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28 octubre 2010

Reflexiones en torno al VII aniversario del atentado terrorista contra el Teatro Dubrovka en Moscú

Reflexiones en torno al VII aniversario del atentado terrorista contra el Teatro Dubrovka en Moscú
Por: Dmitri Bábich,

RIA Novosti

El tiempo pasa volando.
El pasado 23 de octubre miré el calendario y me di cuenta que se cumplían siete años desde el atentado contra el Teatro moscovita en el barrio de Dubrovka.

Durante el segundo acto de "Nord-Ost", un musical muy popular en aquellos días, un grupo de terroristas dirigidos por Movsar Baraev, se apoderaron del edificio y tomaron 850 rehenes, entre artistas y espectadores.
Según datos oficiales, el número final de víctimas en este acto de violencia ascendió a 170 personas. Por no hablar del daño y las secuelas físicas, psicológicas y morales que les quedaron a los demás.

Nunca se ha dado demasiada publicidad de la circunstancia de que el impacto más fuerte sobre los rehenes correspondiera al gas tóxico empleado por el grupo de misiones especiales durante la operación de rescate, llevada a cabo el 26 de octubre de 2002. El resultado fue trágico: alrededor de 650 rehenes fueron hospitalizados por intoxicación. Muchos de ellos, niños incluidos, murieron.

Los sondeos realizados por el Centro de Estudios Sociológicos de Yuri Levada (Centro Levada) en vísperas del séptimo aniversario del atentado terrorista demuestran que un 52% de los 1.600 rusos encuestados, provenientes de 44 entidades federadas, cree que la versión oficial no cuenta toda la verdad de los hechos. Por su parte, un 19% cree que la información de las autoridades es totalmente falsa y sólo un 9% tiene confianza en esta versión.

Este alto grado de desconfianza hacia las autoridades está totalmente justificado. Y es que se observa un cierto grado de incompetencia en sus acciones evidente en el transcurso de la operación de rescate: los 32 terroristas fueron abatidos, lo que impidió investigar el proceso de preparación del atentado.

Además, nunca se ha aclarado el tipo de gas utilizado para abortar el tiroteo, pero que se cobró la vida de mucha gente. En resumen, las cifras y los hechos publicados desde diversas fuentes autorizadas oficialmente han resultado siempre divergentes.

El único hecho claro es que el atentado fue organizado por Shamil Basaev, uno de los cabecillas de los terroristas chechenos. Al tomar rehenes, Movsar Baraev hizo pública una lista de reivindicaciones que se asemejaba a las declaraciones de Shamil Basaev, con sus típicas faltas gramaticales y estilísticas.

Todas las condiciones exigidas por los guerrilleros resultaron totalmente contraproducentes. Las tropas federales rusas, que ya contaban unos 80.000 efectivos, lejos de retirarse de Chechenia, recibieron refuerzos para lanzar nuevos ataques contra los grupos terroristas.
Esta vez, no se repitió el escenario de la toma de rehenes en la ciudad de Budionnovsk (Región de Stavropol) que tuvo como resultado un alto el fuego y negociaciones de paz entre los emisarios del Kremlin y los cabecillas de los separatistas chechenos. No resultó, ya que desembocó en nuevos atentados.

El atentado terrorista contra el Teatro Dubrovka sembró la discordia entre los extremistas. Shamil Basaev reconoció su culpa ante el llamado presidente de Ichkeria (nombre que los separatistas dan a Chechenia), Aslán Masjádov, debido a la imposibilidad de informarle de antemano sobre sus planes. Y sobre todo, porque estas acciones llevaron al fracaso.

Basaev se vio obligado a dimitir de todos los cargos que ocupaba en la administración de Aslán Masjádov. El atentado contra el Teatro Dubrovka hizo incluso a EEUU reconocer que la guerrilla de Basaev era una organización terrorista. Otros grupos extremistas del Cáucaso del Norte también perdieron su dudosa legitimidad y se quedaron en exilio, eso sí, sin perder su peligro.

Lógicamente, mucha gente, en Rusia y en el extranjero, busca aprovecharse de la situación de desconfianza ante la opacidad sobre el atentado en el Teatro Dubrovka, para poner en tela de juicio la gestión de las autoridades rusas en general.

Y se impone el silogismo: si el gobierno miente, y tiene que haber una verdad, los defensores de derechos humanos rusos que forman la oposición antigubernamental o los chechenofilos de Occidente tienen que estar en posesión de ella.

Sin embargo, es bien sabido que los silogismos son también trampas dialécticas. En este caso, es poco probable que la desconfianza del pueblo hacia el gobierno se convierta en un apoyo hacia la oposición nacional o extranjera que justifica las acciones de los terroristas.
Así las cosas, a pesar de la falta de confianza, los ciudadanos rusos están convencidos de que sólo el gobierno les puede defender contra el terrorismo.

En definitiva, ocurre lo mismo en EEUU o en Israel, donde la población critica ferozmente a sus servicios de seguridad, cuando no pueden prevenir los atentados terroristas, pero no justifica a los asesinos ni acepta las doctrinas de su credo político.

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