La ofensiva en las favelas de Río no sirve para la reventa al extranjero
Por: Pepe Escobar
Asia Times Online
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Caty R.
A pesar de que podrían tener su atención concentrada en la dañina batalla de la guerra fría librada por las dos Coreas, es seguro que los analistas del Pentágono están prestando mucha atención a lo que sucede en las húmedas y calurosas favelas de Río de Janeiro. Después de todo, esto se está revelando como un remix tropical sin precedentes de la larga –infinita– guerra del Pentágono aplicada a la pobreza urbana global.
Para comenzar, consideremos la cronología. Hace una semana dos importantes bandas de narcotraficantes de Río –el Comando Rojo y Amigos de Amigos (ADA)– lanzaron una serie de ataques terroristas urbanos quemando coches y autobuses y atacando comisarías; todo el asunto fue orquestado por algunos de sus dirigentes encerrados en una prisión de máxima seguridad fuera del Estado, básicamente como reacción a un programa del gobierno de 2008 que hasta ahora ha establecido Unidades de Policía Pacificadora (UPP) en 13 de las 1.000 favelas de Río.
A diferencia de casos anteriores, la reacción de la policía de Río fue rápida – fuerza máxima en las calles-. Luego la policía militarizada aumentó sus operaciones, el gobierno central envió marines y después unidades del ejército, y la policía federal también entró en la refriega. Una medida esencial fue la transferencia de los dirigentes de las bandas a una instalación de máxima seguridad aún más remota, cerca de la selva amazónica, a 3.500 kilómetros de Río.
El jueves pasado un contingente de 200 miembros del Batallón de Operaciones Especiales (BOPE) –una especie de SWAT brasileño– tomó la favela de Vila Cruzeiro, mientras al menos 300 duros matones partían a pie y en motocicletas hacia el cercano y vasto complejo de favelas de Alemao, grande como 10 vecindarios de Río, con una población de 400.000 personas.
Las unidades de la policía y el ejército comenzaron a rodear el complejo –el plazo para que los traficantes se “rindieran con los brazos en alto al ponerse el sol” expiró el viernes (los pocos que se rindieron fueron convencidos por sus familias y sacerdotes cristianos)-. Finalmente, el domingo por la mañana, llegó la autorización para invadir el Alemao, que fue conquistado en menos de dos horas por 2.600 policías y soldados utilizando tanques y camiones de personal armado del cuerpo de marines, apoyados por helicópteros.
En un eco distante de las ‘oleadas’ estadounidenses en tierras pastunas, los especialistas del BOPE han admitido de manera realista que encontraron en los cerros mucha menos resistencia de la que esperaban. Ahora están firmemente establecidos en la cima de un cerro –con una vista estratégica de todas las áreas circundantes-; una bandera brasileña ondea ahora en el lugar, simbolizando la recuperación por el Estado de lo que hasta ahora era un territorio ingobernable.
Por lo menos 200 narcotraficantes podrían ocultarse todavía en casas de familiares, con civiles como escudos humanos. Policías y militares han prometido que allanarán las 30.000 casas del complejo de favelas –cada equipo tendrá asignado su propio perímetro-. Una cantidad inmensa de drogas –incluidas al menos 40 toneladas de marihuana y 200 kilos de cocaína– y numerosas armas han sido confiscadas, y muchas más lo serán.
COIN tropical
Los analistas del Pentágono reconocerán de inmediato que se trata de un territorio MOUT –siglas en inglés de Operaciones Militares en Terreno Urbanizado-. Y los expertos de Rand Corporation con base en Santa Mónica –que ayudaron a establecer la estrategia para la guerra de Vietnam en los años sesenta– podrían confundir este complejo de favelas de Río con una “zona liberada de chabolas urbanas” cuando en realidad, hasta ahora, era una zona abandonada por el poder estatal. En todo caso, la pandilla de Rand estaría pensando obviamente en la Ciudad Sadr de Bagdad, donde el Ejército Mahdi de Muqtada al-Sadr convirtió la vida en un infierno para el ocupante estadounidense. (No es sorprendente que el miserable bulevar principal de Ciudad Sadr se apodara Vietnam Street.)
Sobre todo, los estrategas militares estadounidenses no dejarán de reconocer que lo que acaba ocurrir en Río ilustra lo que el Journal of the Army War College “profetizó” hace años; que “el futuro de la guerra está en las calles, alcantarillas, rascacielos y en las casa expandidas que forman las ciudades arruinadas del mundo”.
Bastantes especialistas de la policía y de los militares de Río subrayan que, de hecho, se trata de una operación urbana nunca vista, ni siquiera en Iraq (y ciertamente no en Gaza, donde un ejército de ocupación podría utilizar las mismas tácticas contra una población atemorizada que vive en chabolas). Algunas unidades del ejército brasileño habrán utilizado su experiencia como parte de la fuerza de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas en Haití –pero nunca han tenido que despejar una favela en Puerto Príncipe-.
La toma de la favela de Vila Cruzeiro y del complejo de favelas Alemao también corresponden a una clásica operación de contrainsurgencia (COIN) al estilo de David Petraeus –como en “capturar, despejar, mantener y construir”-. “Capturar ha sido rápido como un rayo; “despejar” puede tardar días, si no semanas; “mantener” es una promesa solemne de las autoridades estatales y federales; pero “construir” es una propuesta mucho más compleja y a largo plazo.
