En la Universidad me hice revolucionario
Tomado de Granma.
Tomado de Granma.
El Comandante en Jefe en la entrevista Cien Horas con Fidel, le contó a Ignacio Ramonet la influencia que ejerció la lucha estudiantil en la Universidad en su formación revolucionaria. Granma, en el aniversario 85 de la creación de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), reproduce fragmentos de esas conversaciones contenidas en el Capítulo 4 del libro
¿Usted había empezado a interesarse por la política en la Universidad haciendo sus estudios de Derecho?
Cuando llegué a la Universidad era analfabeto político. La Universidad, como le dije, estaba dominada por un grupo estrechamente vinculado al gobierno de Grau San Martín. Desde que ingreso, el primer año, observé un ambiente de fuerza, de temor y de armas. Había una policía universitaria totalmente controlada por grupos aliados al poder. Era un baluarte en manos del gobierno corrompido. Los dirigentes principales de la Universidad tenían también puestos, cargos, prebendas y todos los recursos del gobierno. Coincidiendo con ese periodo surge la rebelión de Chibás contra los auténticos, que terminaría con la fundación del Partido del Pueblo Cubano, o Partido Ortodoxo. Al llegar a la Universidad, ya existía ese incipiente movimiento.
¿Cuándo llega usted a la Universidad?
Yo ingresé en la Universidad el día 4 de septiembre de 1945. Hijo de terrateniente, como ya expliqué, pude terminar el sexto grado y después, con séptimo grado aprobado, pude cursar estudios preuniversitarios. Más tarde tuve la posibilidad de venir a estudiar a La Habana, donde estaba la Universidad, porque mi padre disponía de recursos, y así me hice bachiller e ingresé en la Universidad. ¿Es que acaso soy mejor que cualquiera de aquellos cientos de muchachos humildes de Birán, casi ninguno de los cuales llegó a sexto grado y ninguno de los cuales fue bachiller, ninguno de los cuales ingresó en una universidad?
¿Quién que no hubiera podido estudiar Bachillerato podía ir a la Universidad? Quien fuera hijo de un campesino, de un obrero, que viviera en un central azucarero o en cualquiera de los muchos municipios del país con excepción del de Santiago de Cuba, o el de Holguín, tal vez Manzanillo y dos o tres más de la antigua provincia de Oriente, no podía ser ni siquiera bachiller. Lo mismo ocurría con las demás provincias, excepto la ciudad capital y sus alrededores. Mucho menos podía ser graduado de la Universidad. Porque, entonces, después de ser bachiller, tenía que venir a La Habana. Y la Universidad de La Habana no podía ser la universidad de los humildes; era la universidad de las capas medias de la población y de los ricos del país. Aunque los muchachos jóvenes solían estar muchas veces por encima del egoísmo de su clase y eran idealistas y capaces de luchar; así lucharon a lo largo de la historia de Cuba.
En esa universidad, adonde llegué simplemente con espíritu rebelde y algunas ideas elementales de la justicia, me hice revolucionario, me hice marxista-leninista y adquirí los valores que sostengo y por los cuales he luchado a lo largo de mi vida.
En ese ambiente universitario inicia usted su aprendizaje político.
Sí. Yo comenzaba a reaccionar contra tantas cosas como las que estábamos viendo. Se trataba de un espíritu rebelde, ávido de ideas y conocimientos, lleno de curiosidad y energía. Adivinaba, por todo lo que había vivido, desde muy temprano, que había muchas cosas por hacer.
En relativamente poco tiempo, por mi propia cuenta comencé a convertirme en lo que hoy llamaría un comunista utópico, a partir de la vida, la experiencia y los primeros conocimientos que adquiero de la economía política tradicional que se impartía en aquella sociedad capitalista. Algo de esa materia, pero muy mal impartida y de carácter elemental, se enseñaba en el último año de Bachillerato.
Y si le digo que en esa universidad me hice revolucionario, fue porque hice contacto con algunos libros. Pero antes de haber leído esos libros, estaba ya cuestionando la economía política capitalista, porque ya me parecía irracional en tan temprana etapa de mi aprendizaje. Había en el primer año de la carrera un profesor de Economía Política muy exigente, Portela se llamaba —no había un texto de imprenta, se utilizaba un material de 900 páginas impresas en mimeógrafo—, era famoso y temible ese profesor, era el terror. Tuve suerte, porque el examen era oral, respondí sin dificultad y obtuve una calificación sorprendentemente alta.
Y era una asignatura que explicaba las leyes del capitalismo. En ella apenas se mencionaban las distintas teorías. Estudiando esa economía política del capitalismo sentía cada vez más dudas, cuestionaba más el sistema, porque yo, además, había vivido en un latifundio y recordaba cosas y soñaba con soluciones, como tantos utopistas han hecho en el mundo.
