Un hombre de la noche
Carlos Tobal
BELLÍSIMA PÁGINA DE UN COMPAÑERO ESCRITOR ARGENTINO QUE ESCRIBE DESDE SUS VÍSCERAS CONMOVIDO POR LA RESISTENCIA TENAZ Y HEROICA DE LOS CINCO
Reconstruye el monólogo interior dentro del "hueco" de uno de los cinco cubanos confinados hace nueve años en distintas prisiones
(California, Colorado, Florida, Indiana, Texas) de EE.UU.
La estrechez del agujero impide estirar las piernas. El foco me apunta al centro de los ojos. A pesar de la luz permanente, hay veces en que la noche avanza en esta cueva rectangular, de hierro gris. Nunca estoy solo, detrás del raspar metálico, se asoman ojos observando los movimientos.
Manchas de humedad recorren la pared del hueco, cáscaras de pintura se desprenden y quedan colgadas. Puedo memorizar cada contorno.
En sueños somos muchos; aislados pero juntos en el letargo del tiempo estancado: cajas de zapatos conectadas verticalmente por respiraderos. A través de los tubos internos de la Penitenciaría puede oírse el eco de las voces. Más arriba de la luz blanca, flota un resto de penumbra y bajan partículas de polvillo.
La sombra del camastro se va moviendo hacia acá, al llegar se pega a mí. Supongo que acaba el día porque escucho desde las cañerías leves golpecitos sistemáticos; si lograra descifrar el código podría participar de los mensajes. He seguido el recorrido de alguna cucaracha para compartir el sonido de otro ser viviente. Las chinches pican.
Hace tiempo, dejaron entrar a mi esposa, los funcionarios habían previsto la escena entre rejas y pasillos para que no pudiéramos tocarnos. Mi hija tenía ya dos años, unos bucles increíbles, había aprendido a hablar pero, al verme las manos atadas a los costados de la silla, dio unos sonidos guturales de miedo. Me hormigueaba por dentro el calor de los dedos.
En el plan de los carceleros, la vejez del hueco irá por años trepando en mí, lejos de la historia. Ignorado de ojos cercanos, cuando salga nadie me reconocerá. Hasta la forma de los automóviles me será ajena. Buscaré en la oscuridad un café frente a un parque de gente esparcida, que -sin casa- aguarde el amanecer. También ellos necesitan imaginar un hueco para dormir.
Una señora de poca paga me alcanzará un antiguo pocillo blanco, servido de esas máquinas de lata plateada, con tazones invertidos para dirigir el vapor.
Aunque el calor aflojó, falta aire… el asfalto estaría húmedo por el rocío. Pero algo debería pasar en el intervalo, imposible encerrar a todos, no pueden matarlos.
Seré, entonces, un hombre de la noche, simplemente un insomne con las preocupaciones resueltas por atrofia ambiental, un anciano que habría olvidado pasajeramente la manera de conciliar la voluntad con los sueños.
En el mundo por venir, si sobrevivo, el silencio de las sombras parecerá una aventura recalcitrante del antiguo pensar político, el golpeteo de mis pies contra los charcos me hará sentir como un chofer de taxi, que deambula buscando pasajeros desconocidos. El día en que me vaya, seré un ingenuo por ausencia de caminata, como recién llegado al continente.
Si alguna vez salgo, me digo, en un principio, mantendré conversaciones superficiales, a nadie interesarán mis secretos; los compañeros habrán muerto por obra del tiempo y la nostalgia. Deberé aprender el sentido de palabras nuevas.
Sabré, sí, que en algún espacio recóndito alguien me reconocerá, la mujer que me estuvo esperando. Todo estos años me estuvo esperando... para reiniciar, empeñosos, el amor inquietante de la última tarde. Tal vez, al asomar arrastrando las sandalias en las calles de mi barrio, se encenderán algunas luces, habrá abrazos, corridas, avisarán de puerta en puerta.
Reconoceré antiguas caras detrás de las arrugas; hijos de muertos me mirarán recordando conversaciones. Cantaríamos las viejas canciones en una de las casas tomando vino, transpirando las manos como si temiera el derrumbe de las arcadas por la potencia inusual de las voces.
En esta noche seca de luz permanente, me corre el líquido rojo por la pastosa garganta.
