrarse antes de poder votar). Pronto vi que muchos representantes no estaban muy a favor de ello. La causa era sencilla. Si el gobernador demócrata del Estado de Maryland gana las elecciones del Estado de Maryland en la que sólo vota el 30% de la población, necesita sólo un 16% para ganar, un porcentaje relativamente fácil de conseguir a partir de políticas clientelares. Si aumenta el porcentaje de votantes, tendría que aumentar el apoyo necesario para ganar, con lo cual favorece que no haya un aumento del voto.
Se me dirá, ¿y por qué la gente no se rebela, votando a otros partidos? La respuesta presenta la segunda gran deficiencia del sistema estadounidense: el sistema bipartidista mayoritario, no proporcional. El ciudadano en la práctica puede votar sólo al Partido Republicado o al Demócrata. Y el que tiene la mayoría de votos consigue todos los delegados de la circunscripción. En estas condiciones es muy difícil para un tercer partido el ganar las elecciones, pues, a no ser que gane más del 51% del voto, se queda sin ningún delegado, independientemente de que haya conseguido el 49% o el 1% de los votos. De ahí que la misión histórica de un tercer partido es perjudicar (restando votos) al partido más próximo. Así, Perot facilitó la victoria de Clinton, perjudicando a Bush padre. Y Nader perjudicó a Gore que perdió a Bush hijo. Este bipartidismo es otra de las causas de que la ciudadanía se encuentre frustrada. En realidad, si EE.UU. tuviera un sistema electoral proporcional, las distintas sensibilidades que aparecen durante las primarias de los dos partidos mayoritarios serían partidos políticos. En un sistema bipartidista mayoritario, sin embargo, es un error crear partidos, pues pierden su capacidad de influencia, que es lo que pasó con el Partido Verde (Nader) que posibilitó la victoria de Bush hijo. Existe pues una enorme alienación de la población hacia la clase política percibida como cautiva de los intereses económicos del mundo empresarial (conocida como la Corporate Class en EE.UU.). De ahí que todos los candidatos se hayan tenido que presentar como “anti-Washington”.
Este patrocinio empresarial de los candidatos explica que las diferencias entre tales candidatos (que existen y que son muy importantes) son mucho menores que las diferencias existentes entre las izquierdas y derechas en España. En realidad el candidato Obama es un candidato de centro y en terminología española y en algunas áreas y propuestas (como su propuesta sanitaria) está a la derecha del PP. No pide por ejemplo la existencia del derecho a acceso a los servicios sanitarios aceptada por la derecha española. No es cierto, de hecho, que Obama haya pedido la universalización del derecho de acceso a los servicios sanitarios. En realidad, Obama cuando habla de universalizar los servicios sanitarios para los niños (no existe la propuesta de garantizar cobertura universal a la población adulta), quiere decir que obliga a todos los padres a que compren pólizas de aseguramiento sanitario privado para sus hijos. De la misma manera que para conducir un coche se requiere un aseguramiento del coche, la propuesta de Obama es que cada padre tiene que asegurarse de que su(s) hijo(s) tiene(n) un aseguramiento sanitario privado. Es cierto que facilita desgravaciones y subsidios, pero no garantiza que el Estado sea el que universalice tales derechos. Exige, en su lugar, que los ciudadanos compren su propio aseguramiento. Ni que decir tiene que el programa de Obama es mucho mejor que el de McCain, pero esto no quiere decir mucho en términos europeos. La propuesta de que sea el Estado el que garantice tal derecho (lo que en EE.UU. se llama single payer, siguiendo el modelo canadiense) no ha sido aceptado por Obama, pues considera que, aún cuando tal sistema sería el más aconsejable, implicaría un enfrentamiento con las compañías de seguro (que han financiado en parte su campaña) que considera inviable en la situación política de EE.UU. Esta propuesta es la deseada por la mayoría de la ciudadanía (2/3 de la población) (ver mi artículo Navarro,V. “Yes we can! Can we? The next failure of Health Care Reform”. A CounterPunch special report, en mi blog www.vnavarro.org, sección EE.UU.
