¿Es esa tu alma Europa?
Michel Balivo
(¿Queremos ser realmente libres?)
El alma siempre ha sido uno de los tantos conceptos bastante difusos y confusos, con los cuales el ser humano ha intentado balbucear y atrapar en palabras, algunas intuiciones que palpitaban en su intimidad, en lo profundo de su conciencia, en su corazón.
Y como todas las rudimentarias formas iniciales dadas a esas intuiciones profundas, inmateriales, se ha ido convirtiendo en una creencia aceptada, estática, perdiendo así la dinámica de acompañar la evolución, el día a día.
Porque no es lo mismo una filosofía abstracta, (pero siempre interesada desde que inevitablemente vivimos en relación, tenemos un cuerpo y sufrimos las exigencias de sus necesidades), que se discute entre los eruditos mientras contemplan desde su atalaya intelectual el trajinar sudoroso de cada día, desarrollando superestructuras intelectuales, pensando sobre el pensar. No, no es lo mismo que la función práctica y muchas veces imprevisible que cumple la intuición, la fe, desde la intimidad viviente de los pueblos en sus ajetreados días.
Fue así como se discutió y decidió hace unos siglos si estaba bien que se esclavizara y maltratara a los indígenas de las colonias americanas de Europa, destrozando sus culturas, economías, formas originarias de vida. Privándolos de su libertad y dignidad, reduciéndolos a reservaciones que hoy llamaríamos campos de concentración o ghetos.
A esas circunstancias específicas se refería el señor Evo Morales en la última reunión del MERCOSUR en Tucumán, Argentina, cuando decía que los europeos pensaban que los indios no tenían alma. (Tenían extrañas costumbres, no compartían la religión católica ni podían ir al cielo, en otras palabras no eran humanos). Entonces él ahora, como presidente aymará de Bolivia, ante la “Directiva de Retorno” se preguntaba dónde estaba el alma de Europa.
Es que es justamente el primer presidente indígena del mundo moderno, el que pone en evidencia que las cosas y los tiempos van cambiando. El que hace aflorar la ingerencia y la transculturización impuesta por la fuerza o el engaño por unos pueblos a otros, demostrando sus profundos orígenes históricos, convirtiéndolo así en tema actual y central de los debates.
Aunque no resulte fácil discernirlo, esta libertad de elección que tenemos para negar o afirmar esa misma libertad en otro u otros, esa misma historia que vuelve al escenario público ante los estímulos apropiados, demostrando que está escrita en y es la carne, la memoria, la cultura e instituciones de los pueblos; da testimonio de que ese algo intangible, esa alma que intuíamos, sí existe y además se manifiesta, opera.
Hoy podríamos decir que la manifestación del alma humana ha protagonizado y escrito su historia, podríamos reconocer que la libertad de elección que ella pone en evidencia en su evolución, es cualidad esencial de humanidad. Que la experiencia y conocimiento que acumula se va expresando en creciente conciencia, capacidad de reconocer, elegir y ejercitar nuevas alternativas.
De ese modo, es en el producto viviente final y cualificado de la historia, “la conciencia de sí de los pueblos”, como las iniciales intuiciones y balbuceos de los pueblos originarios se demuestran verdaderos. Trascendiendo los también balbuceos de las superestructuras ideológicas, para cerrar y dejar atrás una instancia que algún día será tal vez considerada prehistórica.
Si lo dicho suscita dudas o incomprensión, basta preguntarse de dónde salió la fuerza impulsora y la dirección que manifestándose, nos trajo desde la supuesta época de las cavernas a lo que hoy podemos observar, palpar y experimentar, y llamamos mundo moderno. Inclusive, podemos preguntarnos dónde existe o vive esa siempre vieja-joven señora que llamamos historia, ese anciano-niño señor que llamamos tiempo.
Una respuesta posible es recitar algún discurso de moda. Pero otra es mirar fuera de nuestras cabezotas y reconocernos en los frutos de nuestras acciones transformadoras de la realidad, en nuestros propios cuerpos y conciencias, en las formas de organizarse y relacionarse de nuestras sociedades.
Cuando en esa cumbre el presidente Chávez habla de darle sentido estratégico al eje integrador desde el Caribe hasta la Patagonia, de darle contenido, es decir, elaborar proyectos de complementación trilateral en lo económico, político, alimentario, elaborar doctrinas y darle continuidad a este espacio trilateral.
