Consensul
Frei Betto Adital
El Consenso de Washington, organismo conspiratorio del imperialismo, pretendió asegurar su espacio hegemónico en América Latina substituyendo dictaduras militares por gobiernos neoliberales. Presidentes latinoamericanos, hijos del matrimonio político entre Ronald Reagan y Margareth Thatcher, acolitados por los Chicago boys, trataron de desguazar el patrimonio nacional, a través de privatizaciones irresponsables y la desreglamentación de las leyes laborales, para convertir a sus respectivas naciones en la de ‘tócame Roque’ del capital transnacional.
Ejemplos de sometimiento a los intereses de la Casa Blanca y solemne desprecio a los derechos elementales de los pobres fueron los presidentes Collor, en Brasil; Menem, en Argentina; Fujimori, en Perú; Arias, en Costa Rica; Pérez, en Venezuela; e Salinas, en México.
El Consenso de Washington sirvió para fomentar privatizaciones y promover la más descarada corrupción. Y dejó como legado una asombrosa deuda externa, inflación acelerada, desempleo, desguace de la industria nacional y concentración progresiva de la propiedad de la tierra, además de pasar el capital de la esfera productiva a la especulativa.
Ahora surge, como reacción, un nuevo consenso en América del Sur, que denomino ConsenSul -el consenso de los países gobernados por partidos y presidentes comprometidos con la reducción de las desigualdades sociales. Éste es el tercer ciclo de un proceso iniciado en el Continente hace unos 40 años. El primero, las dictaduras militares; el segundo, los gobiernos neoliberales; ahora, a primavera democrática consubstanciada en la elección de gobernantes que representan el repudio, tanto del ciclo dictatorial como de aquel que aplaudía el Nafta, apoyaba la invasión de Iraq por parte de Bush padre y soñaba con el Alca propuesta por Clinton mientras cuidaba del féretro del Mercosul.
Las victorias de Chávez en Venezuela, Kirchner en Argentina, Lula en Brasil, Morales en Bolívia, Vázquez en Uruguay, Correa en Ecuador, Ortega en Nicaragua y ahora Lugo en Paraguay, sumadas a la rectificación cubana, diseñan una nueva geopolítica continental capaz de neutralizar la ingerencia de los EE.UU. en América Latina. Es verdad que algunos gobiernos no han sido, en la práctica, coherentes con sus promesas electorales. Unos, por no promover reformas substanciales, como es el caso de las estructuras agrarias -hasta ahora intocables- en Brasil y en Argentina. Otros, por amenazar con romper el ConsenSul para firmar, unilateralmente, acuerdos de libre comercio con los EE.UU.
Aunque persistan contradicciones e impasses, América Latina nunca conoció, en toda su historia republicana, período tan democrático como el actual. Estamos lejos, sin embargo, de la democracia participativa, la que conjuga el sufragio universal con la garantía de acceso, de toda la población, a los derechos económicos y sociales elementales. Todos votan, pero muchos padecen hambre; todos tienen derecho a la educación, pero muchos niños y jóvenes están fuera de la escuela; todos tienen derecho a la salud, pero pocos logra mantenerla por la vía privilegiada de los planes de medicina privada.
La novedad es que los países del ConsenSul están empeñados en el combate a la miseria y a la inflación; evitan criminalizar a los movimientos sociales; multiplican los mecanismos de consulta popular; rescatan el papel del Estado como inductor del desarrollo social y económico. En política externa, refuerzan los bloques hegemónicos -Mercosul y Alba; buscan corregir sus relaciones asimétricas (Bolivia con el abastecimiento de gas y Paraguay de agua); se abren al eje África del Sur, India y China; refuerzan los vínculos con los mundos africano y árabe, diluyendo el peso de la hegemonía anglosajona.
El desafío, ahora, es dar continuidad a este proceso. Si Obama se convirtiera en presidente de los EE.UU. eso podría ser una noticia prometedora, sobre todo en lo tocante al bloqueo de los EE.UU. a Cuba. Y es necesario evitar que, al interior de cada nación oreada por la primavera democrática, sus gobernantes cedan a la tentación del neocaudillismo, o sea que, confiando en su propio carisma, establezcan canales de contacto directo con los pobres (la mayoría de la población), prescindiendo de la mediación de partidos y movimientos sociales.
Aquí acecha el peligro. Sin partidos consistentes y representativos, dotados de un proyecto histórico y rigor ético, y sin apoyo popular, mediante la valorización del protagonismo de los movimientos sociales, el ConsenSul corre el riesgo de quedar en la historia como algo que podría haber sido y no fue. Así como la Comuna de Paris, en Francia, y el comunitarismo de Antonio el Consejero en Canudos, Brasil, ambas en el siglo XIX.
Hay que regar las flores de esta primavera y arrancar cuanto antes la hierba mala, para que produzca en abundancia frutos de justicia y libertad.
[Autor de "Calendario del poder", entre otros libros. Traducción de J.L.Burguet]
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