Los problemas técnicos del portaviones más avanzado de EEUU, el USS Gerald R. Ford, se están amontonando, lo cual retrasará aún más su introducción en la Armada del país norteamericano.
En esta ocasión, fueron los dos propulsores principales del buque los que fallaron durante un navío de prueba. Según informa el columnista del medio estadounidense The Drive, Tyler Rogoway, esto retrasará aún más el comienzo del uso operativo del portaviones.
Según sus fuentes, los propulsores necesitarán una extensiva reparación técnica que durará unos tres meses. Por lo cual, en el mejor de los casos, el buque estará listo en octubre de 2019 tras pasar unas pruebas adicionales.
Desde que la Armada recibió el portaviones en 2017, dos años más tarde de lo planeado, este sufrió graves problemas con las catapultas —los sistemas para los aterrizajes de aviones—, radares y la ausencia de la mayor parte de sus ascensores para los armamentos.
Entre las falencias, sobresalieron las catapultas electromagnéticas que fallaban nueve veces más de lo tolerado por la Armada. Así, el buque tenía una probabilidad del 70% de completar un solo día de operaciones sin sufrir una avería grave.
Lo mismo ocurrió con los cables de parada que de promedio no pudieron frenar a más de 20 aviones sin sufrir serios problemas. A modo de referencia, la Armada exige que estos cables garanticen 16.500 aterrizajes antes de sufrir problemas.
De tal modo, la probabilidad de superar un día de operaciones aéreas antes de que los sistemas de aterrizaje se rompan es de tan solo el 1%.
Pese a que pueda parecer que los problemas con los radares no son tan importantes, en realidad son cruciales. Son necesarios para coordinar los aterrizajes y los despegues de los aviones.
Aparte de ello, unos radares disfuncionales afectarían gravemente a los sistemas de defensa aérea del buque, comprometiendo su seguridad. Por lo cual, los propulsores averiados recientemente solo extienden la ya larga lista de fallas técnicas del nuevo portaviones.
Curiosamente, todos estos problemas recuerdan a lo que está ocurriendo con el desarrollo del caza de la quinta generación F-35, que ya se ganó una fama notoria por la gran cantidad de fallas técnicas que está sufriendo y sus altos costes.
Para ello hay una explicación: los dos proyectos se están llevando a cabo bajo el concepto de ingeniería concurrente, donde los distintos aspectos del desarrollo se llevan a cabo simultáneamente y se corrigen sobre la marcha.
En un principio, esta aproximación debió ahorrar tiempo y abaratar costos, pero los ejemplos del F-35 y del USS Gerald R. Ford están demostrando que la construcción de un proyecto sin tener siquiera un diseño final puede tener serias consecuencias.
Aparte de las averías y los tremendos retrasos, también aumentaron los costos en comparación con los pronósticos iniciales hasta alcanzar precios desorbitados.
En esta ocasión, fueron los dos propulsores principales del buque los que fallaron durante un navío de prueba. Según informa el columnista del medio estadounidense The Drive, Tyler Rogoway, esto retrasará aún más el comienzo del uso operativo del portaviones.
Según sus fuentes, los propulsores necesitarán una extensiva reparación técnica que durará unos tres meses. Por lo cual, en el mejor de los casos, el buque estará listo en octubre de 2019 tras pasar unas pruebas adicionales.
Desde que la Armada recibió el portaviones en 2017, dos años más tarde de lo planeado, este sufrió graves problemas con las catapultas —los sistemas para los aterrizajes de aviones—, radares y la ausencia de la mayor parte de sus ascensores para los armamentos.
Entre las falencias, sobresalieron las catapultas electromagnéticas que fallaban nueve veces más de lo tolerado por la Armada. Así, el buque tenía una probabilidad del 70% de completar un solo día de operaciones sin sufrir una avería grave.
Lo mismo ocurrió con los cables de parada que de promedio no pudieron frenar a más de 20 aviones sin sufrir serios problemas. A modo de referencia, la Armada exige que estos cables garanticen 16.500 aterrizajes antes de sufrir problemas.
De tal modo, la probabilidad de superar un día de operaciones aéreas antes de que los sistemas de aterrizaje se rompan es de tan solo el 1%.
Pese a que pueda parecer que los problemas con los radares no son tan importantes, en realidad son cruciales. Son necesarios para coordinar los aterrizajes y los despegues de los aviones.
Aparte de ello, unos radares disfuncionales afectarían gravemente a los sistemas de defensa aérea del buque, comprometiendo su seguridad. Por lo cual, los propulsores averiados recientemente solo extienden la ya larga lista de fallas técnicas del nuevo portaviones.
Curiosamente, todos estos problemas recuerdan a lo que está ocurriendo con el desarrollo del caza de la quinta generación F-35, que ya se ganó una fama notoria por la gran cantidad de fallas técnicas que está sufriendo y sus altos costes.
Para ello hay una explicación: los dos proyectos se están llevando a cabo bajo el concepto de ingeniería concurrente, donde los distintos aspectos del desarrollo se llevan a cabo simultáneamente y se corrigen sobre la marcha.
En un principio, esta aproximación debió ahorrar tiempo y abaratar costos, pero los ejemplos del F-35 y del USS Gerald R. Ford están demostrando que la construcción de un proyecto sin tener siquiera un diseño final puede tener serias consecuencias.
Aparte de las averías y los tremendos retrasos, también aumentaron los costos en comparación con los pronósticos iniciales hasta alcanzar precios desorbitados.
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