Cuando dice que el potencial energético de Venezuela, agroalimentario de Argentina e industrial de Brasil son tres grandes caballos para crear un eje que potencie Suramérica, ayudando a la articulación de los demás espacios, porque todos los países son importantes, ¿será que está renovándole contenidos a ese vieja intuición del alma que aspira al cielo, al paraíso de la re-unión de lo diferenciado, a la re-ligión de las funciones sociales que se fueron especializando en respuesta a las exigencias del mundo?
Otro de los aspectos donde esta difusa, escurridiza e inatrapable alma mete su cola, podría ser el concepto con que abrió la reunión la presidenta Cristina Fernández, “la timba de los alimentos”. Ella expresó que las continuas sacudidas de la banca internacional brindan poca seguridad a los especuladores de las bolsas de valores.
Por lo tanto buscaron espacios más seguros y confiables para sus inversiones a futuro. Porque como uds. sabrán, en este mundo moderno los productos virtuales económicos que se negocian a futuro en las bolsas de valores, representan doce veces el producto interno bruto mundial, es decir de lo que realmente producimos. Nosotros tan concretos y materialistas, hacemos negocios a un futuro que nadie sabe si vendrá, con intangibles productos inexistentes.
¿Y qué lugar más seguro para la especulación que la alimentación, la salud, los bienes y servicios imprescindibles a satisfacer las necesidades básicas de la humanidad? ¿Qué mayor seguridad para las inversiones que jugar y chantajear con la vulnerabilidad a que te expone aquello sin lo cual no puedes existir?
¿Qué mayor paradoja que gracias a la libertad de nuestra conciencia para moverse entre la memoria y la imaginación, cuanto más lejos nos proyectamos a futuro intentando prevenir, negociar o ganar nuestra felicidad, nuestra salvación y tantos otros intangibles, regresamos al principio mismo de la historia, al negarle la más básica libertad de alimentarse a crecientes mayorías de la humanidad?
Siempre digo que en los hechos, es decir más acá o más allá de las complejidades de nuestras interpretaciones, las cosas son simples. Por mucho que soñemos e idealicemos, hasta ahora no disponemos de otra fuente de materia prima, de otro supermercado de consumo que la misma madre naturaleza.
Y tampoco hay otro modo de satisfacer nuestras necesidades que la aplicación de energía vital a los puntos de resistencia, es decir, el trabajo. Por tanto si en ese escenario hacen su entrada los humanos impulsos de libertad de elección, (que hoy tal vez un poco cansados llamamos ahorro de energía o eficiencia), no es extraño que una de las formas concebidas para lograrlo, sea transfiriendo el necesario esfuerzo del trabajo a otros.
Tampoco es extraño que los resultados acumulativos de las experiencias y conocimientos de los pueblos, es decir la ciencia y la tecnología revolucionadoras económicas y culturales, hayan terminado realimentando el deseo de libertad de elección de unos pocos, en lugar de liberar a la gran mayoría.
Como consecuencia es lógico que ensoñemos compensatoriamente e intentemos con mayor o menor convicción, una sociedad más libre, justa, fraterna, igualitaria. Porque la libertad no es solo un abstracto ideal que flota cual nube en el empíreo. Sino la responsabilidad y el compromiso concreto, encarnado, incorporado, ante las opresiones naturales y/o sociales que nos impone cada momento.
Toda la dialéctica histórica generacional que hoy presenciamos y nos toca vivir, no es más que desarrollo y complejidades del pensamiento y las conductas cultivadas, en respuesta a las problemáticas que cada día de la experiencia humana conlleva y nos exige ir resolviendo.
No es más que la capacidad de interferir en los procesos naturales desarrollando herramientas técnicas para mejorarlos y/o acelerarlos. Desde la palanca, la polea y la rueda, hasta las sofisticadas tecnologías de producción, transporte y comunicación de que hoy disponemos.
Solo que ahora, globalizada tal dialéctica, tal deseo de libertad o superación de la resistencia, de la opresión concreta natural o social, intencional, humana; se globalizan y ganan en permanencia e intensidad también, tanto la intención liberadora como la actualización de la resistencia opresora.
