Donald Trump ha dicho que en su vida de empresario ha utilizado la estrategia de generar pánico en los competidores para alcanzar sus objetivos. Tal vez sea por eso que ahora, como presidente de Estados Unidos, su cuenta de Twitter sea considerada un arma de destrucción masiva.
Rience Priebus, quien fue su jefe de Gabinete, fue muy ilustrativo cuando reveló que llamaba al dormitorio del mandatario “el taller del diablo” porque a las primeras horas de la mañana y los fines de semana Trump se dedica a disparar desde allí los tuits más descontrolados.
El sucesor de Priebus, John Kelly, no se quedó atrás: se refirió a la Casa Blanca como “Crazytown”, traducible como “Locolandia”.
Esas y otras expresiones de excolaboradores de Trump aparecen en el libro Miedo: Trump en la Casa Blanca, escrito por el afamado periodista Bob Woodward, mundialmente reconocido por haber sido, junto con Carl Bernstein, el autor de la investigación del diario The Washington Post sobre el escándalo del Watergate, que le costó la presidencia a Richard Nixon. Algunos de los mencionados han intentado desmentir los comentarios que se les atribuyen, pero hacen un retrato tan bien logrado del personaje que nadie ha creído los desmentidos.
Las peripecias de esta especie de “Tiroloco McGraw” de las redes sociales podrían tenernos sin cuidado. Pero la óptica cambia cuando se comprueba que Trump es el jefe directo de la oposición venezolana, está plenamente a cargo del golpe de Estado que se encuentra en marcha, y tiene un grupo de lugartenientes (para este asunto específico) que parecen compartir plenamente su incontinencia tuitera: Mike Pence, Mike Pompeo, John Bolton y Marco Rubio.
El “taller del diablo” se ha ampliado para el caso de Venezuela. Cada mañana salen desde Washington varios misiles virtuales destinados a sembrar el terror, expresiones de la doctrina del pánico del magnate-presidente.
El mismo Trump suele escribir trinos sobre Venezuela. La semana de la autojuramentación del diputado Juan Guaidó se hizo eco de fake news sobre protestas masivas y hasta convocó a los opositores a participar en una marcha.
Apelando a su técnica del pánico, Trump ha dicho varias veces que sobre Venezuela no se descarta ninguna opción, incluyendo el ataque armado. Viniendo del jefe de la potencia bélica con mayor poder destructivo en la historia del mundo, no es una advertencia para ser tomada a la ligera.
Siguiendo esa línea (o tal vez, marcándola) los otros integrantes de este clan de ultraconservadores anticomunistas y agentes de diversos intereses corporativos se dedican a bombardear a Venezuela con anuncios de inminentes acciones militares, más sanciones económicas y amenazas directas contra el presidente Maduro y sus principales colaboradores.
El vicepresidente Pence también ha actuado como una figura doméstica de la oposición, haciendo incluso convocatorias a marchas y protestas y rebotando falsos positivos como el de los supuestos secuestros de niños.
Ultimátum y cuentas regresivas
El propósito del bombardeo de tuits es crear la sensación de que el gobierno de Maduro está técnicamente caído y que al presidente solo le queda rendirse y tratar de controlar los daños. Con ese tipo de mensajes buscan provocar una desbandada en el chavismo, y al mismo tiempo, cohesionar a los opositores.
En esa onda estuvo, por ejemplo, el tuit de Bolton en el que promete llevar a Maduro a la cárcel de Guantánamo. Ese tipo de desplante contra el máximo líder de la Revolución pretende que el resto de los chavistas haga un cálculo: “si a Maduro le van a hacer esto, ¿qué no nos harán a nosotros?”.
La intervención de Trump y su combo es tan directa, tan cotidiana, tan parroquial, que parece que fueran personajes de la oposición local. Por ejemplo, el senador Rubio fue quien difundió una fotografía del puente de Las Tienditas, con unos containers atravesados y la fake news de que Venezuela había cerrado el acceso fronterizo para impedir el paso de la ayuda humanitaria.
Tuvo que hacer la aclaratoria el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, Diosdado Cabello, quien explicó que se trata de un paso fronterizo aún no inaugurado, debido a la actitud hostil de Colombia hacia la integración con Venezuela. El puente nunca ha estado en funcionamiento.
El tema de la ayuda humanitaria se ha convertido en el preferido del “taller del diablo ampliado” para sembrar pánico. Quedará incluso para los sketch de comedia el supuesto descuido de Bolton para dejar colar la información de que EEUU y Colombia pondrían 5 mil soldados en la frontera con Venezuela.