¿Qué tipo de estudiante era usted?
Yo era un ejemplo pésimo de estudiante, porque nunca iba a clases. En el Bachillerato, ya le conté que nunca atendí a una clase; como estaba obligado a ir al aula por mi condición de alumno interno, dejaba volar la imaginación y estudiaba al final, antes de los exámenes. En la Universidad tampoco fui nunca a una clase. Lo que hacía era hablarles a los estudiantes en el parque, debajo de los laureles; hablaba allí —había unos banquitos— con los muchachos, y sobre todo con las muchachas, porque me prestaban un poquito más de atención, eran más educadas; siempre había varios alumnos escuchando y yo explicando teorías. ¡Qué no daría hoy por recordar con qué argumentos trataba de persuadirlos y de qué! A partir del tercer año de la carrera no podía ya ser líder estudiantil oficial, porque tuve necesidad de optar por la matrícula libre, debido a razones que tal vez explique en otro momento. No obstante, tenía realmente ascendencia, bastante ascendencia entre los estudiantes universitarios.
Desde entonces estudié por la libre, como se le llamaba, lo que quiere decir que no estás matriculado en un curso, sino que podías matricular todas las asignaturas que desearas, y yo matriculé cincuenta.
¿Cincuenta?
Cincuenta por la libre. En la etapa final de la carrera me dediqué a estudiar de verdad, tres carreras afines: Derecho, Derecho Diplomático y Ciencias Sociales. Quienes obtenían los tres títulos tenían acceso a una beca; ya yo tenía todas mis ideas políticas bien definidas, pero quería estudiar un poco más, deseaba profundizar los conocimientos de economía y estaba pensando en una beca que me permitiera estudiar en Europa o incluso en los propios Estados Unidos. Cuando me dedicaba al estudio por entero, eran 15 ó 16 horas diarias. Desayunaba, almorzaba y cenaba con el libro al lado, sin apartar la vista de lo que leía.
Su padre era de derecha, toda su formación la hizo usted en escuelas religiosas conservadoras. ¿Cuándo encuentra usted a la izquierda en su trayectoria universitaria?
Alguna vez he contado que cuando yo llego a la Universidad, la gente de izquierda era, por cierto, un número exiguo. En mi tiempo de estudiante de la que fuera veinte años atrás la prestigiosa y combativa universidad de Mella, y apenas doce años antes la universidad en la que, bajo la inspiración del Partido Comunista de Rubén Martínez Villena, los estudiantes secundaron las luchas callejeras y la huelga revolucionaria que aceleró la caída de Machado, después de la guerra —el macartismo y el anticomunismo muy de moda—, de 15 000 matriculados en 1945, el número de antimperialistas activos y conocidos no pasaba de 50. Para esa época, ciertamente allí no había muchos alumnos de origen obrero y campesino. Otros temas, políticos y éticos, ocupaban la atención de los jóvenes, pero no era precisamente el tema de cambiar radicalmente la sociedad. La gente de izquierda me veía como un personaje extraño, porque decían: "Hijo de terrateniente y graduado del Colegio de Belén, este debe ser el tipo más reaccionario del mundo." Los primeros días, como lo había hecho en el Bachillerato, me dediqué mucho al deporte; pero ya desde las primeras semanas en el primer año comienzo a interesarme también por la política, y doy los primeros pasos, hasta que a los dos o tres meses me había olvidado por completo del baloncesto, la pelota, el fútbol y todo lo demás. Me consagré por entero a la política. Fui candidato a delegado de curso. Resulté electo: 181 votos a favor y 33 en contra.
A esa actividad política dedicaba cada vez más tiempo. Al acercarse la elección a la Presidencia de la FEU [Federación Estudiantil Universitaria], comencé a oponerme fuertemente al candidato del gobierno. Eso se tradujo para mí en una infinidad de peligros por chocar con los intereses de la mafia que, como le dije, dominaba la Universidad.
¿Qué tipo de peligros?
Las presiones físicas y las amenazas eran fuertes. Muy cercanas ya las elecciones de la FEU, estando ya en el segundo curso de la Escuela de Derecho, aquella mafia, irritada por mi insubordinación, después de numerosos incidentes utilizó una fuerte medida de intimidación: me prohibió entrar en la Universidad. No podía volver a ese centro de estudios.
¿Y qué hizo?
Bueno, lloré. Sí. Me fui a una playa a meditar y, con mis 20 años, acostado boca abajo en la arena, de mis ojos brotaron lágrimas. El problema era sumamente complejo. Estaba enfrentado a todos los poderes y a todas las impunidades. Era gente armada y proclive a matar, contaban con el apoyo de todos los organismos policiales y el gobierno corrompido de Grau. Únicamente los había contenido una fuerza moral, la masa creciente de estudiantes que me apoyaba. Nadie se les había enfrentado abiertamente en su feudo universitario, y no estaban dispuestos a tolerar más el desafío. Contaban también con la policía universitaria. Corría el riesgo de morir en una aparente riña de grupos. Lloré, pero decidí volver, y volver dispuesto a combatir, consciente de que podía significar una muerte segura.
