¡Uh, ah, Chávez no se va!
Por: Marcelo Colussi (especial para ARGENPRESS.info)
Se ha dicho que existen tres tipos de mentiras: las piadosas, las culposas… y las estadísticas. Pero no nos queda otra alternativa: debemos usar las estadísticas.Las encuestas, las mediciones estadísticas, estudios de opinión o como queramos llamarle, como cualquier instrumento científico, son eso: una herramienta. Aportan información. La cuestión radica en cómo leemos esos datos, para qué los usamos, en función de qué proyecto.
Pues bien: en Venezuela estamos a un mes de las elecciones presidenciales el próximo domingo 3 de diciembre. Y las estadísticas inundan la vida cotidiana. ¿Cómo leer tanta información? ¿A quién hacerle caso?Lo que está presente en estas elecciones no es un simple mecanismo de democracia representativa en el que, como siempre en estos casos, a la población se le hace “jugar” a la participación, pero donde realmente no toma ninguna decisión real.
En Venezuela, con las dificultades del caso, con un estilo propio, en el medio del capitalismo más salvaje post guerra fría y el desafiante unipolarismo militar de la gran potencia estadounidense, algo está sucediendo: se está empezando a construir una nueva alternativa, el llamado “socialismo del siglo XXI”. Los factores de poder -internos y externos- están muy conscientes de ello, por eso han reaccionado de forma visceral e inmediata. La Revolución Bolivariana y su comandante Hugo Chávez representan un peligro real para su perpetuación, por lo que no escatiman esfuerzos para detener ese proceso en marcha.
Las elecciones venideras son, en realidad, un referéndum sobre el mismo. Se elegirá entre la continuación de ese modelo o su neutralización. No otra cosa será lo que se elija.Entendiendo así la dinámica de lo que se juega el futuro 3 de diciembre, puede entenderse entonces la parafernalia infernal del escenario político venezolano: no se elige un presidente más (mero administrador, mero gerente que no cambia las relaciones establecidas); se va a refrendar una vez más, quizá con características únicas, la continuación de la revolución. Y si gana Chávez, muy probablemente se va a estar eligiendo la profundización de la misma.
Es en ese escenario que la derecha política está haciendo lo inimaginable para evitar ese triunfo; entre otras cosas -entre tantas, tantísimas cosas que utiliza como parte de esta guerra no militar pero terriblemente encarnizada, despiadada, mortal- está la manipulación de las encuestas.Sabemos que la objetividad es algo difícil en el campo de las ciencias sociales, y más aún en estos asuntos donde el objeto de estudio es algo tan cargado ideológicamente como unas elecciones donde se juega tanto. Pero de todos modos hay un mínimo de confiabilidad en este ámbito. Aunque las estadísticas puedan encerrar algo -o mucho- de engañosas, dan una visión de la realidad.
Y las estadísticas lo dicen: ¡Chávez no se va!A fines de octubre había siete estudios que se presentaron públicamente, y todos coincidieron en lo mismo: el actual presidente Hugo Chávez mantiene una alta diferencia con el candidato más fuerte -en realidad: el único candidato- de la oposición: Manuel Rosales. La cantidad de partidos políticos que se presentan a los comicios puede dar la sensación de una gran pluralidad de opciones, pero en realidad esas fuerzas no existen. Si se trata de una estrategia que intentará la deslegitimación del proceso comicial, eso está por verse. No sería improbable, repitiendo lo hecho en las elecciones legislativas de un año atrás, que todos los pequeños partidos que se presentan ahora, enrolados en el “antichavismo”, a último momento se retiren alegando falta de transparencia democrática.
