Por: Jose Roberto Duque
Esto va a sonar repetitivo y obvio pero no hay otra forma de decirlo (y hay que decirlo otra vez, muchas veces): su intención es crear una situación de violencia que desde el extranjero se vea o pueda evaluarse como incontrolable, para entonces justificar los llegaderos de su agenda, que son una intervención internacional y el derrocamiento del Gobierno de Venezuela.
Nos han traído entonces a la encrucijada clásica de las guerras de este tiempo, en las que no gana el que mate más enemigos sino el que, sin dejarse aplastar y pasando más bien a la ofensiva, logre proyectar una imagen más convincente de indefensión. Le vuelas la cabeza a un coñoemadre: pierdes. Te la dejas volar: pierdes la vida pero tal vez tu muerte sirve para que otros ganen la guerra. Los fascistas venezolanos se han hecho expertos en mandar a otros a dejarse matar para ellos usar sus cadáveres como trampolín. Y aun así, el carrusel de las redes y medios se las arreglan para seguir presentándolos como víctimas: coño, pobrecito Guevara, el Gobierno lo va a meter preso y él lo único que ha hecho es anunciar que va a derrocar al Gobierno. Coño, pobrecito Capriles, le incendiaron su estado, tan de pinga que lo tenía a punta de alocuciones en Snapchat. Coño, pobrecitos. Vamos a entregarles el poder, esos muchachos han sufrido mucho.
La lástima no sólo es un arte, es una industria y un método, un arma poderosísima. A punta de dar lástima, por ejemplo, los charleros y pedigüeños logran coronar cientos de miles de bolívares diarios. Pero esa es apenas una manifestación doméstica de ese recurso. La más alta expresión de la industrialización de la lástima la han conseguido los israelíes: a punta de lástima los bichos ya lograron controlar el funcionamiento de Estados Unidos. Su manejo propagandístico de la lástima es tan aterradoramente efectivo que todavía hay gente lamentándose por los muertos del holocausto y acusando a Palestina de querer perpetrar otro. Hemos sido pésimos activadores lastimeros en lo que a Palestina respecta, tal vez porque la dignidad y la lástima no se la llevan muy bien.
Llega entonces otra vez el tiempo de darle protagonismo a la responsabilidad y al compromiso. Los chavistas seguramente acataremos una "línea" macro, difundida desde el Gobierno nacional, pero hay cosas que Diosdado no podrá decidir por nosotros porque ocurrirán a pocos metros de donde estemos, en cuestión de minutos o segundos, y habrá que tomar decisiones personales, familiares, grupales. En los momentos de inestabilidad o gravedad se activan liderazgos genuinos que la gente sigue por intuición o por convicción. Hay gente propensa a la organización y gente que decidió no dejarse comandantear o jefaturear por nadie. La señal sigue siendo la misma: responsabilidad y compromiso.
El compromiso, ustedes lo saben, es esa cosa que nos empuja "para allá" incluso en los peores momentos (o precisamente porque son los peores momentos). Y la responsabilidad es esa cosa que nos mueve a protegernos y proteger a nuestra gente más vulnerable. Estar donde seamos últiles y no un estorbo. Nos toca hacer equilibrismo entre esos dos resortes políticos: no podemos quedarnos quietos ni enloquecer hasta el punto de convertirnos en la sopita del día para los criminales. Recibir y propagar información fidedigna es una buena opción para quienes tienen situaciones familiares que no les permiten hacer presencia en puntos candela.
Hay que hilar fino en estas horas que vienen. Pendular entre dos frases o ideas muy conocidas pero antagónicas, difíciles o imposibles de conciliar: 1) la obligación de un soldado no es morir por la patria sino hacer que los enemigos mueran por la de ellos, y 2) cada muerto, del bando que sea, es un triunfo de ellos. Del antichavismo, de las fuerzas empresariales, de las hegemonías del mundo. Nos toca entonces pelear por la paz (una pinta en los años 60 decía que eso era como fornicar por la virginidad).