Un amigo me consiguió un arma, una pistola Browning de 15 tiros, similar a la que uso todavía. Estaba decidido a vender cara mi vida, y no aceptar la deshonra de ausentarme de la Universidad. Así comenzó mi primera y peculiar lucha armada contra el gobierno y los poderes del Estado. Pero esa lucha no se caracterizó por el uso de las armas, sino por traducirse en una serie de riesgos y desa-fíos increíbles. Muy pocas veces pude portar un arma como aquel día. Corría el riesgo de ser arrestado por los cuerpos policíacos y sometido a tribunales de urgencia, que eran expeditos y no admitían fianza. Fácilmente el enemigo podía ponerme fuera de circulación mediante ese simplísimo procedimiento. Ello se tradujo tal vez en una de las más difíciles y peligrosas etapas de mi vida. Volví en aquella ocasión junto con cinco jóvenes que, espontáneamente, por pura admiración de mi lucha solitaria, se ofrecieron para acompañarme, todos armados igual que yo. Fue paralizante aquella acción para los que habían prohibido mi entrada al recinto universitario, pero aquello podía hacerse muy pocas veces. Pronto me vi obligado a estar solo en muchas oportunidades y casi siempre desarmado, hasta que, finalmente, a lo largo de siete años, hasta el 26 de julio de 1953, toda mi actividad en la lucha la tuve que llevar a cabo sin una sola arma, excepto cuando me incorporé a la expedición contra Trujillo y en mi participación en el levantamiento popular en Bogotá. No en pocas ocasiones me acompañaron grupos de personas sin armas como única protección posible. La denuncia constante, el desprecio a los riesgos, son como látigos en manos de un domador de fieras; me enseñaron que la dignidad, la moral y la verdad son armas invencibles. Desde que desembarqué del Granma, el 2 de diciembre de 1956, nunca más me volví a desarmar.
¿Pero sabía usted utilizar un arma? ¿Qué experiencia tenía usted de las armas?
Yo era buen tirador. Mi experiencia se debía al hecho de haber nacido en el campo y haber utilizado muchas veces los fusiles de mi casa sin permiso de nadie, un Winchester, una escopeta Browning de cacería, los revólveres, todas las armas posibles.
¿Disparaba usted?
Yo había inventado en Birán la historia de que las auras tiñosas se comían los pollos. Bueno, había inventado no, se decía que las tiñosas se comían los huevos y los pollitos. Existía un poste próximo a la casa, que era como una antena de radio, y en ese sitio se posaban con frecuencia las auras tiñosas. Y así, a veces yo asumía el papel de protector de las crías de pollitos, porque se suponía que las tiñosas eran dañinas, lo cual no era verdad. Ellas realmente actuaban como sanitarias, lo que comían era las carroñas cuando los animales mayores o medianos morían.
Son aves carroñeras, no atacan a los animales vivos. Yo siempre, desde pequeño, andaba en Birán con las armas.
En mi casa había una escopeta semiautomática de esas que llevan en la recámara cuatro cartuchos; si le pones uno en el directo, puedes hacer hasta cinco disparos en dos segundos. Había también como tres fusiles de esos un poco antiguos, pero que pueden utilizar balas modernas, les llamaban Máuser. También dos fusiles Winchester calibre 44, parecidos a los que usó Buffalo Bill, con varias balas en la recámara.
¿Llegó usted a utilizar la Browning que se llevó a la Universidad?
En aquella ocasión no. La gran batalla por la FEU se resolvió milagrosamente sin bajas, pero los riesgos que viví, como ya expliqué, fueron considerables. Esas eran las características de aquella Universidad en que ingresé en el año 1945. Con altibajos, condiciones muy difíciles para mí, muchas vicisitudes y anécdotas. Pero sería un cuento muy largo. Es suficiente lo que ya dije.
Bastaría añadir que algunos jóvenes estudiantes que de buena fe se aliaron a la anterior dirección de la Universidad y en aquellos episodios fueron mis adversarios, años después se incorporaron a la Revolución, incluso hubo quienes dieron su vida; no les guardo rencor alguno y les agradezco su gesto posterior. Hoy ese tipo de conflicto no ocurre en nuestras universidades, donde una masa de más de medio millón de jóvenes cursan estudios superiores y una sólida conciencia antimperialista y socialista sostiene su combatividad en defensa de la Revolución y de la patria. ¡Qué enorme premio!
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