El psicoterror de la pandilla de Washington es replicado en Venezuela por dirigentes opositores, periodistas, analistas e influencers. Lo mismo sucede en los países del Grupo de Lima, donde intervienen desde los presidentes hasta simples espontáneos. La ola alcanza tal nivel que, paradójicamente, asusta a los propios antichavistas.
El fin de semana del 2 y 3 de febrero se llegó a niveles de histeria colectiva. Tanto que ciertos dirigentes opositores se sintieron obligados a pedir calma. Para no quedar tan mal, algunos acusaron a los laboratorios de guerra sucia del gobierno de haber difundido las versiones apocalípticas, aun a sabiendas de que nacieron en la Casa Blanca y sus alrededores.
Una pieza clásica de estas operaciones de creación de pánico es el otorgamiento de plazos, los ultimátum y las cuentas regresivas. Varios de los nefastos personajes estadounidenses han participado en esta “línea de trabajo” a la que se han sumado actores de reparto como el presidente de Colombia, Iván Duque, quien dijo el viernes 1 de febrero que a Maduro le quedaban entre 24 y 72 horas en el poder.
Pompeo, por su parte, ha utilizado el tema de la ayuda humanitaria para presionar a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. En otro tuit, exigió a los militares que dejen ingresar la ayuda para el pueblo hambriento y se sumó al fake news del puente bloqueado con camiones y contenedores.
¿Un bumerán?
Los “tuits descontrolados” de Trump le han costado miles de millones de dólares a los accionistas de grandes corporaciones, miembros de postín del club del todopoderoso complejo industrial-militar, como Boeing y Lockheed-Martin.
También ha escrito comentarios contra grandes empresas del ámbito de los medios de comunicación, la tecnología y las redes sociales, así como otros que han causado crisis generales en la bolsa de valores, en particular los relacionados con su guerra comercial con China. Fue justamente en Wall Street donde le endilgaron a su cuenta Twitter el mote de arma de destrucción masiva.
Tal vez por eso es que el mandatario está bajo amenaza de un impeachment que podría expulsarlo de la Casa Blanca. A la hora de los resúmenes, tal vez los tuits descontrolados se devuelvan como bumerán sobre quien los arroja.
(LaIguana.TV)
Rience Priebus, quien fue su jefe de Gabinete, fue muy ilustrativo cuando reveló que llamaba al dormitorio del mandatario “el taller del diablo” porque a las primeras horas de la mañana y los fines de semana Trump se dedica a disparar desde allí los tuits más descontrolados.
El sucesor de Priebus, John Kelly, no se quedó atrás: se refirió a la Casa Blanca como “Crazytown”, traducible como “Locolandia”.
Esas y otras expresiones de excolaboradores de Trump aparecen en el libro Miedo: Trump en la Casa Blanca, escrito por el afamado periodista Bob Woodward, mundialmente reconocido por haber sido, junto con Carl Bernstein, el autor de la investigación del diario The Washington Post sobre el escándalo del Watergate, que le costó la presidencia a Richard Nixon. Algunos de los mencionados han intentado desmentir los comentarios que se les atribuyen, pero hacen un retrato tan bien logrado del personaje que nadie ha creído los desmentidos.
Las peripecias de esta especie de “Tiroloco McGraw” de las redes sociales podrían tenernos sin cuidado. Pero la óptica cambia cuando se comprueba que Trump es el jefe directo de la oposición venezolana, está plenamente a cargo del golpe de Estado que se encuentra en marcha, y tiene un grupo de lugartenientes (para este asunto específico) que parecen compartir plenamente su incontinencia tuitera: Mike Pence, Mike Pompeo, John Bolton y Marco Rubio.
El “taller del diablo” se ha ampliado para el caso de Venezuela. Cada mañana salen desde Washington varios misiles virtuales destinados a sembrar el terror, expresiones de la doctrina del pánico del magnate-presidente.
El mismo Trump suele escribir trinos sobre Venezuela. La semana de la autojuramentación del diputado Juan Guaidó se hizo eco de fake news sobre protestas masivas y hasta convocó a los opositores a participar en una marcha.
Apelando a su técnica del pánico, Trump ha dicho varias veces que sobre Venezuela no se descarta ninguna opción, incluyendo el ataque armado. Viniendo del jefe de la potencia bélica con mayor poder destructivo en la historia del mundo, no es una advertencia para ser tomada a la ligera.
