Los Santos no son inocentes

Los Santos no son inocentes
Texto: José Vicente Rangel


“El Tiempo” es el diario más poderoso de Colombia. Define, en gran medida, política, cultura y economía colombianas. Es propiedad de la familia Santos —ahora asociada a la empresa editorial española Planeta—. Su fundador, el expresidente Eduardo Santos, fue un patriarca político de esa nación.

Con motivo del reciente episodio en el que uno de sus descendientes, Juan Manuel Santos, ministro de Defensa, cuestionó la gestión de Chávez para alcanzar un acuerdo humanitario, el emblemático periódico saltó al día siguiente con este titular de primera página: “Juan Manuel Santos podrá seguir tranquilo en su cargo, tras conocerse el respaldo del presidente Uribe”.

En efecto, Álvaro Uribe desestimó la gravedad de las declaraciones del ministro en Washington y sólo atinó a decir que éste había sido “provocado”, que “cayó en un error” y que “es una gran persona”. Por su parte, Santos no se retractó y con arrogancia manifestó: “Si de algo soy culpable es de no haber sido diplomático al decir ciertas verdades por el ambiente informal en que nos encontrábamos”. ¿Qué dijo Santos?

Que Chávez se aprovechaba de las circunstancias al participar en la búsqueda de un acuerdo humanitario para rescatar a los secuestrados de la Farc. Que al Presidente venezolano se le abrió un espacio al que no tenia acceso, y en cuanto a las relaciones comerciales reconoció que eran buenas, “pero sujetas a sus cambios emocionales”.

Las declaraciones, en efecto, no fueron diplomáticas. Al contrario: fueron francamente inamistosas. Desconsideradas con una persona que trata de contribuir a la solución de un grave problema humanitario. Alguien que, además, da constantes demostraciones de afecto hacia Colombia.


Con base en lo dicho por Uribe, uno podría preguntar acerca del término por él utilizado para excusar a su ministro: ¿Fue Santos provocado o actuó, a conciencia, como provocador? De los Santos, de esa influyente familia del vecino país, se puede esperar cualquier cosa respecto a Venezuela. Se trata de una dinastía caracterizada por su antivenezolanismo.

Histórica y genéticamente ha sido así. Aun cuando no es comprobable que se hereden taras, muchas veces la conducta humana arroja luz donde hay sombras.

En el ADN de los Santos parece estar esa huella. “El Tiempo” ha sido ideólogo y vocero de una posición —a lo largo de décadas— consistente es pugnar con nuestro país; alentar odios y recelos; estimular latentes apetencias territoriales y actitudes despectivas hacia la identidad venezolana.

Hoy día los Santos tienen más poder que nunca. Concentran el viejo poder del liberalismo, electoralmente agónico pero con sólido sustento en los medios económicos, ligado —gracias a la bisagra Uribe— al conservadurismo reaccionario, capaz de cualquier cosa en política, como por ejemplo, procrear el paramilitarismo.

Ejercen el poder mediático a plenitud, dominan el campo económico, comercial, cultural, tienen fuerte presencia en la Fuerza Armada y, por si fuera poco, un Santos, Francisco, es vicepresidente de la República, aspirante a suceder a Uribe, y otro es ministro de Defensa.

Éste no oculta su posición contra Venezuela, prejuiciada, obsesiva. Que le brota a cada instante y expone en público (como acaba de hacerlo) o en privado (a diario lo hace con calculada imprudencia). Respecto al Gobierno de Chávez y al proceso venezolano, no tiene empacho en mostrarse temerariamente hostil.

Celebró el golpe del 11 de abril, apoyó el paro petrolero, auspició el asilo de Carmona, a quien le hace lobby con la sociedad, el empresariado y los militares. Cuando Uribe lo designó ministro de Defensa hubo reacción en Venezuela. Pero Chávez, con sentido político y acertada evaluación de la relación, la controló de inmediato. A esto se sumó la seguridad que le dio Uribe de que Santos venía de regreso de sus posiciones antivenezolanas y que él estaba en capacidad de controlarlo.


Pero los Santos son incontrolables. La posición del titular de Defensa es algo más que personal: es ideológica, es política. Es la tradicional de la oligarquía colombiana, y cuando él la difunde es coherente con su manera de pensar. Más bien hay que agradecerle la franqueza, para saber por donde vienen los tiros. Chávez está claro. Cuando decidió contribuir con la facilitación de un acuerdo humanitario en Colombia —paso inicial para crear un clima favorable a la paz—, sabía en qué se metía. Por el conocimiento que tiene de la historia y por intuición.

Para algunos sectores colombianos mencionar la paz es pura dinamita. El establecimiento civil-militar-económico tiene años viviendo de la guerra y no va a renunciar a ella fácilmente. En 50 años de violencia son innumerables los fracasos para acabar con la violencia. Tiempo atrás un sector político que estaba en la lucha armada decidió actuar legalmente y su liderazgo fue masacrado.

Lo que habría que preguntar es si Uribe está claro. Si sabe el riesgo que corre: quedar mal ante sus compatriotas y el mundo, si es que aceptó la intermediación Chávez como maniobra, o si la asume corriendo las consecuencias. La reciente actitud del ministro Santos es una campanada de alerta. Más para él que par Chávez.

Claves

La revista colombiana “Semana” tiene una crónica sobre el incidente al que aludo, de la que reproduzco este fragmento: “Desde el momento que se conoció el nombramiento de Juan Manuel Santos como ministro de Defensa, la pregunta obligada era: ¿qué pensarán en Venezuela, y en especial, el presidente Chávez? La razón: Santos había sido durante años uno de los críticos más vociferantes del Gobierno chavista.

No ahorraba adjetivos para atacar al jefe de Estado venezolano. Incluso en un artículo de abril de 2004 en la revista Diners, llegó a decir que “los delirios bolivarianos de Chávez representan un serio peligro para Colombia y para la política de seguridad democrática del presidente Uribe”. Con esos antecedentes era entendible la expectativa venezolana sobre cómo actuaría Santos en su nuevo cargo.

El propio Uribe, entendiendo las implicaciones del nombramiento, tuvo la cortesía de informar —o consultar— a Chávez. En ese entonces Santos salió a calmar las aguas al decir que una cosa es mi vida como periodista y otra diferente el momento actual. El mensaje implícito era que dejaría guardadas bajo llave sus diferencias con Chávez. Que entendía que una cosa era ser analista de coyuntura, y otra, ministro de Defensa” (con lo ocurrido se confirma lo que dicen los propios colombianos: un Santos siempre la hace entrando o saliendo: JVR).

Ex vicepresidente de la República
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About Ricardo Abud (Chamosaurio)

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