Otra aclaración. El gran énfasis en las personalidades debilita enormemente la democracia. Es sorprendente que medios de información que son, con razón, muy críticos hacia sistemas mesiánicos fijados en la figura de un redentor, hayan seguido prácticas mesiánicas hacia Obama, reproduciendo una característica del sistema estadounidense, que al centrarse en personalidades, despolitiza la política estadounidense. Es un síntoma de inmadurez política el enfatizar las personalidades, promocionándolas como se promueve cualquier otro producto comercial. Ello se realiza a pesar de que la mayoría de la población expresa su descontento con tal énfasis mediático, prefiriendo que se discutan las propuestas, en lugar de las personalidades. En realidad, ha habido muy pocos programas que analicen en detalle las propuestas hechas por los candidatos excepto en la reproducción de eslóganes propagandistas como la llamada al cambio sin que se explicite a qué cambio se está refiriendo.
La alienación de la población y el fenómeno Obama
El enorme descontento de la población estadounidense ha sido lo que ha posibilitado a Obama presentarse como una alternativa a Washington, al ser muy nuevo en Washington, y al haberse opuesto a la guerra de Irak, dos credenciales de gran poder hoy en EE.UU. A ello se añade su condición de ser afro americano, que en sí constituye un elemento de cambio y corrección de una gran injusticia social, añadiéndose a ello la enorme crisis financiera y económica que ha movilizado a grandes sectores populares para echar a Bush. El éxito de Obama fue aprovechar el gran descontento de la ciudadanía hacia el establishment político para promover y liderar su candidatura. Y la dirección del Partido Demócrata se veía claramente como parte del establishment. Mucho se ha hablado de la enorme impopularidad de Bush. Pero lo que no se ha dicho es que el Congreso Estadounidense, controlado por el Partido Demócrata era incluso más impopular. En el 2004 el Congreso pasó a ser controlado por el Partido Demócrata con el claro mandato de retirarse de Irak, sin que ello ocurriera durante su mandato. El Congreso continuó apoyando la ocupación de Irak. Una situación semejante ocurrió con otras demandas tales como la universalización de los servicios sanitarios que la población desea pero que el Congreso no realiza (debido en parte a los dineros que congresistas en comités clave han recibido en sus campañas electorales de compañías de seguros que financian y gestionan la sanidad estadounidense).
Este descontento se ha ido incrementando con la crisis financiera motivada, por cierto, por la crisis política. Tal crisis se inició a partir de los años del Presidente Reagan cuyas políticas públicas han polarizado la distribución de las rentas en EE.UU., con un descenso de la capacidad adquisitiva de las clases populares (un obrero de 30 años recibe un salario que es un 17% más bajo que el existente en 1980), y un incremento de las rentas superiores, que alcanzan unos niveles de gran exuberancia. En realidad, la renta del 1% de la población de renta superior es mayor que la suma de la renta de 40% de la población de EE.UU. Mientras que en 1980 (el inicio de la revolución liberal), un ejecutivo de una gran empresa cobraba cuarenta veces lo que ganaba un trabajador promedio, en el año 2000, el primero ganaba cuatrocientas veces más que el segundo. Ganaba en un día lo que el trabajador ganaba en todo un año. Nunca antes (desde la Gran Depresión) se habían alcanzado unos niveles de desigualdad semejantes. Mientras que los salarios han descendido desde 1996 al 2001, las rentas de la decila superior han incrementado durante el mismo periodo un 58%. Y tal polarización ha significado también una disminución de la movilidad vertical de la ciudadanía, de manera que paradójicamente, en el mismo periodo en que un Afro americano es elegido Presidente, dando una imagen de movilidad racial, las posibilidades para que una persona que vive en la última decila de renta del país deje tal nivel son las más bajas de los países de la OECD de nivel comparable al de EE.UU. (ver George Irwin. Super Rich. The Rise of Inequalities in Great Britain and in the U.S. Polity Press.- 2007.
Nos encontramos pues, en una situación en que la mayoría de la ciudadanía está superendeudada, mientras que las grandes rentas están invirtiendo en actividades especulativas que originan las burbujas especulativas y las crisis financieras. (ver Navarro, V. De lo que no se habla en la crisis financiera. Sistema Digital, Octubre 2008). Esta polarización de las rentas es también responsable de la gran influencia del capital financiero en la vida política que alcanza su máxima expresión cuando Wall Street controla la agencia federal que debe regular la banca establecido por el gobierno Bush. De ahí que la crisis financiera moviliza todavía más a las clases populares votando por lo que perciben puede ser un cambio.
¿Habrá cambio con Obama?