Hay motivos para creer que COIN al estilo brasileño podría tener éxito donde la versión estadounidense no fue exactamente exitosa, ni en Bagdad, ni en el triángulo suní o el sur de Afganistán. La rápida, masiva y coordinada demostración de fuerza desestabilizó al crimen organizado; el elemento sorpresa fue clave. Además, tal vez por primera vez en Río, esta invasión policial/militar de una favela no fue considerada como la acción de un ejército de ocupación, sino del Estado reafirmando su voluntad y el empoderamiento de sus ciudadanos respetuosos de la ley.
El espectáculo de tanques por las calles terminó por vender toda la operación a un público cansado, hastiado –no sólo a la sociedad en general, sino también a los propios habitantes de las favelas-. Y el espectáculo de los señores de la droga otrora poderosos corriendo como cucarachas desmitificó su poder. Así pues, a los narcotraficantes les faltó el elemento del “pez en el agua” de Mao Zedong; a diferencia de los talibanes en tierras pastunas, simplemente no pudieron contar con apoyo popular local, o por lo menos con la “ley del silencio” al estilo mafioso que impusieron. Incluso las propias familias de los narcotraficantes les aconsejaron que se rindieran (los que no lo hicieron podrían estar tratando de escapar por el sistema de alcantarillado).
Los antecedentes
El Estado brasileño tardó por lo menos cuatro decenios en reunir la voluntad política necesaria para esta ofensiva en masa, combinada con una amplia coordinación policial/militar y el apoyo generalizado de la opinión pública, para derrotar a una de las tres principales narco-bandas de Río.
Pero esto sólo es el comienzo.
El nexo entre el crimen y la política en Brasil amalgamó durante mucho tiempo a la policía, el aparato judicial, el ejecutivo, el legislativo, la empresa privada y los criminales en torno a los mismos negocios sucios. Es lo que se ha descrito como “el Estado delincuente brasileño”. Los cabecillas –incluidos alcaldes, senadores, jueces, policías y fiscales– ganaron cantidades mucho más impresionantes de dinero que, por ejemplo, las redes del narcotráfico basadas en las favelas.
El proceso comenzó durante las dictaduras militares de los años sesenta en Latinoamérica, que estimularon un auge del crimen organizado creando el marco institucional para la libertad de los criminales. Bajo la lógica de la Guerra Fría –por cortesía del Pentágono– la prioridad de las dictaduras era la represión interna. La “micro criminalidad” se consideraba irrelevante. El resultado de por lo menos dos décadas de negligencia fue catastrófico. La policía se quedó sin capacidad de investigación.
La anarquía social, los gobiernos inestables y la concentración de una cantidad absurda de riqueza fueron los rasgos de la era neoliberal posterior a la dictadura. El crimen floreció no sólo en Brasil sino en toda Suramérica; en Colombia se establecieron poderosas mafias regionales. En Italia, la legendaria operación Mani Pulite (Manos limpias) se convirtió en el paradigma de la represión de actividades de la mafia en el marco de una democracia. En Brasil, como de costumbre, las cosas fueron y siguen siendo mucho más complicadas.
La dictadura militar terminó en 1984; fue el mismo año en el que un huracán de cocaína comenzó a propagarse por la sensual tropical Río, es decir, narcotraficantes brasileños/colombianos que descargaban cocaína pura a precios ridículos en un incipiente mercado de consumo. La explosión de la demanda condujo a la consolidación de un grupo llamado Comando Rojo, extremadamente poderoso en las favelas de Río y asociado con narcotraficantes colombianos y paraguayos.
Luego, en los años noventa, la globalización “turbo-cargó” un remix con efectos especiales –por cortesía de las mafias italiana y rusa-, que por su parte se diversificó en secuestros y tráfico de armas. En Colombia, la fragmentación de los cárteles de la droga llevó a una proliferación de bandas más pequeñas, mucho más difíciles de detectar. Y lo mismo sucedió en Brasil. La banda Comando Rojo, por ejemplo, engendró un grupo disidente.
Ahora, cuando Brasil se lanza colectivamente en un impulso importante por llegar a ser un protagonista global esencial, parece existir consenso en que el momento es adecuado para comenzar a afrontar la situación general. Será un camino largo y tortuoso, lleno de callejuelas traicioneras, en las favelas, antes del Mundial de Fútbol de 2014 y de los Juegos Olímpicos de Verano de 2016 –en los que Río será la súper estrella-. De modo que se impone la limpieza.
Esto no sólo significa que se envíen los tanques a tomar una favela. Lo que viene después es la auténtica prueba: purgar el sistema penal de una corrupción abismal; cambiar la legislación que protege de muchas maneras a los criminales; patrullar mejor las fronteras del país para reducir al mínimo el flujo continuo de drogas y armas; pagar salarios más decentes a los agentes de policía; tratar de romper las conexiones entre los rufianes de las favelas y los mandamases “invisibles”; invertir en infraestructura y servicios para la gente pobre; dejar de estigmatizarla sólo porque es pobre; invertir fuertemente en educación. Mientras tanto, un poco de MOUT no hará ningún daño. Pero –que lo sepa el Pentágono– sólo porque no se trata de un ejército de ocupación.
Pepe Escobar es autor de “Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War” (Nimble Books, 2007) y “Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge”. Su último libro es: “Obama does Globalistan” (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: pepeasia@yahoo.com
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Front_Page/LK30Aa01.html
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