Fachos, focas y revolución.
Ing. Franco Munini.
Coño, panas, yo no entiendo si es que a mí ciertas vainas me dejaron
impresiones muy fuertes o si quedé sicoseado, pero la diferencia entre
los coñazos del 27F89, 4F y 27N del 92 respecto a lo que pasó en abril
y diciembre 2002 no puede habérseles escapado.
Los tres primeros eran pueblo o militares del pueblo arrechos y
tratando de tomar el poder a los coñazos de la forma en que las toma
el pueblo llano, con extrema rudeza y ruptura de las reglas, mientras
que el 11 de abril 2002 fue una suerte de bailoterapia marchante
idiotizada, odiotizada y sifrinoide utilizada por cuatro gatos que se
peleaban y aún pelean por el reparto del poder.
De lado y lado parece que no se entiende que lo único que ha evitado
que esa turba enfurecida por el desprecio, la negligencia y la
burocracia se lance nuevamente a la calle a tomar lo que considera que
es suyo por derecho es la esperanza que tiene depositada en la figura
de Hugo Chávez. El 13 de abril fue (y lo dice un carajo que escupe
cada vez que pasa frente a una iglesia: yo) un milagro: el pueblo
salió a la calle a reclamar que le regresaran a su presidente, y
tuvimos mucha leche de que todo fue pacífico y con alegre y feliz
final, porque el ambiente era el de "vamos a matá esta culebra de
una".
Otro detalle sobre el cual nadie se detiene a elaborar mucho es que el
proceso revolucionario (que no el gobierno: a ese, exceptuando a
Chávez y a un grupo relativamente pequeño de cuadros con la solidez
ideológica necesaria, le falta mucho para merecer tal denominación)
apoya los procesos electorales sólo porque se sabe mayoría: lo que no
se dice es que si el acto burocrático que representa el proceso
electoral nos fuera adverso nos tocaría tomar el poder, o conservarlo,
de cualquier manera posible, lícita o no.
¡HORROR!, chillarán en coro los "demócratas" citando el articulado
violado por esta afirmación, esa sarta de güevones que creen que las
revoluciones se "permisan" y legitiman por medio de documentos y
extensas argumentaciones de leguleyos encorbatados o togados, con sus
"considerandos" y sus "resuelve".
Claro, se pretende adoptar algo parecido a la actitud anglosajona al
conducir y suponerla aplicable al tránsito caraqueño o maracucho, ese
ícono de la anarquía en la que los fiscales son algo así como
"penalizaciones" al azar en un juego de Monopolio y los semáforos son
equivalentes a luces navideñas.
No, compas, la realidad es otra. Toda esa estructura delicada y
bucólica de interrelaciones "educadas" en la que sales en la mañana a
comprar el pan, la leche y el periódico es solo un parapeto, una
frágil semblanza de orden que está amenazada desde la derecha y desde
la izquierda. Un caracazo la vuelve mierda en segundos, y te obliga a
repensar esa Disneylandia que vivimos hoy en términos más realistas.
Pero esta vaina no la entienden los fachos embrutecidos por Alberto
Federico, afanados en armar guarimbas cada vez que Chávez o el destino
suelta un peo, ni los burócratas buchones que se visten de rojo en
esas mismas ocasiones.
No nos ven. Los fachos creen que nos vamos a calar sus impertinencias,
los rojipintos de la administración pública creen que tenemos
paciencia para soportar las colas que formamos para reclamar lo
nuestro.
Quinientos años dejaron la percepción de que las palabras "Justicia" y
"Ley" son sinónimos. Nos marcaron como pueblo, nos castraron la
rebeldía. Llegamos a un establecimiento público y, al ver la cola,
nuestra primera reacción es preguntar al usuario más probable: "¿Usted
es el último?", para ponernos mansamente detrás de éste, en vez de
parar un peo por la ineficacia que motiva la cola.
Nos debatimos entre un grupo de babosos que escucha con ojos extáticos
a esa caricatura del fascismo llamado Peña Esclusa hablando desde un
altar y otro grupo de autómatas que acuden a las charlas de los
pico'eplatas desgranando las elucubraciones de Marx, Engels y Trotzky
con superioridad académica y marcando territorios inviolables de
pureza seudorevolucionaria... y nos preguntamos si estos coños viven
la misma realidad que nosotros, esa que cualquier carajo con los ojos
abiertos percibe, que es que estamos en un precario equilibrio y que a
la primera sacudida vamos a escoñetar el sistema, vamos a ir a agarrar
a Chávez y decirle "Sacúdete de encima a esta pila de ñeros jalabolas
y gobierna CON nosotros", sin pararle mucha bola a los formalismos que
ese ejército de leguleyos encorbatados vividores de la teta pública
han construido para mantenernos alejados del poder.
