La turbulencia venezolana
Por: Toby Valderrama
Por: Toby Valderrama
Revista Punto Final
La política es una actividad imprevisible, extraña. Su artífice, el hombre,
es un animal que asombra, difícil de ser encasillado en teorías que pretendan
predecirlo; sólo se insinúa, se esboza en la historia, en el análisis de su
huella. Trotsky, sorprendido alguna vez por lo que pasaba en la Revolución de
Octubre, exclamó: “La madeja de la Historia se desenrolla por la punta
equivocada”. A Lenin, 1917 lo encontró desprevenido en el extranjero. Marx
predijo el alzamiento de los proletarios europeos…
Aquí en Venezuela, cuando el mundo menos lo esperaba, surgió uno de esos asombros: Chávez emergió de la improbabilidad y abrió las puertas de la esperanza revolucionaria. Se proclamó antiimperialista, socialista, anticapitalista, y empezó un caminar por las sendas de lo inédito. Hoy, trece años después, cabe un balance y la pretensión de avizorar el futuro. Veamos.
En Venezuela las cuentas entre la oligarquía y la revolución están pendientes desde la época de la Independencia. Bolívar en su agonía sentenció: “He arado en el mar”. Un corto y certero diagnóstico de la gesta libertaria. El esfuerzo no pudo ser coronado a favor de los humildes, la oligarquía se las ingenió para proteger la esencia de la explotación. La historia nuestra está signada por la lucha entre la oligarquía y el ideal bolivariano de “dar al pueblo la mayor suma de felicidad posible”. Esta batalla entre oligarquía y bolivarianismo va cambiando de escenarios, de trajes, de máscaras, pero los actores, la esencia ideológica del enfrentamiento, es la misma.
¿Cuál es la situación hoy en Venezuela, qué pronóstico podemos arriesgar?
Recordemos que el hombre es un ser extraño, y la futurología tiene alta probabilidad de fallar. Sin embargo, es inevitable. Intentémoslo.
La sociedad venezolana tiene un siglo sumergida en la riqueza petrolera, cien años de ser país rentista. Esta situación nos marca en todos los ámbitos de la vida, desde lo económico hasta la espiritualidad, todo está teñido de petróleo.
Claro que la política, actividad suprema de la sociedad, está influida por la renta petrolera. En estos años de petróleo la política gira en torno a la distribución de la renta: “Un gobierno será bueno si distribuye con abundancia, y malo si la repartición es precaria”. La cantidad de la distribución depende en primera instancia de los precios del petróleo.
La política venezolana está sellada por dos factores importantes: primero, la distribución de la renta, que depende de los precios y estos de la situación internacional, lo que la hace dependiente de elementos externos.
Segundo, en el país, más importante que la explotación, que la apropiación de la plusvalía, es el despojo de la renta. Estas características nos apartan de los análisis clásicos y requieren mucha inteligencia y percepción clara de nuestra realidad, cambia la importancia de los diferentes factores de la revolución.
El petróleo ha construido una sociedad en la que predomina la ideología pequeñoburguesa y la marginal. Los primeros, inquilinos directos del petróleo; los segundos, producto de los movimientos migratorios del campo a los cerros de las ciudades, viven en situación de miseria, y han desarrollado altos grados de individualismo, de egoísmo, agresividad impuesta por el hacinamiento y el medio hostil. Los obreros están altamente influenciados por el economicismo, que aquí adquiere característica de disputa por la renta.
El reto de la revolución es cómo en un ambiente refractario al esfuerzo, al sacrificio, modelado por cien años de rentismo, con una relación laxa con el trabajo, con una conexión esfuerzo-logro que estalla en la riqueza fácil, cómo, repetimos, en ese ambiente tener la valentía de proponer una nueva sociedad que restituya la conexión logro-trabajo, donde prevalezca la armonía, la fraternidad, las relaciones amorosas, cómo convencer que es el único camino para tener una sociedad viable, capaz de enfrentar los extravíos del capitalismo, de ser ejemplo para el mundo.
