Koldo Campos Sagaseta
La conferencia, el hambre y Leonel Fernández
Si alguna conferencia en la historia de la humanidad puede catalogarse de inútil, de absolutamente estéril, esa es, sin duda, la Conferencia de Alto Nivel sobre Seguridad Alimenticia realizada en Roma en estos días. Tan inútil como sus antecesoras, tan ociosa como la propuesta presentada en dicha cumbre por el presidente dominicano Leonel Fernández.
De la inutilidad de la conferencia da fe el hecho de que, antes de que se celebrara, nadie ignoraba las causas del hambre en el mundo, por lo que sobraban los ensayos analíticos, las estadísticas comparativas, los estudios de campo y demás diagnósticos en los que agotar duras jornadas de trabajo en hoteles y restaurantes de la ciudad eterna. Acaso, el único resultado veraz que se desprende de tanta inútil conferencia sea constatar que a medida que en el mundo mengua la comida se multiplican los hambrientos. Deducción que tampoco necesita mayores congresos para sostenerse. Y tampoco nadie ignora cuál es el remedio para el hambre, sin necesidad de conferencia alguna que lo ilustre y conmueva.
Conferencias, cumbres para tratar el hambre de la humanidad vienen haciéndose desde hace años y, tras cada encuentro, el mundo gira y sigue su agitada vida como si el hambre fuera un tango, hasta que otra conferencia de alto nivel vuelve a cuantificar el hambre y a imprimir algunos centenares de nuevas propuestas y compromisos que incumplir.
Leonel Fernández, como presidente de la República Dominicana, no tuvo mucho éxito con su campaña contra el hambre en su país. Su mejor idea: compartir su pasada cena de Nochebuena con un pobre resultó un fracaso al encarecerse notablemente el presupuesto asignado la cena, por la presencia de la familia del pobre, de los guardaespaldas del presidente y de altos funcionarios, eminencias y periodistas.
Un año antes, resignado a la condena de tener que ver el hambre de su pueblo, optó por, al menos, adecentar el aspecto del hambriento y, también por Navidad, regaló un arreglo de moños a todas las hambrientas dominicanas en el salón de su barrio, haciendo bueno el dicho popular de que “hambre que espera jartura no es hambre” y, especialmente, con moño. Pero los moños pasan y el hambre queda. También queda Leonel que, no obstante su reconocida devoción por el ex presidente Joaquín Balaguer, aquel que a quien no mataba o desaparecía aseguraba poner “gordo y colorao”, no ha sabido articular una mejor propuesta contra el hambre que su calamitosa cena ya descrita, el vano empeño demostrado por su partido en “llevar a los pobres en el corazón” reconociendo que “comer es primero”, y los esfuerzos desplegados por la primera dama y la primera mis en ocuparse de la suerte de los pobres hambrientos.
Pero si esas consignas fracasaron en la república Dominicana por la mala costumbre de la ciudadanía aborigen de no alimentarse de discursos, que de todos es sabido que “el mal comío no piensa” como ya apostillara en el pasado un funcionario del presidente, o por un simple desfase contable en la compartida Nochebuena dominicana, otros pueblos que padecen hambre podrían beneficiarse del marco conceptual en que se inserta la experiencia navideña del presidente Fernández y promover, incluso, la comida de Navidad, o la de Año Nuevo, o resembrar de plátanos los hoyos de golf de los hoteles y casas de campo.
Aunque yo soy de la opinión que ninguna propuesta del presidente dominicano tendría tanto éxito como la exaltación de su propia biografía como ejemplo a imitar por los pobres y hambrientos.
Pena que sólo haya espacio para un presidente y los hambrientos no puedan esperar.
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