Por Esther Yáñez Illescas
La Navidad es sagrada en Venezuela y no solo por lo católico del asunto. En el país caribeño, las fiestas empiezan con tiempo para el protocolo (desde el 1 de noviembre se decretó de manera oficial la Navidad) y la dolarización de facto hace que surjan nuevos fenómenos de consumo irreversibles.
A Venezuela le gusta consumir. Y aunque es un país socialista antiimperialista, al menos en lo que a estatus político constitucional se refiere, el venezolano lleva en su ADN el gusto por recibir cosas que pueda tocar y disfrutar. Y si salen en la tele, mejor. Y si encima vienen publicitadas con acento del Tío Sam, el omnipresente oriundo de los Estados Unidos de América, se tornan irresistibles.
El Black Friday se ha convertido en un fenómeno mundial porque si algo sabe hacer bien EEUU es vender. El marketing norteamericano ha impregnado de deseos a un mundo multipolar pero que camina irremediablemente hacia un capitalismo globalizado que nunca tiene suficiente.
El Viernes Negro fue un invento de los centros comerciales estadounidenses que hicieron coincidir la fecha con el último viernes del mes de noviembre, justo un día después del famoso día de Acción de Gracias, otra fecha emblemática para los estadounidenses. Al día siguiente es el pistoletazo no oficial de las compras navideñas; se estableció la tradición de salir a comprar en familia, los comerciantes comenzaron a transformar sus números rojos a partir de ese bendito viernes y, con el paso del tiempo, la fecha se ha hecho viral.
Si atendemos a los primeros registros sobre el inicio del Viernes Negro, habría que remontarse a los años cincuenta a la ciudad de Filadelfia (EEUU), cuando, según la historia más fiable, los policías de turno se referían al black friday como el día en el que miles de carros se lanzaban a las calles para comenzar sus compras. Era un viernes negro por el tráfico insoportable que había en la ciudad aunque las tiendas lo celebraban con un buen balance de su caja registradora al final del día.
El Black Friday llegó a Venezuela
Es la primera vez en Venezuela que los centros comerciales se suman a esta tradición estadounidense de celebrar su particular viernes negro de compras desenfrenadas prometiendo descuentos irresistibles. El centro comercial Sambil, uno de los más emblemáticos y grandes de Caracas, abrió sus puertas a las 8 de la mañana y las cerró a las 12 de la noche. Inédito en un país donde la seguridad preocupa y mucho a sus ciudadanos, y cuando cae el sol, a eso de las 6 de la tarde, los comercios comienzan a cerrar sus puertas y caminar por las calles de la ciudad te convierte en sospechoso.
Pero no hay nada que no pueda superar la promesa de ser más feliz comprando cosas (aparentemente) baratas. Las tiendas del Sambil, un edificio de cinco plantas, estacionamiento y otra planta superior dedicada a la feria de comida con todo tipo de manjares fast food patrios y extranjeros, anunciaron a bombo y platillo en sus escaparates descuentos del 10, 20, 30 y hasta el 50%. ¿Quién puede resistirse a algo así?
El venezolano, acostumbrado a años de abundancia durante la época de la Venezuela Saudita, con el precio del barril del petróleo por las nubes y un gobierno, el de Hugo Chávez, que regalaba regalías a mansalva, desde luego, no. La crisis es coyuntural y profunda pero el ADN tiene memoria.
Las colas para entrar al centro comercial antes de que abriese sus puertas ya eran kilométricas, y cuando abrieron se vivieron escenas de estupefacción. De esas que no sabes muy bien qué te provocan, si reír, abrir la boca, mantenerla abierta por estupefacción o llorar por el mundo que somos. Mujeres, niños, hombres, ancianos, personas con movilidad reducida entrando a galopadas sin saber muy bien hacia donde ir primero.
El tema es que el Black Friday es un tanto engañoso, o al menos eso sospecharon algunos alegres con sus ilusiones frustradas por momentos. "Me he comprado este par de zapatos por 30 dólares y la etiqueta dice que están rebajados en un 30%, pero no es cierto porque ya los había visto la semana pasada y costaban lo mismo", explica a Sputnik Rebeca, una chica de 24 años estudiante de Comunicación Social. Son las 12 del mediodía y Rebeca decidió faltar a clase para pillar las mejores ofertas. Viste camiseta blanca y lleva unas gafas de sol oscuras dentro del centro comercial, aunque no hace sol.