Dos ventajas principales tiene la revolución para intentar el salto: una, la tradición de la Independencia, sentimiento de lucha, de amor por una causa a la que se entrega todo, de heroísmo. La guerra de Independencia no ha cesado en Venezuela, tiene continuidad en Ezequiel Zamora, que reivindicó a los campesinos que acompañaron al Ejército Libertador hasta los confines del continente, en la generación del 28 que se enfrentó con las banderas del socialismo a la dictadura de Juan Vicente Gómez. En la generación del 58 con Fabricio Ojeda, presidente de la Junta Patriótica que venció a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y que continúo la lucha en las montañas siguiendo el ejemplo luminoso de Fidel. Es así, Bolívar todavía marca el imaginario de este pueblo que vive en los cerros de las ciudades, pero retumba en los campos de batalla de la Independencia, regados con la sangre de campesinos convocados por las arengas de un líder que les ofrecía la gloria antes que recompensas materiales.
En los altares de la religión popular, al lado de los santos propios de las creencias llegadas del Africa y Galilea, conviven el Libertador, Negro Primero, héroes de la Independencia, y también es iluminado Chávez, el líder que consiguió reanimar la tradición libertaria de los días de la Independencia.
Chávez, y he allí su fuerza, consiguió despertar lo mejor de este pueblo, elevó su autoestima. Con el comandante volvieron los días de Carabobo, de Junín, del Paso de los Andes. Este sentimiento explica cómo un pueblo sometido a cien años de rentismo pudo derrotar el golpe de abril y también el sabotaje petrolero de 2002, equivalentes a guerras contra un poderoso invasor. Sólo ese sentimiento patriota puede explicar el comportamiento heroico del pueblo, su sacrificio, su entrega a una causa noble, su lealtad al líder, similar a los días de la Independencia.
La otra ventaja, ya la hemos mencionado, es la presencia de un líder. En nuestra situación, con nuestras características, es condición indispensable un líder que supla la espiritualidad que las condiciones objetivas no pueden proporcionar, un líder que establezca una conexión tan fuerte que genere una lealtad capaz de fracturar la espiritualidad que emana de cien años de renta, capaz de convocar al pueblo para la fraternidad, para el altruismo, para el amor ¡y tener éxito!
Con estos antecedentes intentemos analizar cuál es la situación de la revolución bolivariana hoy. La revolución arriba al poder en medio de un aluvión electoral que agrupa a variadas tendencias políticas, desde ex guerrilleros hasta ultraderechistas civiles y militares. Inmediatamente se desata una lucha interna en la que podemos, para efecto de este trabajo y de manera muy esquemática, distinguir varios periodos:
Uno inicial, de hegemonía de la derecha interna, que desprecia la fuerza espiritual de Chávez y tiene como consigna las palabras del embajador gringo: “Fijarse en lo que Chávez hace y no en lo que Chávez dice”. Luis Miquelena, cabecilla de la derecha civil interna, y ministro del Interior, les prometía a los yanquis el control sobre Chávez.
Esta primera etapa culmina en el golpe de abril, desencadenado por unas leyes habilitantes que Chávez se negó a derogar. Este gesto significó la autonomía del comandante.
A esta etapa le sigue la hegemonía de la pequeña burguesía, con una rara mezcla de democracia burguesa y anarquismo.
Esta hegemonía, en lo político, propone una suerte de concertación. En lo económico, estimula formas de propiedad no social. Y en la organización sociopolítica, unidades locales aisladas que reafirman el egoísmo. La política de concertación tras el golpe de abril de 2002 abre camino al sabotaje petrolero a finales de ese mismo año, derrotado por la conducta valiente de los obreros petroleros y de la Fuerza Armada. Sin embargo, el triunfo no dejó ver las debilidades de la conducción de la ideología pequeñoburguesa.