Y no podía ser de otro modo, ya que el deseo de libertad vive en todos, pertenece a la especie, no está aquí ni allá, no es tuyo ni mío. Es por así decirlo omnipresente, simultáneo y ubicuo, abarca e incluye todo y a todos en “un nosotros en interacción aquí y ahora”. Pero si lo reducimos a un yo o a grupos, el mismo deseo de libertad y las herramientas para conseguirlo de unos, se convierten en la opresión y la esclavitud de los otros.
Pareciera pues que dadas estas condiciones de globalidad, se nos presentan dos opciones entre las cuales ejercitar nuestra creciente y ganada libertad de elección. La aceleración, intensificación y generalización del conflicto dialéctico opresor-oprimido, como el escenario mundial nos testimonia crecientemente, es una de ellas.
La otra es reconocer el impulso liberador como el motor intangible pero sensible de toda expresión histórica social concreta, y su mal o distorsionado uso, como la fuente de todos nuestros sufrimientos y anhelos compensatorios de felicidad, salvación, realización, etc.
Y en consecuencia su necesaria reorientación hacia la trascendencia de la dialéctica opresor-oprimido, hacia la reconciliación de esas diferencias de pensamiento y conductas heredadas, como formas erróneas o limitadas de lograr una creciente libertad o liberación.
Pero una vez más, esa trascendencia no es una discusión y elección abstracta, filosófica. Un buen ejemplo es el Partido Socialista Unido de Venezuela cual intento de superar todas esas rémoras del pasado. Cual ejercicio de elegir nuestros representantes desde las bases como único modo de superar las prebendas y politiquerías, de ganar en democracia participativa y protagónica, de dar realmente poder al pueblo para que vaya resolviendo sus problemáticas.
Corriendo el riesgo inevitable de hacer por primera vez en la historia lo que hemos argumentado y diagnosticado por siglos, (desde la milenaria Grecia), asistimos al espectáculo de los supuestos partidos y personas izquierdistas y revolucionarios, que inventaron mil excusas para no sumarse al partido, a la herramienta ejecutora del plan socialista de la nación.
Pero ahora, ante las elecciones de gobernadores y alcaldes, pretenden que se les de una cuota de poder, desplazando a los representantes elegidos desde las bases, cosa que ellos se niegan a hacer. Con lo cual ponen en evidencia cual era el fondo real con que disfrazaban sus argumentos desde el mismo principio. Muchos de ellos ya dan claras señales de negociar ahora esas prebendas con la oposición.
Por eso creo que cabe la pregunta, ¿realmente deseamos mayor libertad? Porque en los hechos, en la vida real, ser verdaderamente más libre no nos deja otra alternativa que aceptar y aún estimular la libertad de los demás, de los vínculos sociales y afectivos que heredamos y nos relacionan.
Me parece que no es difícil darse cuenta que una nueva generación tiene pocas posibilidades de cambio, de elección de otras alternativas, si está fuertemente influída por las instituciones y organizaciones heredadas. Por tanto, permitir que los demás piensen, sientan y actúen fieles a su conciencia, ha de ser el verdadero camino hacia una mayor libertad personal y social.
Pero claro, eso pone en peligro la continuidad de los modelos sociales “seguros”, predecibles, manipulables, chantajeables, perdurables, controlables, que hemos concebido e implementado. Eso hace aflorar las incertidumbres que intentábamos aplacar con ello, así como los temores a perder los privilegios adquiridos. Hace tambalear la supuesta libertad ganada por unos y perdida por otros. Es más eficiente masacrar a los inconformes para defender la continuidad de los intereses imperantes.
Cuando realmente deseas experimentar una mayor libertad no te queda sino aceptar la de los demás, romper y permitir que otros rompan las cadenas de las estrechas e impuestas relaciones, hábitos y creencias. A partir de allí tienes que enfrentar los ancestrales temores de no poder controlar lo que comience a suceder.
Porque cuando la iniciativa e intenciones de las personas se combinan libremente, las relaciones se vuelven sumamente dinámicas e impredecibles los resultados. Por lo cual no te queda sino tener fé, sentir confianza en la vida. Que es otro modo de decir que has de confiar en que será la justa medida y fruto de tus intenciones y hechos, lo que se te devolverá y puedes esperar a futuro.