Si esa es la estrategia, ello está dedicado básicamente a la opinión pública internacional para crear un escenario que justifique intervenciones externas (de la OEA quizá, mucho más manejable por Washington que Naciones Unidas). Pero en lo interno esas fuerzas son inexistentes; a un mes de los comicios la población votante no conoce a esos candidatos, no sabe cuántos ni quiénes son, y mucho menos sus propuestas. Sumados todos, ni siquiera llegan al 1 % de la opción de voto. La cuestión se polarizó entre Chávez y la ficha puesta por la embajada de Estados Unidos: el gobernador del estado del Zulia Manuel Rosales.
Pero más allá de la maquiavélica manipulación mediática con que se presentan las cosas desde la oposición contrarrevolucionaria, en las estadísticas -salvo una, la de Keller y Asociados, totalmente afín al candidato de la oposición- Rosales se encuentra en todos los casos por debajo de Chávez. En promedio, unos 30 puntos. Por tanto, la matriz de opinión que los medios desinformadores de la derecha quieren imponer mostrando un crecimiento imparable de Rosales y una tendencia a la baja de Chávez es falsa, mentirosa. La posibilidad de empate técnico está absolutamente descartada.
Los números hablan por sí mismos; estos son los datos al día de hoy:
Como puede apreciarse, en todas las encuestas hay en promedio un 80 % de personas que ya tiene decidido su voto; el aproximadamente 20 % de indecisos no sería factor decisivo para cambiar el curso de la tendencia, porque en el hipotético caso que ese porcentaje fuera a parar enteramente a Rosales -sabiendo que ello no puede ser así; en todo caso se repartirá siguiendo la tendencia dominante de la diferencia (Chávez alrededor de 60 %, Rosales un 25 %), en ese caso, incluso, el actual mandatario ganaría. Tal como están las cosas, entonces, la gran masa de población históricamente marginada que ahora encuentra alguien que los representa liderando un proceso que les da real protagonismo, esa masa que rescató a su presidente de la intentona golpista del 2002, es mayoría.
Y esa masa de trabajadores, clase obrera urbana, clase media empobrecida, campesinos, pobladores de barrios pobres, esa masa sin dudas ha votado y seguirá votando por Hugo Chávez. ¿Por qué votaría al candidato de una derecha golpista y neoliberal? Las masas son manipulables, amorfas; pero los individuos que la componen no tanto. Por eso Chávez se perfila como el ganador, porque es el representante de todos esos sectores, porque habla su lenguaje, porque sus obras los benefician. ¿Por qué vota el “pobrerío” por su líder? Porque con él comenzó a tener programas sociales, dignidad, cuotas de poder ayer impensables. Así de simple. Rosales ni remotamente significa eso, por eso no lo votan.
Las campañas electorales -ahora al rojo vivo, aunque la oposición de Manuel Rosales use el azul como color distintivo-, como en cualquier parte del mundo, no pueden estructurarse sino como supremacía de los mensajes emotivos, viscerales, cargados de símbolos. El presidente Chávez está inaugurando una obra tras otra a lo largo y ancho del país poniendo el acento en “el amor” de su acción de gobierno, mientras el candidato Rosales no se cansa de repetir que la situación delincuencial supuestamente debida a la actual administración es el principal problema de los venezolanos, y que el petróleo (mensaje destinado a una clase media individualista y racista) ya no será nunca más regalado a otros países si él llega a la presidencia (en alusión a las propuestas de integración latinoamericanista que impulsa la revolución bolivariana otorgando petróleo a precios solidarios a las naciones vecinas).
La solidaridad y el amor contra el fantasma del anticomunismo trasnochado de una guerra fría que ya terminó. Eso es lo medular de las campañas. ¿Se podría hacer otra cosa acaso, otro tipo de campaña? Quizá. O, bien meditado, quizá no. Los parámetros de las campañas mediáticas calientes de cualquier elección presidencial en cualquier sociedad del mundo tal vez no dan para grandes elucubraciones teóricas. La formación ideológica de las masas, la educación y la cultura puesta al servicio del pueblo, eso seguramente no es posible en el fragor de esta “guerra de baja intensidad” -ni tan baja- de una campaña presidencial.