Esta hegemonía vuelve a mostrar su debilidad cuando se pierde la reforma de la Constitución en 2007, ésta es la primera derrota electoral de la revolución. La pequeña burguesía no asimila la derrota, y continúa el despliegue de una política francamente agotada.
Se produce un fenómeno que es la alta aceptación del comandante y la disminución acelerada de la aprobación del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) y del gobierno. Se comprueba la tesis de lo indispensable del líder.
Así arribamos al último periodo con una hegemonía pequeñoburguesa agotada, pero apoyada en la popularidad de Chávez y con altos precios petroleros, con fuerte retórica socialista pero con una práctica capitalista, inventora de atajos teóricos para evitar los cambios necesarios, perseguidora, aisladora de los cambios y sus proponentes, que se bate entre la necesidad de avanzar o el desgaste definitivo.
Esta situación abre actualmente un periodo de turbulencia que reclama una nueva hegemonía. Si la revolución no avanza, si no profundiza su paso hacia el socialismo, entonces la nueva hegemonía será el capitalismo franco, que se impondrá con un periodo de fascismo: la restauración será con “terapia de choque”.
Hoy la confrontación principal dentro de la revolución es entre la restauración pequeñoburguesa y la tendencia revolucionaria, que impulsa el camino al socialismo verdadero. Es entre la carga revolucionaria de Chávez, y la rémora de un gobierno impregnado de restauración, de acomodo al poder, de pérdida del ímpetu revolucionario.
El futuro de la revolución se decide en la batalla por retomar el rumbo de los cambios socialistas apoyados en la clase obrera encontrada con su papel histórico, esto es, que supere el economicismo y se ponga al frente del avance socialista. De esta manera apuntalará la fuerza revolucionaria que es el comandante Chávez.
Si la revolución persiste en intentos conciliadores, si continúa por el camino de la restauración, entonces inevitablemente perderá el empuje que le dio en sus inicios la esperanza de cambio, confundirá su imagen con la de sus enemigos externos, no habrá diferencias sustanciales, la masa no encontrará la emoción de apoyar a la revolución. Se abrirá así el camino para un golpe fascista, única vía para que la burguesía retome el control del país
* Este artículo, especial para Punto Final, es un pequeño homenaje a Miguel Enríquez y a los héroes de la resistencia contra el fascismo en Chile.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 757, 11 de mayo, 2012
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Aquí en Venezuela, cuando el mundo menos lo esperaba, surgió uno de esos asombros: Chávez emergió de la improbabilidad y abrió las puertas de la esperanza revolucionaria. Se proclamó antiimperialista, socialista, anticapitalista, y empezó un caminar por las sendas de lo inédito. Hoy, trece años después, cabe un balance y la pretensión de avizorar el futuro. Veamos.
En Venezuela las cuentas entre la oligarquía y la revolución están pendientes desde la época de la Independencia. Bolívar en su agonía sentenció: “He arado en el mar”. Un corto y certero diagnóstico de la gesta libertaria. El esfuerzo no pudo ser coronado a favor de los humildes, la oligarquía se las ingenió para proteger la esencia de la explotación. La historia nuestra está signada por la lucha entre la oligarquía y el ideal bolivariano de “dar al pueblo la mayor suma de felicidad posible”. Esta batalla entre oligarquía y bolivarianismo va cambiando de escenarios, de trajes, de máscaras, pero los actores, la esencia ideológica del enfrentamiento, es la misma.
¿Cuál es la situación hoy en Venezuela, qué pronóstico podemos arriesgar?
Recordemos que el hombre es un ser extraño, y la futurología tiene alta probabilidad de fallar. Sin embargo, es inevitable. Intentémoslo.
La sociedad venezolana tiene un siglo sumergida en la riqueza petrolera, cien años de ser país rentista. Esta situación nos marca en todos los ámbitos de la vida, desde lo económico hasta la espiritualidad, todo está teñido de petróleo.