A su lado hay una pareja que pasa los cincuenta. Ella se está probando unas zapatillas color rosa fosforito que cuestan 80 dólares. Él la mira y le da consejos. "Me gustan con esos pantalones, amor". Ella decide comprarlas. "Es una locura. Hemos venido porque nunca habíamos visto algo así en Venezuela", cuenta orgullosa, con sus zapatillas nuevas en la mano, mientras le dice a la chica que le atiende que se las lleva a casa.
"Es verdad que hay crisis en Venezuela, pero también es verdad que cada vez hay más dólares en la calle, y en todas partes puedes pagar con dólares así que es más fácil. Hay problemas, es verdad, pero uno vive acá y si uno trabaja, uno puede vivir. Esa es mi opinión", sentencia el marido antes de sacar un billete de 100 dólares estadounidenses de su cartera. La dependienta llega diez minutos más tarde con el cambio. Un billete de 20 impoluto, porque en Venezuela, eso sí, no aceptan papel manchado, arrugado o con cualquier nimiedad que afecte a su estado original. Son escrupulosos, con toda la ironía del caso.
Dolarización en Venezuela
La dolarización de facto en el país caribeño está pasando desde hace unos meses y es imparable. No es oficial, aunque el propio presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ha reconocido hace poco en una entrevista con una televisión nacional que no le parece mal este fenómeno: "No lo veo mal […] ese proceso que llaman dolarización; puede servir para la recuperación y despliegue de las fuerzas productivas del país y el funcionamiento de la economía", afirmó.
Al mismo tiempo, el Gobierno de Maduro lleva meses inyectando divisas en efectivo al mercado por la venta de oro y petróleo en el exterior. De esta manera, consigue evitar las sanciones impuestas por EEUU y rentabilizar los pagos en cash que recibe a través de transacciones internacionales.
Es un cambio de postura importante respecto a meses anteriores, cuando estaba prohibida la compraventa en dólares o su cambio en el mercado paralelo. El Gobierno se ha dado cuenta de la importancia que esta moneda extranjera tiene para su economía y el oxígeno que le da a su gestión, con una moneda nacional, el bolívar, cada vez más devaluada por la hiperinflación que sufre el país.
La dolarización en la calle se debe, sobre todo, a la creciente entrada de remesas en las fronteras venezolanas. Según las estimaciones de Ecoanalítica, una asesora financiera de renombre en el país caribeño, el envío de remesas desde el exterior ha aumentado en un 4.600% en tres años, pasando de 78 millones de dólares en 2016 a contabilizar entre 3.500 y 3.700 millones en la actualidad. Para 2020 esperan la entrada de 4.000 millones. Este fenómeno imparable está provocando que más del 50% de las transacciones en Venezuela se hagan en dólares según el economista Luis Vicente León, presidente de Datanálisis, la encuestadora más importante del país.
"Estoy mandándole vídeos del centro comercial a un amigo que vive fuera y me está preguntando si en Venezuela no nos moríamos de hambre", dice a Sputnik Abraham, un venezolano entrenador de perros de profesión, que hace fila para entrar en una tienda de ropa deportiva en el citado Sambil. Le acompaña su madre, una señora mayor con poco oído pero encantada con la jornada. Es como una fiesta en familia.
"Aquí hay problemas, en todos los países hay problemas", continúa el hijo. "Mira Colombia como está ahora, o Chile; pero si aquí estuviese la gente muriéndose de hambre esto estaría vacío. Hay colas en todas partes, entonces tú dices: ¿qué es verdad y qué es ficción?".
Partido entre Navegantes de Magallanes y Los Tiburones de La Guaira en el Estadio Universitario de Caracas
Venezuela es como una novela de no ficción pero con guiones adulterados en Hollywood, nunca mejor dicho. La influencia norteamericana impregna a un país que reclama soberanía por injerencia pero que está lleno de contradicciones que se imponen como necesarias, a veces. El dólar ha traído alivio a una población incapaz de ahorrar en una moneda propia que no sirve. El Gobierno mira para otro lado; acepta de facto un fenómeno irreversible con un futuro incierto pero que ha llegado, seguro, para quedarse.