Si gana Hugo Chávez, como todo indica que sucederá, entonces ahí sí, desde el día después del triunfo de la maquinaria electoral del bolivarianismo con el Movimiento V República, deberá comenzar la profundización del socialismo del siglo XXI; quizá, incluso, desmontando ese aparato eleccionario y buscando la construcción de un partido revolucionario único. Pero de momento, como vemos que pasa en cualquier proceso propagandístico en cualquier elección en el mundo, las consignas giran en torno a los candidatos, a sus características, a sus capacidades. Aunque con Chávez -un socialista al fin y al cabo- podríamos decir que la publicidad va más allá de su imagen; él habla de proyectos políticos concretos, de opciones al capitalismo, de propuestas superadoras. Rosales no.
Rosales no ha pasado de una invocación a rechazar el “castro-comunismo” que tiene “secuestrada” a Venezuela. Su guión -muy probablemente escrito en inglés y traducido al español- no es sino “más de lo mismo”. Fuera de una clase media aterrorizada con los fantasmas de las expropiaciones que no pasa de un 20 % del total de la población, su base social no puede crecer. Los grandes grupos nacionales de interés, más allá de su enorme poder económico y político, no representan un caudal de votos a considerar. La gran masa de venezolanos y venezolanas ya abrió los ojos, por eso no puede votar sino por su carismático líder Hugo Chávez. ¿Cómo votaría por una persona que participó del impopular golpe de Estado de cuatro años atrás, golpe que en menos de cuarenta y ocho horas que se mantuvo en el poder empezó por matar alrededor de 30 líderes de base en el emblemático barrio caraqueño del 23 de Enero, socialista por tradición? Repetimos: las masas pueden ser manipulables, con poca memoria histórica.
Pero los individuos que las conforman no. Y las estadísticas de que hablamos lo confirman. ¿Qué sucederá el 4 de diciembre?Por lo pronto habrá que esperar el domingo 3 a la noche, con el recuento de los votos, para tener idea por dónde irán las cosas. Es muy probable que la oposición denuncie fraude. Más allá de observadores electorales internacionales y de las tendencias estudiadas por las encuestadoras, seguramente saldrá gritando a los cuatro vientos que los resultados favorables a Hugo Chávez son falsos.
Como dijimos: lo que se juega en estas elecciones no es poca cosa. Para Washington -verdadero agente que mueve los hilos de la política en toda Latinoamérica- una derrota de su candidato compromete mucho las cosas. No pudieron establecer el ALCA a nivel continental, Venezuela es un foco de esperanza para los pueblos de la región, algunas propuestas más o menos populares (Evo Morales en Bolivia, Lula en Brasil) pueden consolidarse, el probable triunfo del sandinismo en Nicaragua tiene el valor de ofensa; ante todo esto, parar a Chávez es una prioridad.
De todos modos, las estadísticas (realizadas, incluso, por empresas que para nada se podrían identificar como pro gubernamentales) indican indubitablemente una tendencia: tal como se comenzó a decir después del golpe de Estado del 11 de abril del 2002 cuando la movilización popular impidió su destitución, “¡Uh, ah, Chávez no se va!”. Esta suerte de referéndum revocatorio que tendrá lugar dentro de un mes dará la fuerza necesaria al actual gobierno para profundizar medidas populares, socializantes, antiimperialistas, alternativas al capitalismo. Pero para hablar del 4 de diciembre primero debemos llegar al 3.
¿Permitirá la Casa Blanca su reelección, o qué nuevos escenarios se abrirán? Si gana Chávez sin sobresaltos con un gran caudal de electores, tal como marcan los estudios de opinión: ¿qué pasará? ¿Se profundiza el socialismo? ¿Se irá hacia un capitalismo socialdemócrata con rostro humano? ¿Invadirá el imperio? De todos nosotros depende la respuesta.
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