Está claro que el voto por Obama y por el Partido Demócrata es un voto por cambio. Votó el 64% del electorado, con un 36% de abstención. Los tres grupos que votaron más masivamente por Obama fueron los afro americanos (el 93% de los votantes negros), los hispanos (66% de los votantes hispanos) y jóvenes (el 66% de los votantes jóvenes). Y dentro de la raza blanca, a menor renta, mayor apoyo a Obama, alcanzando un 44% entre los trabajadores blancos. Las mujeres han votado a Obama más que a McCain (aunque las blancas votaron más a McCain que a Obama).
Estos grupos, la clase trabajadora y sectores amplios de las clases medias han sido las fuerzas que han presionado más por el cambio. Y para desarrollarlo, Obama tendrá que ir más allá que su programa. En realidad su programa es muy moderado lo cual explica el apoyo de The Financial Times y The Economist que están preocupados por el desprestigio del gobierno federal de EE.UU. y de las elites gobernantes de aquel país. Ni que decir tiene que la elección de Obama, el primer afro americano elegido presidente, es de un enorme simbolismo que explica la gran celebración de su elección entre las personas progresistas del mundo. Es la culminación de la lucha de derechos civiles en aquel país. Como lo puso muy claramente Jay-Z, el famoso cantante negro, “Rose Park se sentó en un autobús a fin de que Martin Luther King pudiera andar. Martin Luther King anduvo y anduvo para que, un día, un Obama pudiera correr, y ahora Obama correrá para que podamos votar”. Es un gran día para EE.UU. y para toda la humanidad.
Pero desde el punto de vista de la reforma profunda que el país (y el mundo) necesita, las limitaciones de su programa son grandes, tipificadas por el conflicto entre las grandes influencias empresariales y financieras que le apoyaron y sus bases electorales más movilizadas que exigen un cambio. Y que esto ocurra depende de la movilización de estas bases. Después de todo, Franklin Roosevelt también fue un candidato moderado que presionado por las movilizaciones populares estableció el New Deal (que ni siquiera estaba en su programa cuando salió elegido por primera vez). Lo mismo podría ocurrir con Obama. Y hay indicios que podrían ser así. Un ejemplo ocurrió sólo hace unas semanas cuando Obama apoyó la propuesta Bush de ayudar a la banca comprándole las hipotecas basura, propuesta hecha por el Secretario del Tesoro que había sido dirigente del Banco Goldman Sacks. Tal proyecto definido por el Senador Sanders del Estado de Vermont (el único Senador perteneciente a la Internacional Socialista) como la “Instrumentalización más abusiva del estado federal por parte de la banca que ha ocurrido en EE.UU.” fue modificado por el Partido Demócrata pero de una manera muy insuficiente. La protesta de las bases del Partido Demócrata hizo que se fueran incorporando cambios. Pero el cambio más significante fue la protesta popular (liderada por los Sindicatos) que forzó que Obama y el Partido Demócrata añadieran otra propuesta, la de que el Gobierno Federal invirtiera 150.000 millones de dólares en infraestructuras y servicios públicos como manera de crear empleo, propuesta que no estaba en su propuesta inicial. Es más, los sindicatos exigieron que se incorporaran economistas keynesianos a los liberales que predominaban en su equipo económico, a lo cual Obama accedió. De no continuar tal presión popular, podría ocurrir lo que le ocurrió a Clinton en 1992, cuando tras ganar las elecciones con un programa socialdemócrata de tipo keynesiano (más progresista que el de Obama y que incluía el establecimiento de un programa universal de salud), dejó de desarrollarlo debido a la presión de Wall Street a través de su secretario del Tesoro, Robert Rubin (que hoy asesora a Obama). Una consecuencia fue que en 1994, en las elecciones al Congreso, el votante demócrata, enfadado con Clinton, dejó de votar, aumentando la abstención de las bases electorales del Partido Demócrata, con lo que el Partido Republicano, con el mismo número de votos que en las elecciones anteriores, en 1990, ganó y se inició la revolución de Gingrich, una de las épocas más reaccionarias en la historia de EE.UU. De ahí la enorme importancia de que para que la espléndida victoria de Obama inicie el cambio deseado por la mayoría de las clases populares, se requiera un cambio mayor que el propuesto por el candidato y ahora Presidente Obama. Y esto no ocurrirá a no ser que la movilización popular que hizo posible que Obama fuera Presidente ahora haga posible tal cambio. La historia la escribe no los grandes personajes, sino las clases populares cuando se movilizan.
Vicenç Navarro es Catedrático de Políticas Públicas. Universitat Pompeu Fabra y Profesor de Ciencias Políticas de la The Johns Hopkins University
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