Sputnik
La Navidad es sagrada en Venezuela y no solo por lo católico del asunto. En el país caribeño, las fiestas empiezan con tiempo para el protocolo (desde el 1 de noviembre se decretó de manera oficial la Navidad) y la dolarización de facto hace que surjan nuevos fenómenos de consumo irreversibles.
A Venezuela le gusta consumir. Y aunque es un país socialista antiimperialista, al menos en lo que a estatus político constitucional se refiere, el venezolano lleva en su ADN el gusto por recibir cosas que pueda tocar y disfrutar. Y si salen en la tele, mejor. Y si encima vienen publicitadas con acento del Tío Sam, el omnipresente oriundo de los Estados Unidos de América, se tornan irresistibles.
El Black Friday se ha convertido en un fenómeno mundial porque si algo sabe hacer bien EEUU es vender. El marketing norteamericano ha impregnado de deseos a un mundo multipolar pero que camina irremediablemente hacia un capitalismo globalizado que nunca tiene suficiente.
El Viernes Negro fue un invento de los centros comerciales estadounidenses que hicieron coincidir la fecha con el último viernes del mes de noviembre, justo un día después del famoso día de Acción de Gracias, otra fecha emblemática para los estadounidenses. Al día siguiente es el pistoletazo no oficial de las compras navideñas; se estableció la tradición de salir a comprar en familia, los comerciantes comenzaron a transformar sus números rojos a partir de ese bendito viernes y, con el paso del tiempo, la fecha se ha hecho viral.
Si atendemos a los primeros registros sobre el inicio del Viernes Negro, habría que remontarse a los años cincuenta a la ciudad de Filadelfia (EEUU), cuando, según la historia más fiable, los policías de turno se referían al black friday como el día en el que miles de carros se lanzaban a las calles para comenzar sus compras. Era un viernes negro por el tráfico insoportable que había en la ciudad aunque las tiendas lo celebraban con un buen balance de su caja registradora al final del día.
El Black Friday llegó a Venezuela
Es la primera vez en Venezuela que los centros comerciales se suman a esta tradición estadounidense de celebrar su particular viernes negro de compras desenfrenadas prometiendo descuentos irresistibles. El centro comercial Sambil, uno de los más emblemáticos y grandes de Caracas, abrió sus puertas a las 8 de la mañana y las cerró a las 12 de la noche. Inédito en un país donde la seguridad preocupa y mucho a sus ciudadanos, y cuando cae el sol, a eso de las 6 de la tarde, los comercios comienzan a cerrar sus puertas y caminar por las calles de la ciudad te convierte en sospechoso.
Pero no hay nada que no pueda superar la promesa de ser más feliz comprando cosas (aparentemente) baratas. Las tiendas del Sambil, un edificio de cinco plantas, estacionamiento y otra planta superior dedicada a la feria de comida con todo tipo de manjares fast food patrios y extranjeros, anunciaron a bombo y platillo en sus escaparates descuentos del 10, 20, 30 y hasta el 50%. ¿Quién puede resistirse a algo así?
El venezolano, acostumbrado a años de abundancia durante la época de la Venezuela Saudita, con el precio del barril del petróleo por las nubes y un gobierno, el de Hugo Chávez, que regalaba regalías a mansalva, desde luego, no. La crisis es coyuntural y profunda pero el ADN tiene memoria.
Las colas para entrar al centro comercial antes de que abriese sus puertas ya eran kilométricas, y cuando abrieron se vivieron escenas de estupefacción. De esas que no sabes muy bien qué te provocan, si reír, abrir la boca, mantenerla abierta por estupefacción o llorar por el mundo que somos. Mujeres, niños, hombres, ancianos, personas con movilidad reducida entrando a galopadas sin saber muy bien hacia donde ir primero.
El tema es que el Black Friday es un tanto engañoso, o al menos eso sospecharon algunos alegres con sus ilusiones frustradas por momentos. "Me he comprado este par de zapatos por 30 dólares y la etiqueta dice que están rebajados en un 30%, pero no es cierto porque ya los había visto la semana pasada y costaban lo mismo", explica a Sputnik Rebeca, una chica de 24 años estudiante de Comunicación Social. Son las 12 del mediodía y Rebeca decidió faltar a clase para pillar las mejores ofertas. Viste camiseta blanca y lleva unas gafas de sol oscuras dentro del centro comercial, aunque no hace sol.