Claro que la política, actividad suprema de la sociedad, está influida por la renta petrolera. En estos años de petróleo la política gira en torno a la distribución de la renta: “Un gobierno será bueno si distribuye con abundancia, y malo si la repartición es precaria”. La cantidad de la distribución depende en primera instancia de los precios del petróleo.
La política venezolana está sellada por dos factores importantes: primero, la distribución de la renta, que depende de los precios y estos de la situación internacional, lo que la hace dependiente de elementos externos.
Segundo, en el país, más importante que la explotación, que la apropiación de la plusvalía, es el despojo de la renta. Estas características nos apartan de los análisis clásicos y requieren mucha inteligencia y percepción clara de nuestra realidad, cambia la importancia de los diferentes factores de la revolución.
El petróleo ha construido una sociedad en la que predomina la ideología pequeñoburguesa y la marginal. Los primeros, inquilinos directos del petróleo; los segundos, producto de los movimientos migratorios del campo a los cerros de las ciudades, viven en situación de miseria, y han desarrollado altos grados de individualismo, de egoísmo, agresividad impuesta por el hacinamiento y el medio hostil. Los obreros están altamente influenciados por el economicismo, que aquí adquiere característica de disputa por la renta.
El reto de la revolución es cómo en un ambiente refractario al esfuerzo, al sacrificio, modelado por cien años de rentismo, con una relación laxa con el trabajo, con una conexión esfuerzo-logro que estalla en la riqueza fácil, cómo, repetimos, en ese ambiente tener la valentía de proponer una nueva sociedad que restituya la conexión logro-trabajo, donde prevalezca la armonía, la fraternidad, las relaciones amorosas, cómo convencer que es el único camino para tener una sociedad viable, capaz de enfrentar los extravíos del capitalismo, de ser ejemplo para el mundo.
Dos ventajas principales tiene la revolución para intentar el salto: una, la tradición de la Independencia, sentimiento de lucha, de amor por una causa a la que se entrega todo, de heroísmo. La guerra de Independencia no ha cesado en Venezuela, tiene continuidad en Ezequiel Zamora, que reivindicó a los campesinos que acompañaron al Ejército Libertador hasta los confines del continente, en la generación del 28 que se enfrentó con las banderas del socialismo a la dictadura de Juan Vicente Gómez. En la generación del 58 con Fabricio Ojeda, presidente de la Junta Patriótica que venció a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y que continúo la lucha en las montañas siguiendo el ejemplo luminoso de Fidel. Es así, Bolívar todavía marca el imaginario de este pueblo que vive en los cerros de las ciudades, pero retumba en los campos de batalla de la Independencia, regados con la sangre de campesinos convocados por las arengas de un líder que les ofrecía la gloria antes que recompensas materiales.
En los altares de la religión popular, al lado de los santos propios de las creencias llegadas del Africa y Galilea, conviven el Libertador, Negro Primero, héroes de la Independencia, y también es iluminado Chávez, el líder que consiguió reanimar la tradición libertaria de los días de la Independencia.
Chávez, y he allí su fuerza, consiguió despertar lo mejor de este pueblo, elevó su autoestima. Con el comandante volvieron los días de Carabobo, de Junín, del Paso de los Andes. Este sentimiento explica cómo un pueblo sometido a cien años de rentismo pudo derrotar el golpe de abril y también el sabotaje petrolero de 2002, equivalentes a guerras contra un poderoso invasor. Sólo ese sentimiento patriota puede explicar el comportamiento heroico del pueblo, su sacrificio, su entrega a una causa noble, su lealtad al líder, similar a los días de la Independencia.
La otra ventaja, ya la hemos mencionado, es la presencia de un líder. En nuestra situación, con nuestras características, es condición indispensable un líder que supla la espiritualidad que las condiciones objetivas no pueden proporcionar, un líder que establezca una conexión tan fuerte que genere una lealtad capaz de fracturar la espiritualidad que emana de cien años de renta, capaz de convocar al pueblo para la fraternidad, para el altruismo, para el amor ¡y tener éxito!