Carlos Tobal
BELLÍSIMA PÁGINA DE UN COMPAÑERO ESCRITOR ARGENTINO QUE ESCRIBE DESDE SUS VÍSCERAS CONMOVIDO POR LA RESISTENCIA TENAZ Y HEROICA DE LOS CINCO
Reconstruye el monólogo interior dentro del "hueco" de uno de los cinco cubanos confinados hace nueve años en distintas prisiones
(California, Colorado, Florida, Indiana, Texas) de EE.UU.
La estrechez del agujero impide estirar las piernas. El foco me apunta al centro de los ojos. A pesar de la luz permanente, hay veces en que la noche avanza en esta cueva rectangular, de hierro gris. Nunca estoy solo, detrás del raspar metálico, se asoman ojos observando los movimientos.
Manchas de humedad recorren la pared del hueco, cáscaras de pintura se desprenden y quedan colgadas. Puedo memorizar cada contorno.
En sueños somos muchos; aislados pero juntos en el letargo del tiempo estancado: cajas de zapatos conectadas verticalmente por respiraderos. A través de los tubos internos de la Penitenciaría puede oírse el eco de las voces. Más arriba de la luz blanca, flota un resto de penumbra y bajan partículas de polvillo.
La sombra del camastro se va moviendo hacia acá, al llegar se pega a mí. Supongo que acaba el día porque escucho desde las cañerías leves golpecitos sistemáticos; si lograra descifrar el código podría participar de los mensajes. He seguido el recorrido de alguna cucaracha para compartir el sonido de otro ser viviente. Las chinches pican.
Hace tiempo, dejaron entrar a mi esposa, los funcionarios habían previsto la escena entre rejas y pasillos para que no pudiéramos tocarnos. Mi hija tenía ya dos años, unos bucles increíbles, había aprendido a hablar pero, al verme las manos atadas a los costados de la silla, dio unos sonidos guturales de miedo. Me hormigueaba por dentro el calor de los dedos.
En el plan de los carceleros, la vejez del hueco irá por años trepando en mí, lejos de la historia. Ignorado de ojos cercanos, cuando salga nadie me reconocerá. Hasta la forma de los automóviles me será ajena. Buscaré en la oscuridad un café frente a un parque de gente esparcida, que -sin casa- aguarde el amanecer. También ellos necesitan imaginar un hueco para dormir.
Una señora de poca paga me alcanzará un antiguo pocillo blanco, servido de esas máquinas de lata plateada, con tazones invertidos para dirigir el vapor.
Aunque el calor aflojó, falta aire… el asfalto estaría húmedo por el rocío. Pero algo debería pasar en el intervalo, imposible encerrar a todos, no pueden matarlos.
Seré, entonces, un hombre de la noche, simplemente un insomne con las preocupaciones resueltas por atrofia ambiental, un anciano que habría olvidado pasajeramente la manera de conciliar la voluntad con los sueños.
En el mundo por venir, si sobrevivo, el silencio de las sombras parecerá una aventura recalcitrante del antiguo pensar político, el golpeteo de mis pies contra los charcos me hará sentir como un chofer de taxi, que deambula buscando pasajeros desconocidos. El día en que me vaya, seré un ingenuo por ausencia de caminata, como recién llegado al continente.
Si alguna vez salgo, me digo, en un principio, mantendré conversaciones superficiales, a nadie interesarán mis secretos; los compañeros habrán muerto por obra del tiempo y la nostalgia. Deberé aprender el sentido de palabras nuevas.
Sabré, sí, que en algún espacio recóndito alguien me reconocerá, la mujer que me estuvo esperando. Todo estos años me estuvo esperando... para reiniciar, empeñosos, el amor inquietante de la última tarde. Tal vez, al asomar arrastrando las sandalias en las calles de mi barrio, se encenderán algunas luces, habrá abrazos, corridas, avisarán de puerta en puerta.
Reconoceré antiguas caras detrás de las arrugas; hijos de muertos me mirarán recordando conversaciones. Cantaríamos las viejas canciones en una de las casas tomando vino, transpirando las manos como si temiera el derrumbe de las arcadas por la potencia inusual de las voces.
En esta noche seca de luz permanente, me corre el líquido rojo por la pastosa garganta.
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