Una respuesta que comienza; un futuro aún imprevisible

Una respuesta que comienza; un futuro aún imprevisible
Luis Sexto

inSurGente

El principal problema de la Cuba actual ya empieza a tener una respuesta. Me parece que, aquí mismo, en Insurgente, escribí hace cerca de un año que cualquier transformación dentro de los fines socialistas, tendría que empezar por la agricultura. Más de la mitad de las tierras productivas se tupen de malas yerbas y arbustos dentro de un plan de holganza que ya duraba demasiado.

A mediados del mes de julio, fue aprobada la Resolución 259 que regula la distribución de tierras ociosas a trabajadores o agricultores que soliciten 13 hectáreas como mínimo y hasta 40, en usufructo gratuito por diez años, prorrogables diez más.

Los análisis, sean a favor o en contra, tienen que comenzar reconociendo una verdad histórica: La Revolución es la única que ha repartido tierras en Cuba. El capitalismo, en cambio, la concentró en pocos propietarios, a veces a través de la magia nocturna de cercas que caminaban o de desalojos en los llamados realengos, es decir, tierras del rey, en la colonia, y luego del Estado. Si alguna vez cedió algún pedazo fue para sacar algún provecho del sudor campesino, mediante fórmulas medievales como el arrendamiento o el trabajo “a partido”, que exigía entregar la mitad o la tercera parte de la cosecha al terrateniente.

Por lo dicho y sabido, la resolución 259 es una medida revolucionaria, opuesta a la práctica capitalista. Lo aclaro, por si alguno, habituado a considerar la propiedad estatal como la única forma posible de organizar el patrimonio agrario, puede estimar que distribuir 13 hectáreas como mínimo entre trabajadores que desean fajarse con tierras ociosas y enmarañadas por el parásito de la desidia, implica una concesión, un jugueteo inoportuno con el mal olor del capitalismo.

A principios de la década de 1960, la Revolución triunfante no dudó en erigir como dueños de sus tierras, que a veces eran “ajenas”, a millares de pequeños agricultores. Con ello, vertebró el campesinado cubano, que desde el siglo XVI clamaba por justicia, con una voz numerosamente amordazada por el desalojo de sus tierras con violencia y sangre.

Ante la existencia del papel legal de la resolución 259, que expresa una voluntad política del Partido Comunista y del Gobierno, solo la aplicación consecuente podrá conseguir los fines que el documento –fruto sin duda de la reflexión- se propone como respuesta para revertir la improductividad de una apreciable porción de las escasas riquezas materiales de Cuba.

Quizás lo peor que le pudiera ocurrir a medida tan consecuente sería que la creyéramos solución provisional, pasajera. Si fuera así y con esa aprensión se empezara a distribuir una parte del fondo agrario, ya estaríamos mediatizando la concreción de los propósitos de la 259. ¿Qué ofrece, en suma, esta resolución sino tierras que necesitan ante todo trabajo permanente y abnegado, en ocasiones sin los recursos básicos? Serán, por supuesto, tierras agradecidas a la aplicación laboriosa. Con tanto tiempo en descanso o habitadas por el marabú, la fertilidad se le ha ido acumulando en un humus generoso.

Este comentarista cree que más que solucionar una emergencia productiva, la Resolución 259 procura fijar a hombres y mujeres a la tierra; nutrir las filas del campesinado, que hoy tiende a desaparecer por vejez y muerte en sus más experimentados horcones. Si no persiguiéramos reestablecer en un mínimo, el trabajo del pequeño agricultor, tal vez, a mi modo de ver, no podríamos trascender, con mirada de largo plazo, las limitaciones alimentarias del presente.

No parece recomendable, valorando la historia de Cuba y el cuadro agrario de la actualidad, soslayar el fortalecimiento del campesinado. A lo largo de cinco siglos el conjunto de los campesinos ha demostrado su pertinencia, su perseverancia y su fidelidad a la nación. Cuba, en dimensión no desdeñable, ha sido campesina. En la etapa previa a la Revolución, ante centenares de miles hectáreas dedicadas a la caña de azúcar o a reposar en la reserva de la United Fruit Company y el King Ranch, los campesinos, en mayoría sumidos en condiciones precarias de trabajo, alimentación, educación, y carentes por lo común de tierras, producían el mínimo de los alimentos populares en un país que, a principios de la década de 1950, importaba más del 60 por ciento de sus granos del cercano mercado de los Estados Unidos. De los campesinos dependió ayer, tanto como hoy, también el tabaco, una de los productos estelares del campo cubano. Patriótica y políticamente, tanto en la guerra por la independencia como en la campaña de liberación nacional en la Sierra Maestra, el campesinado apoyó y se sumó a los ejércitos de la libertad.