Nos vemos en Caracas.
Esto va a sonar repetitivo y obvio pero no hay otra forma de decirlo (y hay que decirlo otra vez, muchas veces): su intención es crear una situación de violencia que desde el extranjero se vea o pueda evaluarse como incontrolable, para entonces justificar los llegaderos de su agenda, que son una intervención internacional y el derrocamiento del Gobierno de Venezuela.
Nos han traído entonces a la encrucijada clásica de las guerras de este tiempo, en las que no gana el que mate más enemigos sino el que, sin dejarse aplastar y pasando más bien a la ofensiva, logre proyectar una imagen más convincente de indefensión. Le vuelas la cabeza a un coñoemadre: pierdes. Te la dejas volar: pierdes la vida pero tal vez tu muerte sirve para que otros ganen la guerra. Los fascistas venezolanos se han hecho expertos en mandar a otros a dejarse matar para ellos usar sus cadáveres como trampolín. Y aun así, el carrusel de las redes y medios se las arreglan para seguir presentándolos como víctimas: coño, pobrecito Guevara, el Gobierno lo va a meter preso y él lo único que ha hecho es anunciar que va a derrocar al Gobierno. Coño, pobrecito Capriles, le incendiaron su estado, tan de pinga que lo tenía a punta de alocuciones en Snapchat. Coño, pobrecitos. Vamos a entregarles el poder, esos muchachos han sufrido mucho.
La lástima no sólo es un arte, es una industria y un método, un arma poderosísima. A punta de dar lástima, por ejemplo, los charleros y pedigüeños logran coronar cientos de miles de bolívares diarios. Pero esa es apenas una manifestación doméstica de ese recurso. La más alta expresión de la industrialización de la lástima la han conseguido los israelíes: a punta de lástima los bichos ya lograron controlar el funcionamiento de Estados Unidos. Su manejo propagandístico de la lástima es tan aterradoramente efectivo que todavía hay gente lamentándose por los muertos del holocausto y acusando a Palestina de querer perpetrar otro. Hemos sido pésimos activadores lastimeros en lo que a Palestina respecta, tal vez porque la dignidad y la lástima no se la llevan muy bien.
Llega entonces otra vez el tiempo de darle protagonismo a la responsabilidad y al compromiso. Los chavistas seguramente acataremos una "línea" macro, difundida desde el Gobierno nacional, pero hay cosas que Diosdado no podrá decidir por nosotros porque ocurrirán a pocos metros de donde estemos, en cuestión de minutos o segundos, y habrá que tomar decisiones personales, familiares, grupales. En los momentos de inestabilidad o gravedad se activan liderazgos genuinos que la gente sigue por intuición o por convicción. Hay gente propensa a la organización y gente que decidió no dejarse comandantear o jefaturear por nadie. La señal sigue siendo la misma: responsabilidad y compromiso.
El compromiso, ustedes lo saben, es esa cosa que nos empuja "para allá" incluso en los peores momentos (o precisamente porque son los peores momentos). Y la responsabilidad es esa cosa que nos mueve a protegernos y proteger a nuestra gente más vulnerable. Estar donde seamos últiles y no un estorbo. Nos toca hacer equilibrismo entre esos dos resortes políticos: no podemos quedarnos quietos ni enloquecer hasta el punto de convertirnos en la sopita del día para los criminales. Recibir y propagar información fidedigna es una buena opción para quienes tienen situaciones familiares que no les permiten hacer presencia en puntos candela.
Hay que hilar fino en estas horas que vienen. Pendular entre dos frases o ideas muy conocidas pero antagónicas, difíciles o imposibles de conciliar: 1) la obligación de un soldado no es morir por la patria sino hacer que los enemigos mueran por la de ellos, y 2) cada muerto, del bando que sea, es un triunfo de ellos. Del antichavismo, de las fuerzas empresariales, de las hegemonías del mundo. Nos toca entonces pelear por la paz (una pinta en los años 60 decía que eso era como fornicar por la virginidad).
Nos vemos en Caracas.
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