Siguiendo esa línea (o tal vez, marcándola) los otros integrantes de este clan de ultraconservadores anticomunistas y agentes de diversos intereses corporativos se dedican a bombardear a Venezuela con anuncios de inminentes acciones militares, más sanciones económicas y amenazas directas contra el presidente Maduro y sus principales colaboradores.
El vicepresidente Pence también ha actuado como una figura doméstica de la oposición, haciendo incluso convocatorias a marchas y protestas y rebotando falsos positivos como el de los supuestos secuestros de niños.
Ultimátum y cuentas regresivas
El propósito del bombardeo de tuits es crear la sensación de que el gobierno de Maduro está técnicamente caído y que al presidente solo le queda rendirse y tratar de controlar los daños. Con ese tipo de mensajes buscan provocar una desbandada en el chavismo, y al mismo tiempo, cohesionar a los opositores.
En esa onda estuvo, por ejemplo, el tuit de Bolton en el que promete llevar a Maduro a la cárcel de Guantánamo. Ese tipo de desplante contra el máximo líder de la Revolución pretende que el resto de los chavistas haga un cálculo: “si a Maduro le van a hacer esto, ¿qué no nos harán a nosotros?”.
La intervención de Trump y su combo es tan directa, tan cotidiana, tan parroquial, que parece que fueran personajes de la oposición local. Por ejemplo, el senador Rubio fue quien difundió una fotografía del puente de Las Tienditas, con unos containers atravesados y la fake news de que Venezuela había cerrado el acceso fronterizo para impedir el paso de la ayuda humanitaria.
Tuvo que hacer la aclaratoria el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, Diosdado Cabello, quien explicó que se trata de un paso fronterizo aún no inaugurado, debido a la actitud hostil de Colombia hacia la integración con Venezuela. El puente nunca ha estado en funcionamiento.
El tema de la ayuda humanitaria se ha convertido en el preferido del “taller del diablo ampliado” para sembrar pánico. Quedará incluso para los sketch de comedia el supuesto descuido de Bolton para dejar colar la información de que EEUU y Colombia pondrían 5 mil soldados en la frontera con Venezuela.
El psicoterror de la pandilla de Washington es replicado en Venezuela por dirigentes opositores, periodistas, analistas e influencers. Lo mismo sucede en los países del Grupo de Lima, donde intervienen desde los presidentes hasta simples espontáneos. La ola alcanza tal nivel que, paradójicamente, asusta a los propios antichavistas.
El fin de semana del 2 y 3 de febrero se llegó a niveles de histeria colectiva. Tanto que ciertos dirigentes opositores se sintieron obligados a pedir calma. Para no quedar tan mal, algunos acusaron a los laboratorios de guerra sucia del gobierno de haber difundido las versiones apocalípticas, aun a sabiendas de que nacieron en la Casa Blanca y sus alrededores.
Una pieza clásica de estas operaciones de creación de pánico es el otorgamiento de plazos, los ultimátum y las cuentas regresivas. Varios de los nefastos personajes estadounidenses han participado en esta “línea de trabajo” a la que se han sumado actores de reparto como el presidente de Colombia, Iván Duque, quien dijo el viernes 1 de febrero que a Maduro le quedaban entre 24 y 72 horas en el poder.
Pompeo, por su parte, ha utilizado el tema de la ayuda humanitaria para presionar a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. En otro tuit, exigió a los militares que dejen ingresar la ayuda para el pueblo hambriento y se sumó al fake news del puente bloqueado con camiones y contenedores.
¿Un bumerán?
Los “tuits descontrolados” de Trump le han costado miles de millones de dólares a los accionistas de grandes corporaciones, miembros de postín del club del todopoderoso complejo industrial-militar, como Boeing y Lockheed-Martin.
También ha escrito comentarios contra grandes empresas del ámbito de los medios de comunicación, la tecnología y las redes sociales, así como otros que han causado crisis generales en la bolsa de valores, en particular los relacionados con su guerra comercial con China. Fue justamente en Wall Street donde le endilgaron a su cuenta Twitter el mote de arma de destrucción masiva.
Tal vez por eso es que el mandatario está bajo amenaza de un impeachment que podría expulsarlo de la Casa Blanca. A la hora de los resúmenes, tal vez los tuits descontrolados se devuelvan como bumerán sobre quien los arroja.
(LaIguana.TV)
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