Por eso preguntarnos si realmente deseamos ser libres, equivale a preguntarnos si estamos dispuestos a experimentar las impredecibles consecuencias de la libertad de todos. Si somos capaces de concebir el amor, la justicia, la felicidad añorada, como posible resultado de liberarnos liberando a los demás. Si tenemos la confianza y la paciencia necesaria para esperar los frutos de tal accionar, sin volver a intentar aferrarnos a lo malo e insatisfactorio ya, pero conocido y supuestamente seguro.
Aquí terminaba el artículo, pero no quise dejar afuera la noticia de la liberación de 15 rehenes de las FARC en Colombia, sobre la cual circulan contradictorias informaciones que como el agua turbulenta, con el tiempo se irán calmando y aclarando. Antes que nada comparto su alegría por la liberación que todas y cada persona merecen, sin importar su notoriedad mediática, ya que pareciera que solo Ingrid Betancourt, los presidentes y ministros que se usan mutuamente a conveniencia existieran.
Esta noticia viene como anillo al dedo para dar un ejemplo concreto de cómo la libertad, que inevitablemente implica justicia, igualdad, sinceridad, verdad, libre circulación internacional y en consecuencia condiciones equitativas para todos, es usada por los distintos actores para alcanzar sus propios objetivos, irrespetando y violentando la de los demás.
Dentro de este reality show mediático presentado desde la euforia de sus actores, se hace difícil discernir cual es la cara esencial del acontecimiento y cuales las falsas. Eso es así porque mientras cada pueblo y persona no intenta con convencimiento su liberación, tampoco asiste a la actualización de la condición opresora, no puede reconocer sus cadenas.
Por tanto la cara esencial se puede apreciar en aquellos pueblos donde la inercia de los hábitos y creencias heredadas, reaccionan desproporcionada y violentamente al decidido intento liberador. Si crees que todo está maravillosamente bien, es porque vives en la paz de los cementerios, donde nada sucede.
Pero tampoco hay allí nada viviente, porque no hay impulso hacia el cambio, hacia la superación de las experiencias ya agotadas. El irrespeto de la libertad ajena en todos los ámbitos de humana expresión, es la raíz de toda violencia. No sé como haremos para vivir respetando a todos y cada cual, para no imponerle infinitas condiciones ajenas a su voluntad.
Pero hasta que no erradiquemos la raíz de la violencia de nuestros cuerpos y conductas, hasta que no entendamos que la propia libertad no se puede ganar ni construir a costa de la ajena, comenzando por ti y por mi, todo lo que hagamos, todas las penas y alegrías solo serán circunstanciales, jamás nos conducirán hacia donde realmente todos soñamos. Toda libertad se reducirá a reflejos condicionados a algún tipo de castigo o recompensa, negocios.
Así que creo que, sobre todo en nuestra intimidad, solos con nosotros mismos, sería bueno que trascendiéramos tantas complejas ideologías, comenzáramos a reconocer los verdaderos motivos de girar siempre en círculos sin alcanzar nunca nuestros objetivos esenciales, terminando nuestras vidas con una sensación de vacío, sinsentido, fracaso.
Sería bueno que comenzáramos a imaginar como convivir respetándonos, sin violentarnos, que empezáramos a intentarlo en nuestras relaciones más cercanas y cotidianas. Cierto es que perder el control nos asustará terriblemente y nos sentiremos momentáneamente desorientados, sin saber como relacionarnos sin imponernos nada, sin chantajearnos.
Tal vez entonces, como los pueblos podamos reconocer que la paz del cementerio no es bienestar y solo disfraza nuestro temor al cambio. Decidir el cambio implica enfrentar todos sus fantasmas, no en vano todo nuestro afán ha estado en construir relaciones y sociedades seguras, conocidas, manejables.
Mientras que el cambio implica riesgo, coraje, fuerza íntima frente a lo inesperado. Pero también volver a sentir intensamente la vida, la olvidada alegría de existir, reconociendo que eso era lo que verdaderamente deseábamos. Estamos en tiempos en que la verdad se abrirá camino sin importar cuanto tratemos de manipular los hechos para sacar provecho de ellos. Y guerra avisada no mata soldados.
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