La semana pasada el periódico estadounidense 'The Washington Post' hizo pública la transcripción de una llamada telefónica entre Donald Trump y el presidente de México, Enrique Peña Nieto, que se llevó a cabo una semana después de la investidura presidencial de Trump. La plática que se extendió por casi una hora trasluce varios aspectos que dan cuenta de una forma personal de ejercer el poder y que son determinantes a la hora de realizar negociaciones.
El presidente de Estados Unidos se siente incómodo en ese papel y se nota. No es lo mismo ser candidato que presidente. En la conversación, Trump le dice a Peña Nieto que "para ser honesto con usted, no quería tener una reunión. Yo no quería reunirme con Luis [Videgaray], no quería reunirme con México, no quería reunirme con nadie".
¿Cómo un presidente no quiere tener reuniones de trabajo? ¿Cómo piensa que se logran los acuerdos? El presidente de Estados Unidos parece no creer en el consenso o en los acuerdos, sino en el poder de los decretos. Construir realidades por decreto no es propio de espíritus democráticos. "Solo quiero poner un impuesto en la frontera, relajarnos, y luego no tenemos que tener reuniones" decía Trump. No es de extrañar la portada que le dedicó 'Newsweek' esta semana.
El candidato Trump propuso construir un muro en la frontera y que México pagaría por él. Como presidente reconoce que no saben de dónde saldrá el dinero y que ni siquiera es un asunto importante. pero que lo tiene que hacer porque lo ha estado diciendo por dos años. "Créalo o no, esto es lo menos importante de lo que estamos hablando, pero desde un punto de vista político, esto podría ser lo más importante de lo que habláramos", le dice Trump a Peña Nieto y le indica que no debe decir quién va a pagar o no el muro, solamente debe declarar que es un problema que estamos solucionando.
Pero, Trump hizo graves declaraciones que van más allá del polémico tema del muro. Le dijo al presidente mexicano "Usted tiene algunos hombres bastante duros en México con los que puede necesitar ayuda, y estamos dispuestos a ayudarle con esas grandes ligas. Pero tienen que ser eliminados y usted no ha hecho un buen trabajo en cuanto a eliminarlos… yo sé que ese es un grupo de personas difíciles, y quizás su ejército les tiene miedo, pero nuestro ejército no les tiene miedo, y lo ayudaremos con eso al 100 %, porque está fuera de control".
¿Cuál es la propuesta de Trump? ¿Qué el ejército estadounidense haga labores de policía en las calles mexicanas? ¿Qué la asistencia militar trascienda el compartir información y se amplíe a que tengan un control territorial?
Si la declaración anterior es preocupante para la soberanía nacional, Trump se sigue de largo, y de temas de seguridad pasa a opinar sobre cuestiones políticas hasta el punto de querer ejercer, además de presidente de Estados Unidos, como jefe de campaña de Peña Nieto cuando le dice "quiero que usted sea tan popular que la gente pida una enmienda constitucional en México para que usted se pueda postular de nuevo para otro período de seis años".
El presidente Trump sigue pensando en términos electorales, incluso para países ajenos y que no tienen reelección. ¿Una reforma constitucional simplemente por asuntos de popularidad? ¿No se supone que eso es lo preocupante de los regímenes autoritarios? ¿Sugerencia de reformas constitucionales, ignorando al Congreso, en un país que hizo una revolución en gran medida para evitar las reelecciones del presidente en turno? Extraña propuesta del presidente estadounidense menos popular en su inicio de mandato al presidente mexicano con menor aprobación en su recta final de gobierno.
Las ocurrencias locuaces se convierten en políticas públicas. Trump nos hace recordar a los mexicanos a Vicente Fox, una figura de condiciones similares. Como candidato propuso resolver problemas como el de Chiapas en quince minutos, algo que no realizó ni se interesó en hacerlo durante seis años. Fox, un presidente perezoso e irresponsable que ante disputas complejas que requerían su atención declaraba "¿Y yo por qué?", olvidando el cargo que desempañaba. La forma en que Trump trata a Peña Nieto diciendo qué puede declarar y qué no, nos trae a la memoria a Vicente Fox diciéndole a Fidel Castro previo a la Cumbre de la ONU en Monterrey en 2002 que comiera y se fuera para no molestar al entonces presidente George W. Bush. Fox y Trump parecen estar cortados con la misma tijera: empresarios que se volvieron populares como candidatos pero que no entienden de diplomacia ni de política ni tampoco comprenden la responsabilidad de un cargo público.
Sobre lo que dijo el presidente Peña Nieto poco hay que decir. Los silencios son más reveladores. No protestó el regaño que le hizo sobre su mal trabajo tratando de combatir al narcotráfico. Si bien ignoró el comentario sobre la reelección, pudo haber sido explícito en su desaprobación, así como a la sugerencia de que tropas estadounidenses tomen el control de la lucha contra el crimen organizado. A pesar de que la idea de ya no hablar sobre quién pagaría el muro fue del mandatario estadounidense, este lo hizo en varias oportunidades faltando a su palabra. Y el presidente mexicano se quedó callado en la mayoría de ellas, incluso la última, estando al lado de Trump en la Cumbre del G20 llevada a cabo en Hamburgo hace apenas un mes. El presidente mexicano podía haber sido respetuoso como lo exige la diplomacia internacional, pero firme y contundente en su negativa haciéndola pública en ese instante. Al callar, otorga y se hace cómplice.
En esta conversación se revelaron las personalidades de dos mandatarios y cómo estas influyen en la política exterior de sus respectivos países. Uno habla, otro calla. Uno dice qué hacer, otro lo hace. En medio de las alocuciones hay una que hizo Trump que vale la pena destacar como epílogo: "Estamos viviendo [Estados Unidos] de los éxitos del pasado —de lo que nos dio el pasado— y no podemos seguir haciendo esto". Estados Unidos ya no es el gigante del pasado y ellos lo saben bien. Habría que recordarlo en cualquier tipo de negociación para que se conduzca siempre con respeto pero nunca con temor.
Javier Buenrostro
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