Con estos antecedentes intentemos analizar cuál es la situación de la revolución bolivariana hoy. La revolución arriba al poder en medio de un aluvión electoral que agrupa a variadas tendencias políticas, desde ex guerrilleros hasta ultraderechistas civiles y militares. Inmediatamente se desata una lucha interna en la que podemos, para efecto de este trabajo y de manera muy esquemática, distinguir varios periodos:
Uno inicial, de hegemonía de la derecha interna, que desprecia la fuerza espiritual de Chávez y tiene como consigna las palabras del embajador gringo: “Fijarse en lo que Chávez hace y no en lo que Chávez dice”. Luis Miquelena, cabecilla de la derecha civil interna, y ministro del Interior, les prometía a los yanquis el control sobre Chávez.
Esta primera etapa culmina en el golpe de abril, desencadenado por unas leyes habilitantes que Chávez se negó a derogar. Este gesto significó la autonomía del comandante.
A esta etapa le sigue la hegemonía de la pequeña burguesía, con una rara mezcla de democracia burguesa y anarquismo.
Esta hegemonía, en lo político, propone una suerte de concertación. En lo económico, estimula formas de propiedad no social. Y en la organización sociopolítica, unidades locales aisladas que reafirman el egoísmo. La política de concertación tras el golpe de abril de 2002 abre camino al sabotaje petrolero a finales de ese mismo año, derrotado por la conducta valiente de los obreros petroleros y de la Fuerza Armada. Sin embargo, el triunfo no dejó ver las debilidades de la conducción de la ideología pequeñoburguesa.
Esta hegemonía vuelve a mostrar su debilidad cuando se pierde la reforma de la Constitución en 2007, ésta es la primera derrota electoral de la revolución. La pequeña burguesía no asimila la derrota, y continúa el despliegue de una política francamente agotada.
Se produce un fenómeno que es la alta aceptación del comandante y la disminución acelerada de la aprobación del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) y del gobierno. Se comprueba la tesis de lo indispensable del líder.
Así arribamos al último periodo con una hegemonía pequeñoburguesa agotada, pero apoyada en la popularidad de Chávez y con altos precios petroleros, con fuerte retórica socialista pero con una práctica capitalista, inventora de atajos teóricos para evitar los cambios necesarios, perseguidora, aisladora de los cambios y sus proponentes, que se bate entre la necesidad de avanzar o el desgaste definitivo.
Esta situación abre actualmente un periodo de turbulencia que reclama una nueva hegemonía. Si la revolución no avanza, si no profundiza su paso hacia el socialismo, entonces la nueva hegemonía será el capitalismo franco, que se impondrá con un periodo de fascismo: la restauración será con “terapia de choque”.
Hoy la confrontación principal dentro de la revolución es entre la restauración pequeñoburguesa y la tendencia revolucionaria, que impulsa el camino al socialismo verdadero. Es entre la carga revolucionaria de Chávez, y la rémora de un gobierno impregnado de restauración, de acomodo al poder, de pérdida del ímpetu revolucionario.
El futuro de la revolución se decide en la batalla por retomar el rumbo de los cambios socialistas apoyados en la clase obrera encontrada con su papel histórico, esto es, que supere el economicismo y se ponga al frente del avance socialista. De esta manera apuntalará la fuerza revolucionaria que es el comandante Chávez.
Si la revolución persiste en intentos conciliadores, si continúa por el camino de la restauración, entonces inevitablemente perderá el empuje que le dio en sus inicios la esperanza de cambio, confundirá su imagen con la de sus enemigos externos, no habrá diferencias sustanciales, la masa no encontrará la emoción de apoyar a la revolución. Se abrirá así el camino para un golpe fascista, única vía para que la burguesía retome el control del país
* Este artículo, especial para Punto Final, es un pequeño homenaje a Miguel Enríquez y a los héroes de la resistencia contra el fascismo en Chile.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 757, 11 de mayo, 2012
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