RESERVA FEDERAL: LA VICTORIA DEL DINERO
Jorge Gómez Barata
Para impedir que el “poder” prevaleciera sobre la sociedad, los creadores de la doctrina liberal trataron de separar la iglesia y la economía del Estado, de modo que la fe y el dinero no interfirieran con la cosa pública y la fragmentaron en esferas a las que llamaron “poderes”, que al interactuar entre si debieron conducir al “buen gobierno”.
La idea fue tan buena que todos la adoptaron, el laicismo arraigó, el sector privado se tornó dominante y el concepto republicano se universalizó. Desde entonces, ninguna sociedad prescinde del sufragio, de las elecciones y de los parlamentos y la independencia del poder judicial disfruta de los mejores auspicios. La mala noticia fue que los capitalistas y la oligarquía financiera lo entendieron de modo diferente.
Los preceptos sobre la libertad fueron tergiversados para, entre otras aberraciones, establecer la “libertad” de explotar el trabajo ajeno, acumular riquezas por medio de la usura, esclavizar negros y saquear países.
Como parte de las percepciones individuales y de las contradicciones del sistema, varios presidentes norteamericanos: Madison, Jackson, Teodoro Roosevelt, Wilson, Franklin D. Roosevelt y JFK, por diferentes razones, se enfrentaron a algunas de aquellas deformaciones e intentaron corregirlas. Los hubo opuestos a la esclavitud y a la segregación, otros trataron de vincular el Estado a la economía, abogaron por regulaciones e incluso incoaron procesos contra los monopolios y los carteles bancarios, sin poder evitar el surgimiento de las oligarquías y de las corporaciones. El abuso de la libertad prevaleció sobre la libertad.
Debido a imperfecciones estructurales, el capitalismo liberal no logra congeniar la idea de mantener al gobierno al margen de las finanzas públicas, y a la vez evitar que sean controladas por la banca privada. Debido a esa contradicción, probablemente insoluble, en 130 años en Estados Unidos hubo tres intentos de crear un banco central y ninguno sobrevivió.
No obstante, las dificultades que aquel entuerto generaba para la economía y las políticas monetarias, el país se desarrolló satisfactoriamente favorecido por el federalismo, la austeridad propia de la época y la política de aislacionismo del Estado norteamericano. Originalmente la burocracia era mínima, el gasto militar moderado y hasta el New deal, las políticas benefactoras no existían. El gobierno gastaba poco y no requería de mucho dinero.
Esas circunstancias cambiaron cuando se desató la Guerra Civil y Lincoln necesitó grandes sumas para financiar el esfuerzo bélico. El presidente acudió a la banca privada que fijó intereses leoninos. Usando la atribución constitucional que concede al Congreso la facultad de crear el dinero, ordenó imprimir $450.00 millones de dólares.
Según se afirma, los banqueros se dieron a la tarea de financiar la elección de senadores y representantes contrarios a la política monetaria de Lincoln, hasta que en 1863 lograron que el Congreso dictara el Acta Nacional Bancaria que restableció el precepto de que el dinero tenía que ser emitido por bancos privados.
La reforma monetaria de 1863 fue el inicio del proceso por el que la banca privada ganó espacios, llegando a 1913 cuando, mediante dudosas y poco transparentes maniobras, a espaldas de la opinión pública logró que se aprobara la ley que creó la Reserva Federal y privatizó el mecanismo de creación del dinero en los Estados Unidos.
Más tarde, en el ambiente de reformas que caracterizó su efímero mandato, Kennedy se propuso poner fin a tan oneroso sistema e hizo lo mismo que Lincoln, mediante la Orden Ejecutiva 11110, ignorando a la Reserva Federal, instruyó al Departamento del Tesoro para imprimir el dinero. Como el otro, no sobrevivió al empeño.
La Reserva Federal no es un banco, ni un cartel de bancos, sino un sistema, un modo de funcionar, cuyo núcleo está constituido por 12 grandes bancos privados con licencia para operar en todo el territorio norteamericano y decenas de otros bancos asociados, que fueron facultados por la ley para crear el papel moneda de los Estados Unidos, abastecer de dinero al gobierno, prestar a los bancos el dinero que necesitan y, mediante operaciones de compraventa de divisas y control de la emisión, mantener la estabilidad de la divisa norteamericana.
Por esa gestión, es decir por prestar un dinero que han creado de la nada, en una operación en la que no arriesgan ni un centavo de sus fondos ni gastan un dólar, los bancos de la Reserva Federal cobran intereses, no sólo a los otros bancos, sino al gobierno que es su principal cliente.
Todavía, en 1982, al amparo de las leyes anti trust vigentes desde la época de Franklin D. Roosevelt, cuyo tío Frederic Delano fue el primer presidente de la Reserva Federal, en un proceso conocido como: Lewis contra Estados Unidos, se enjuició a la Reserva Federal, que fue exonerada cuando la Corte admitió lo que todos saben: "Cada Banco de la Reserva Federal es una corporación aparte y es propiedad de los bancos comerciales en su región…”
La estafa alcanza niveles de virtuosismo cuando se descubre que la opinión pública norteamericana, sus elites pensantes y calificados expertos de muchos países, creen que la política monetaria norteamericana, con efecto a escala mundial, es diseñada y conducida por las autoridades políticas electas, cuando la verdad es que está en manos de una manga de usureros que, en connivencia con políticos corruptos, usurpan el poder que la Constitución otorgó al Congreso.
De hecho, el Congreso ha podido otorgar a Bush sus irracionales pedidos de dinero para sus absurdas guerras, porque el dinero existe: la Reserva Federal, que no es controlada por el legislativo, no rinde cuentas, opera sin transparencia, carece de presupuesto y no se subordina a nadie, lo crea… de la nada.
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