Cuba todavía no debe prescindir de su campesinado. La experiencia ha demostrado que, junto con la agricultura extensiva, necesita, particularmente en la actualidad, del trabajo campesino, de esas familias apegadas a la tierra porque de la tierra depende su bienestar. Por supuesto, no pretendo defender el minifundio; tampoco quiero establecer un litigio entre la llamada propiedad social y la individual; solo recomendar cierta potenciación del esfuerzo privado en estas circunstancias cuando la economía experimenta restricciones en su liquidez y el trabajo ha de suplir parte de los insumos.

El trabajo en las empresas socialistas –es decir, estatizadas- no ha demostrado aún toda su potencialidad. Porque el asunto no se ciñe a que el Estado las posea, sino que las organice de modo que la propiedad socialista, ese sentirse y ser el obrero copropietario, sea una relación verdaderamente real y no ficticia, teórica o propagandística. Empresas estatales existen muchas en países capitalistas y ello no significa que sean socialistas.

Mientras aguardamos –y muchos consideran que el tiempo no le sobra a Cuba para readecuarse a las circunstancias de un mundo hostil-, mientras esperamos se precisa, pues, que el campesino, sea individual o integrado en cooperativas, goce de una parte de las tierras donde señorean plantas no comestibles. Hasta hoy, con notablemente menos tierras y recursos que las empresas estatales, los agricultores pequeños y las cooperativas conformadas con tierras privadas producen más del 60 por ciento de los productos del agro. Es justo, pues, que la sociedad socialista confíe en quienes confirman cada día ser sus aliados.

Como siempre, el mayor riesgo de la Resolución 259 es que sea aplicada burocráticamente. La burocracia vive entre el terror de perder el poder y la esperanza de que nada cambie. Por ello, me atrevo a recomendar que no insistamos rígidamente en el control, de modo que al cortar el cordón umbilical del campesino entregándole retazos de tierra, no le suprimamos también a la criatura la facultad de respirar. Habrá que insistir en lo positivo, lo creador. La Resolución 259 pone en manos de trabajadores honrados, la oportunidad de ser parte de la solución y no parte del problema. Se desprende, pues, la necesidad de encarecer la abnegación, el patriotismo en una atmósfera de confianza que exalte el estímulo junto con el cumplimiento del deber…

De cualquier modo, el marabú no es el problema capital del campo. La agricultura cubana sigue autobloqueada, o bloqueada desde dentro, además de bloqueada desde el extranjero. En estos días, de visita por esos campos, supe de una UBPC –cooperativa de productores en tierras estatales- que, con petróleo y fertilizantes asignados, no puede cultivar la tierra: carece de dinero para pagar sus insumos, porque el central azucarero para el cual venden sus producciones no le ha pagado 220,000 pesos de la última zafra. Sigue vigente el problema de las deudas impagadas. ¿Será una anécdota? Si lo fuera, es muy expresiva de que la pelea no se gana en los informes, que aseguran todo lo contrario.

Hemos de convencernos: El surco no hace fructificar papeles. Pero a la distorsión de los papeles apuestan los que se niegan a repartir tierras y con ello desanudar las fuerzas productivas trabadas en fórmulas inoperantes. Tal vez, un plazo tan pequeño como un decenio para poner a parir un pedazo de tierra y estabilizar la producción, aunque exista la posibilidad de una prorroga, sea una argucia burocrática a la que las mentes más lúcidas del país no pudieron atajar. Así, quizás, no se acierte a disponer el futuro.

Tendrán que convencerse, los que se oponen, que la Revolución no se pierde haciendo lo que ha hecho en otros momentos: distribuir tierras entre la gente trabajadora. Pudiera perderse si por un criterio dogmático o por espurios intereses de privilegios oficinescos, el país continúa embarrancado, con pocos alimentos, frente el costo pantagruélico de las importaciones de cuanto se puede producir en esa tierra que Colón llamó “la más fermosa” y que, trabajada con pasión e inteligencia, puede estar entre las más fértiles.

Paralizada, Cuba se pone a la defensiva ante la estrategia de deteriorarle la economía que aplican y refuerzan los enemigos de la Revolución. Habrá que sacar las cuentas en gastos materiales y en costos políticos.

lusman2@yahoo.es
http://luisexto.blogia.com




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About Ricardo Abud (Chamosaurio)

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