Una derrota anunciada


José Vicente Rangel

Cada día es más evidente que la carencia de una oposición seria en Venezuela es la primera causa de perturbación de la vida nacional.

1 Lo que les ocurrió a los dirigentes de la oposición venezolana el domingo 30 de julio fue una derrota anunciada. Por eso su insólita reacción. Que, por lo demás, no tiene por qué sorprendernos, ya que forma parte de su reiterada línea de actuación. Cada día es más evidente que la carencia de una oposición seria en Venezuela es la primera causa de perturbación de la vida nacional.

Lo que ahora hace la oposición nunca ocurrió en el pasado. Tampoco en otros países. Cada venezolano es testigo de los actos que promueven quienes asumen el liderazgo opositor (o que se lo atribuyen). Porque la verdad es que miles de personas que militan en ese sector manifiestan su descontento y frustración. Sentimientos estos que tienen que ver con la violencia desatada por esa dirección, de la cual también terminan siendo víctimas. La conducta de los que dirigen la MUD ha terminado colocando a todos los habitantes del país en la condición de víctimas.

2 Ejemplo: cuando esa dirección decreta los “trancazos” y otras maneras de impedir que los ciudadanos circulen libremente, impidiendo que cumplan sus deberes cotidianos, viola derechos fundamentales. Cuando recurre al chantaje de la violencia para impedir la actividad de las personas, consuma uno de los actos más aberrantes, que pueden concebirse, para atropellar a la gente.

La degradación ética, política y moral de los dirigentes de la oposición ha descendido a niveles inimaginables. Prácticamente ejercen en la calle un poder que conculca los derechos ciudadanos. La gente tiene que acatar, presionada por la violencia, los dictados de un grupo que decide privar a los venezolanos, sin excepción, de sus derechos. Confisca la capacidad que cada quien tiene para decidir, y, en forma compulsiva, los priva de esta respetable posibilidad.

3 Hoy, el venezolano es un prisionero de esa dirección opositora que adopta medidas con las que quebranta, arbitrariamente, la legalidad democrática. Esa cúpula ejerce una especie de dictadura de facto que nunca se había dado. De manera intempestiva impide a los ciudadanos el desarrollo normal de sus actividades. O de lo que es aún más grotesco: se permite anunciar, previamente, el calendario de las acciones terroristas desafiando al Estado, a la Constitución y las leyes de la República.

Esta coacción generalizada, que priva a la gente de derechos elementales, está acompañada por oprobiosas expresiones de violencia que causan muertos y heridos de personas con militancia partidista o independientes, y que al culminar dejan una estela de destrucción de calles, avenidas, de instalaciones públicas y privadas arrasadas, de comercios saqueados, sin que haya responsables porque la impunidad es absoluta. Lamentablemente hemos llegado a esta situación extrema por culpa de dirigentes irresponsables sobre los que debe recaer algún tipo de sanción. Y llegó la hora de hacerlo.

El 30-J por dentro y por fuera

Si no se reconoce la situación descrita en el comentario anterior, actitud característica de determinados análisis que se hacen en torno a lo sucedido el 30 de julio, se corre el riesgo de naufragar en la interpretación de lo sucedido ese día. Es creer que nada diferente a la rutina de la polarización pasó en Venezuela, y que la elección de los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente fue un acto fraudulento. Semejante simplismo obedece a la tendencia que se instaló en el ánimo de los adversarios de Chávez, del chavismo y del proceso bolivariano, basada en un arrogante desprecio hacia todo cuanto tiene que ver con este factor político-social, determinante de la política nacional desde hace más de 20 años.

Porque es propio de una torpeza blindada atribuir a fraude –que compromete al órgano rector en materia electoral–, el resultado, es decir, que los 8.089.320 compatriotas que, en medio de múltiples dificultades y de acciones violentas, optaron por concurrir a los centros electorales. Un elemental enfoque en el análisis debería orientarse, en vez de rechazar sin prueba alguna el resultado de la jornada comicial del 30-J, a indagar el porqué el apoyo al gobierno y al chavismo creció en más de dos millones de personas y de dónde provino el incremento.

¿O es que acaso nada significa la diferencia entre el evento de la MUD del 16-J que arrojó un resultado de poco más de 7 siete millones de participantes, de tipo privado, sin autoridad competente que controlara, sin auditorias, sin padrón electoral y sin posibilidad de verificación porque todo el material fue incinerado, y el acto del 30-J, de la Constituyente, organizado por el CNE, con todas las formalidades legales, y un resultado de más de ocho millones de participantes?

¿Qué fue lo determinante en el éxito del chavismo el 30-J? Ante todo, el mensaje. El chavismo planteó el diálogo, la paz, la reivindicación de la justicia y el rechazo a la impunidad, por un lado, y, por otro, la defensa de la soberanía nacional y de la patria. En tanto que la oposición lució siempre como defensora, o cómplice, de la violencia desatada en la calle. Despreció el sentimiento mayoritario en la colectividad a favor de la paz y de repudio a la violencia. Mi experiencia personal ese día como votante, en una escuela de Petare, fue inequívoca: el clamor de centenares de personas que me abordaron consistió en reclamar mano dura contra las guarimbas, los trancazos y el secuestro de las comunidades por grupos violentos.

No me extiendo en otras consideraciones por limitaciones de espacio. Pero lo cierto es que la dirección opositora sufrió un revés, que aún puede ser mayor sino rectifica su línea. Si se aferra a la interpretación de lo sucedido con el primitivismo de sus primeras reacciones ante la derrota. Si se empeña en perseverar en la opción violenta, repudiada de manera contundente por la colectividad nacional.

Y respecto al chavismo, conviene adoptar previsiones para evitar que el triunfalismo lo trastorne y se olvide de la promesa de dialogo y de paz. Que esta no sea solo oferta para captar adhesiones en tiempo de elecciones, sino centro de una voluntad cierta de lograr el diálogo y a paz. Porque si algo demostró la prueba del 30-J es que los votos van y vienen y el curso lo marca un pueblo que sufraga cada día con más conciencia y claridad.

Considero justa una mención especial de Nicolás Maduro: demostró capacidad para conducir y un agudo sentido de la oportunidad. Cuando el Primero de Mayo anunció la opción constituyente muchos dudaron. Pero los acontecimientos le dieron la razón. Colocó en la calle una nueva política y con ello demostró que la subestimación de sus adversarios, de la cual siempre es objeto, es su arma secreta, como también lo demostró Hugo Chávez. Ahora, él tendrá que asumir el inmenso compromiso de dar respuesta apropiada a la esperanza de millones de ciudadanos que acogieron su mensaje y su propuesta de una Constituyente. Que así sea.

jvrangelv@yahoo.es 
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About Ricardo Abud (Chamosaurio)

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