Atentado al olimpismo
Por Manuel E. Yepe
Las campañas de los aspirantes a la presidencia por cualquiera de los dos partidos del sistema político estadounidense son motivo, cada cuatro años, de burlas y bromas por la inconsecuencia de sus proyecciones y la falta de ética que exhiben quienes pretenden dirigir los destinos de la única superpotencia mundial.
Pero debe advertirse que hay límites que sí son rigurosamente observados. Son los que impone la élite del poder, la que en verdad rige los destinos de la superpotencia americana, aquella en la que convergen los intereses de las grandes corporaciones y el complejo militar industrial, ávidos de extender y consolidar su tiranía global.
Por eso, a nadie extraña que, pese al rechazo popular a las guerras genocidas que lleva a cabo Norteamérica, ninguno de los políticos que ha entrado en la disputa por las candidaturas de este año haya mostrado identificación con la causa de poner fin a los conflictos que la nación que se proponen gobernar mantiene contra dos países débiles y lejanos del Oriente Medio, en donde ya han causado más de cien mil muertes, además de perder casi cinco mil soldados propios y llevado a casa muchos millares de mutilados físicos y mentales.
Ninguno ha manifestado categóricamente la intención de desmarcarse de la política, ya cincuentenaria, de agresiones contra Cuba, un país vecino que nada ha hecho contra la seguridad del suyo para haber sufrido el más largo bloqueo económico en la historia de la humanidad, no obstante la expresa condena de esta conducta en la Organización de Naciones Unidas, desde hace quince sucesivos años.
Tampoco han presentado en sus campañas enfoques serios y categóricos respecto al tratamiento de los problemas migratorios, sobre los que han proyectado demagógicas posiciones, adaptadas a los lugares y circunstancias, mientras no cesa de crecer el número muertos en la frontera con México y en el Canal de la Florida.
Nada han prometido respecto a la farisaica "guerra contra el terrorismo" que Washington dice capitanear, mientras practica el terror como doctrina militar, en forma de guerras preventivas contra otros países, encarcelamiento de luchadores antiterroristas, práctica de torturas a prisioneros, y obstrucción a la aplicación de justicia y protección en su territorio a connotados extremistas internacionales, entre otras incongruencias con su pretendido liderazgo contra el terrorismo.
Sin embargo, todos se han sentido obligados a sumarse a la campaña dirigida a la desestabilización de China, en ocasión de la circunstancia de que la gran nación asiática será sede de los Juegos Olímpicos de Verano 2008.
El hecho indudablemente obedece a que, para las fuerzas neo-conservadoras dentro de la élite del poder de los Estados Unidos, China cobra mayor prioridad en la medida que su fenomenal desarrollo económico pone en peligro las predicciones y objetivos del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano: Reconstrucción de las defensas de América (Project for the New American Century: Rebuilding America's Defenses), formulado en el año 2000 como programa neoconservador para un mundo dominado por ellos.
El gobierno de Estados Unidos ha promovido el "conflicto del Tíbet", embarcando a varios de sus aliados occidentales en un enfrentamiento político que pone en peligro la celebración de los juegos olímpicos, utilizando contra Beijing, una vez más, al líder religioso tibetano en el exilio Dalai Lama, identificado desde hace muchos años como instrumento del que se ha servido la Agencia Central de Inteligencia estadounidense para muchas siniestras operaciones secretas contra China.
China no solo ha demostrado capacidad para el desarrollo de sus gigantescas potencialidades de manera independiente, sino que ha hecho realidad una singular relación bilateral con la única actual superpotencia que no se traduce en subordinación sino, en todo caso, en una interdependencia que no hace aconsejable una actuación imperial comparable con el desempeño que reserva a los oscuros rincones del mundo subdesarrollado.
"Sería irresponsable de parte de los gobiernos de otros países abstenerse de asistir a la inauguración de los Juegos Olímpicos de Beijing como protesta por la campaña china para sofocar las manifestaciones en el Tíbet", declaró a mediados de abril Stephen Hadley, asesor de seguridad nacional del presidente George W. Bush.
"El tipo de diplomacia callada que Estados Unidos está practicando ya es una buena forma de enviar un mensaje a los líderes de China en lugar de la confrontación frontal", recomendó el funcionario estadounidense con clara intención de presionar a China de esa forma. "Lo que ha dicho (Bush) es que necesitamos usar la diplomacia".
En la práctica, Washington ha lanzado al ruedo a sus aliados, apoyados por una intensa campaña mediática, reservándose para obtener los supuestos beneficios de su "diplomacia callada".
"Yo no veo a los Juegos Olímpicos como un acontecimiento político", declaró Bush la pasada semana. "Los veo como un acontecimiento deportivo".
La Casa Blanca no ha dicho todavía si el mandatario asistirá a la ceremonia de inauguración el 8 de agosto pero ha declarado que él (Bush) no tiene ninguna razón para no ir".
A todas las fechorías que George W. Bush ha dejado inscritas en la joven historia del siglo XXI, agréguese desde ya este vil atentado al olimpismo.
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