Digo yo.
Ing. Franco Munini.
Coño, panas, yo no entiendo si es que a mí ciertas vainas me dejaron
impresiones muy fuertes o si quedé sicoseado, pero la diferencia entre
los coñazos del 27F89, 4F y 27N del 92 respecto a lo que pasó en abril
y diciembre 2002 no puede habérseles escapado.
Los tres primeros eran pueblo o militares del pueblo arrechos y
tratando de tomar el poder a los coñazos de la forma en que las toma
el pueblo llano, con extrema rudeza y ruptura de las reglas, mientras
que el 11 de abril 2002 fue una suerte de bailoterapia marchante
idiotizada, odiotizada y sifrinoide utilizada por cuatro gatos que se
peleaban y aún pelean por el reparto del poder.
De lado y lado parece que no se entiende que lo único que ha evitado
que esa turba enfurecida por el desprecio, la negligencia y la
burocracia se lance nuevamente a la calle a tomar lo que considera que
es suyo por derecho es la esperanza que tiene depositada en la figura
de Hugo Chávez. El 13 de abril fue (y lo dice un carajo que escupe
cada vez que pasa frente a una iglesia: yo) un milagro: el pueblo
salió a la calle a reclamar que le regresaran a su presidente, y
tuvimos mucha leche de que todo fue pacífico y con alegre y feliz
final, porque el ambiente era el de "vamos a matá esta culebra de
una".
Otro detalle sobre el cual nadie se detiene a elaborar mucho es que el
proceso revolucionario (que no el gobierno: a ese, exceptuando a
Chávez y a un grupo relativamente pequeño de cuadros con la solidez
ideológica necesaria, le falta mucho para merecer tal denominación)
apoya los procesos electorales sólo porque se sabe mayoría: lo que no
se dice es que si el acto burocrático que representa el proceso
electoral nos fuera adverso nos tocaría tomar el poder, o conservarlo,
de cualquier manera posible, lícita o no.
¡HORROR!, chillarán en coro los "demócratas" citando el articulado
violado por esta afirmación, esa sarta de güevones que creen que las
revoluciones se "permisan" y legitiman por medio de documentos y
extensas argumentaciones de leguleyos encorbatados o togados, con sus
"considerandos" y sus "resuelve".
Claro, se pretende adoptar algo parecido a la actitud anglosajona al
conducir y suponerla aplicable al tránsito caraqueño o maracucho, ese
ícono de la anarquía en la que los fiscales son algo así como
"penalizaciones" al azar en un juego de Monopolio y los semáforos son
equivalentes a luces navideñas.
No, compas, la realidad es otra. Toda esa estructura delicada y
bucólica de interrelaciones "educadas" en la que sales en la mañana a
comprar el pan, la leche y el periódico es solo un parapeto, una
frágil semblanza de orden que está amenazada desde la derecha y desde
la izquierda. Un caracazo la vuelve mierda en segundos, y te obliga a
repensar esa Disneylandia que vivimos hoy en términos más realistas.
Pero esta vaina no la entienden los fachos embrutecidos por Alberto
Federico, afanados en armar guarimbas cada vez que Chávez o el destino
suelta un peo, ni los burócratas buchones que se visten de rojo en
esas mismas ocasiones.
No nos ven. Los fachos creen que nos vamos a calar sus impertinencias,
los rojipintos de la administración pública creen que tenemos
paciencia para soportar las colas que formamos para reclamar lo
nuestro.
Quinientos años dejaron la percepción de que las palabras "Justicia" y
"Ley" son sinónimos. Nos marcaron como pueblo, nos castraron la
rebeldía. Llegamos a un establecimiento público y, al ver la cola,
nuestra primera reacción es preguntar al usuario más probable: "¿Usted
es el último?", para ponernos mansamente detrás de éste, en vez de
parar un peo por la ineficacia que motiva la cola.
Nos debatimos entre un grupo de babosos que escucha con ojos extáticos
a esa caricatura del fascismo llamado Peña Esclusa hablando desde un
altar y otro grupo de autómatas que acuden a las charlas de los
pico'eplatas desgranando las elucubraciones de Marx, Engels y Trotzky
con superioridad académica y marcando territorios inviolables de
pureza seudorevolucionaria... y nos preguntamos si estos coños viven
la misma realidad que nosotros, esa que cualquier carajo con los ojos
abiertos percibe, que es que estamos en un precario equilibrio y que a
la primera sacudida vamos a escoñetar el sistema, vamos a ir a agarrar
a Chávez y decirle "Sacúdete de encima a esta pila de ñeros jalabolas
y gobierna CON nosotros", sin pararle mucha bola a los formalismos que
ese ejército de leguleyos encorbatados vividores de la teta pública
han construido para mantenernos alejados del poder.
Digo yo.
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