A su lado hay una pareja que pasa los cincuenta. Ella se está probando unas zapatillas color rosa fosforito que cuestan 80 dólares. Él la mira y le da consejos. "Me gustan con esos pantalones, amor". Ella decide comprarlas. "Es una locura. Hemos venido porque nunca habíamos visto algo así en Venezuela", cuenta orgullosa, con sus zapatillas nuevas en la mano, mientras le dice a la chica que le atiende que se las lleva a casa.
"Es verdad que hay crisis en Venezuela, pero también es verdad que cada vez hay más dólares en la calle, y en todas partes puedes pagar con dólares así que es más fácil. Hay problemas, es verdad, pero uno vive acá y si uno trabaja, uno puede vivir. Esa es mi opinión", sentencia el marido antes de sacar un billete de 100 dólares estadounidenses de su cartera. La dependienta llega diez minutos más tarde con el cambio. Un billete de 20 impoluto, porque en Venezuela, eso sí, no aceptan papel manchado, arrugado o con cualquier nimiedad que afecte a su estado original. Son escrupulosos, con toda la ironía del caso.
Dolarización en Venezuela
La dolarización de facto en el país caribeño está pasando desde hace unos meses y es imparable. No es oficial, aunque el propio presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ha reconocido hace poco en una entrevista con una televisión nacional que no le parece mal este fenómeno: "No lo veo mal […] ese proceso que llaman dolarización; puede servir para la recuperación y despliegue de las fuerzas productivas del país y el funcionamiento de la economía", afirmó.
Al mismo tiempo, el Gobierno de Maduro lleva meses inyectando divisas en efectivo al mercado por la venta de oro y petróleo en el exterior. De esta manera, consigue evitar las sanciones impuestas por EEUU y rentabilizar los pagos en cash que recibe a través de transacciones internacionales.
Es un cambio de postura importante respecto a meses anteriores, cuando estaba prohibida la compraventa en dólares o su cambio en el mercado paralelo. El Gobierno se ha dado cuenta de la importancia que esta moneda extranjera tiene para su economía y el oxígeno que le da a su gestión, con una moneda nacional, el bolívar, cada vez más devaluada por la hiperinflación que sufre el país.
La dolarización en la calle se debe, sobre todo, a la creciente entrada de remesas en las fronteras venezolanas. Según las estimaciones de Ecoanalítica, una asesora financiera de renombre en el país caribeño, el envío de remesas desde el exterior ha aumentado en un 4.600% en tres años, pasando de 78 millones de dólares en 2016 a contabilizar entre 3.500 y 3.700 millones en la actualidad. Para 2020 esperan la entrada de 4.000 millones. Este fenómeno imparable está provocando que más del 50% de las transacciones en Venezuela se hagan en dólares según el economista Luis Vicente León, presidente de Datanálisis, la encuestadora más importante del país.
"Estoy mandándole vídeos del centro comercial a un amigo que vive fuera y me está preguntando si en Venezuela no nos moríamos de hambre", dice a Sputnik Abraham, un venezolano entrenador de perros de profesión, que hace fila para entrar en una tienda de ropa deportiva en el citado Sambil. Le acompaña su madre, una señora mayor con poco oído pero encantada con la jornada. Es como una fiesta en familia.
"Aquí hay problemas, en todos los países hay problemas", continúa el hijo. "Mira Colombia como está ahora, o Chile; pero si aquí estuviese la gente muriéndose de hambre esto estaría vacío. Hay colas en todas partes, entonces tú dices: ¿qué es verdad y qué es ficción?".
Partido entre Navegantes de Magallanes y Los Tiburones de La Guaira en el Estadio Universitario de Caracas
Venezuela es como una novela de no ficción pero con guiones adulterados en Hollywood, nunca mejor dicho. La influencia norteamericana impregna a un país que reclama soberanía por injerencia pero que está lleno de contradicciones que se imponen como necesarias, a veces. El dólar ha traído alivio a una población incapaz de ahorrar en una moneda propia que no sirve. El Gobierno mira para otro lado; acepta de facto un fenómeno irreversible con un futuro incierto pero que ha llegado, seguro, para quedarse.
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