Obama, ¿la diferencia?

Obama, ¿la diferencia?
Por: Howard Zinn

La Jornada

Parece que Barack Obama y John McCain están discutiendo qué guerra pelear. McCain dice: mantengamos las tropas en Irak hasta que “ganemos”. Obama dice: Retiremos algunas (no todas) las tropas de Irak y enviémoslas a pelear para que “ganemos” en Afganistán.

Como soy alguien que peleó en una guerra (la Segunda Guerra Mundial) y desde entonces me opongo a ella, debo preguntar: ¿Se han vuelto locos nuestros líderes políticos? ¿No han aprendido nada de la historia reciente? ¿No han aprendido que nadie “gana” en una guerra, sino que cientos de miles de seres humanos mueren, casi todos civiles, muchos de ellos niños?

¿Acaso “ganamos” yendo a la guerra contra Corea? El resultado fue un punto muerto, que dejó las cosas como estaban antes: una dictadura en Corea del Sur, una dictadura en Corea del Norte, pero murieron más de 2 millones de personas, casi todas civiles, le arrojamos napalm a los niños y 50 mil soldados estadunidenses perdieron la vida.

¿“Ganamos” acaso en Vietnam? La respuesta es obvia. Fuimos forzados a retirarnos, pero solamente después de que murieran 2 millones de vietnamitas, de nuevo civiles en su mayoría, otra vez dejamos a niños sin brazos, o sin piernas o quemados, además de que fallecieron 58 mil soldados estadunidenses.

¿“Ganamos” en la primera Guerra del Golfo? En realidad no. Sí, sacamos a Saddam Hussein de Kuwait con unos cuantos cientos de bajas estadunidenses solamente, pero matamos a decenas de miles de iraquíes en el proceso. Y las consecuencias fueron mortales para nosotros: que Saddam estuviera aún en el poder nos llevó a poner en efecto sanciones económicas que condujeron a la muerte de cientos de miles de iraquíes (de acuerdo con funcionarios de Naciones Unidas), y que plantaron el escenario de otra guerra.

En Afganistán, declaramos la “victoria” sobre los talibanes, pero los talibanes están de regreso, los ataques se incrementan y nuestras bajas en Afganistán ya exceden las de Irak. ¿Qué hace pensar a Obama que si envía más tropas a Afganistán obtendremos la “victoria”? Y si así fuera, en un sentido militar inmediato, ¿qué tanto duraría eso y a qué costo de vidas humanas de ambos bandos?

El resurgimiento de los combates en Afganistán es un buen momento para reflexionar sobre cómo comenzó nuestro involucramiento ahí. Permítanme ofrecer algunos pensamientos de sobriedad dirigidos a quienes dicen, como muchos, que atacar Irak estuvo mal, pero atacar Afganistán estuvo bien.

Regresemos al 11 de septiembre. Unos secuestradores dirigen los aviones que tienen en su poder contra el Centro de Comercio Mundial y el Pentágono, y matan a 3 mil personas. Un acto terrorista, inexcusable en cualquier código moral. La nación está enfurecida. El presidente Bush da la orden de invadir y bombardear Afganistán y una ola de aprobación recorre al público estadunidense encrespado de miedo y rabia. Bush anuncia entonces su “guerra contra el terror”.

Todos (excepto los terroristas) estamos contra el terrorismo. Así que una guerra contra el terrorismo suena bien. Al calor de los acontecimientos los estadunidenses no consideraron que no tenemos ni idea de cómo hacerle la guerra al terrorismo; tampoco Bush tenía idea, pese a su bravata.

Sí, aparentemente Al Qaeda –un grupo de fanáticos, relativamente pequeño pero implacable– era el responsable. Y había evidencia de que sus líderes, Osama Bin Laden y otros, tenían su base en Afganistán. Pero no sabíamos exactamente dónde. Así que invadimos y bombardeamos el país entero. Eso hizo que mucha gente se sintiera “justiciera”: “Teníamos que hacer algo”, escuchábamos decir a la gente.

Sí, teníamos que hacer algo. Pero no sin pensar, no en la irresponsabilidad. ¿Acaso aprobaríamos que un jefe de policía que, sabiendo que hay un criminal cebado en algún sitio del barrio, ordenara bombardear el barrio? Pronto eso produjo una cuota de muertes de civiles en Afganistán que rebasó los 3 mil –excediendo el número de muertos el 11 de septiembre. Numerosos afganos tuvieron que salir de sus hogares y se convirtieron en refugiados ambulantes.

Dos meses después de la invasión de Afganistán, un reportero del Boston Globe describió a un niño de 10 años que yacía en un hospital: “Perdió los ojos y las manos por una bomba que estalló en su casa luego de la cena dominical”. El médico que lo atendía dijo: “Estados Unidos debe pensar que él es Osama. Si él no es Osama, ¿por qué le hacen esto?”

Deberíamos preguntarle a los candidatos presidenciales: nuestra guerra en Afganistán, que ambos aprueban, ¿pone fin al terrorismo o lo provoca? ¿No es la guerra terrorismo en sí misma?

Se podría asumir, por lo que he dicho arriba, que no veo diferencia entre McCain y Obama, que los veo como equivalentes. No es así. Hay una diferencia, no es lo suficientemente significativa como para darme confianza en Obama como presidente, pero es suficiente como para votar por Obama en la esperanza de que derrote a McCain.

Sea quien sea el presidente, el factor crucial de un cambio es qué tanta agitación exista en un país en favor de un cambio. Yo supongo que Obama puede ser más sensible que McCain a esa agitación, dado que provendrá de sus simpatizantes, de los entusiastas que mostrarán su desilusión tomando las calles. Franklin D. Roosevelt no fue un radical, pero era más sensible a la crisis económica del país y más susceptible a la presión procedente de la izquierda que Herbert Hoover.

Aun para los más “puros” de los radicales, debería existir un reconocimiento de las diferencias que pueden significar la vida o la muerte de miles. En Francia, durante la guerra de Argelia, la elección de De Gaulle –que ni con mucho era un antimperialista pero estaba más consciente del inevitable declinar de los imperios– fue significativa en ponerle fin a aquella prolongada y brutal ocupación.

No tengo duda alguna de que con mucho, el más sabio, el más confiable, el que más integridad tiene de todos los candidatos recientes es Ralph Nader. Pero pienso que es un desperdicio de su fuerza política, un acto insignificante, desgastarlo en la arena electoral, donde el resultado sólo puede verse como debilidad. Su poder, su inteligencia, yacen en la movilización de la gente fuera de las urnas electorales.

Así que sí, votaré por Obama, porque el corrupto sistema político no me ofrece otra opción, pero sólo por un momento: cuando accione el dispositivo apropiado en la casilla de votación.

Antes y después de ese momento quiero usar toda mi energía para empujarlo a que reconozca que debe desafiar a los pensadores tradicionales y a los intereses corporativos que lo rodean, y a que rinda homenaje a los millones de estadunidenses que quieren un cambio de verdad.

Y una clarificación final. Las lecciones que saco de la historia acerca de la futilidad de “ganar” no deben entenderse en el sentido de que lo que está mal de nuestra política en Irak es que no podamos “ganar”. No es que no podamos ganar. Es que no deberíamos ganar, porque no es nuestro país.

Traducción: Ramón Vera Herrera.

Tomado de The Progre sive, octubre de 2008. Se reproduce con consent miento expreso del autor.

http://www.jornada.unam.mx/2008/10/25/index.php?section=opinion&article=028a1mun


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