La oposición sigue sin aprender a aceptar y reconocer sus derrotas


Aceptar la derrota no es fácil, y mucho menos cuando durante la batalla se ha sido arrogante y pendenciero.

Luego de haber ofrecido a su propio bando una victoria contundente y de haber prometido aplastar al enemigo hasta exterminarlo, no es sencillo decirles “¿Saben qué?, ¡perdimos!”. Y la cosa se pone peor cuando hablamos de casi dos décadas de derrotas acumuladas.

[Más complicado aún que reconocer la derrota es rendirse. Es algo tan difícil que un desconocido teniente coronel, de 37 años, pasó del anonimato a ser el líder histórico de nuestro tiempo luego de hacer un llamado a deponer las armas. Pero ese es otro tema.]

Reconocer la derrota es algo tan difícil que en el campo diplomático son frecuentes los eufemismos destinados a suavizar un poco la dura verdad, a amortiguar el porrazo, aunque sea verbalmente. Legendario fue el eufemismo del emperador japonés Hirohito, luego de que Estados Unidos le zampara la segunda bomba atómica sobre objetivos civiles (por razones humanitarias… así han sido, así son los vecinos del norte). ¿Saben lo que dijo, entre otras cosas? Pues esta oración con doble negación:

“La trayectoria de la guerra no ha evolucionado necesariamente en beneficio de Japón y la situación internacional tampoco ha sido ventajosa”.

Bueno, el hombre (o, mejor dicho, el semidiós) tenía en ruinas a Hiroshima y a Nagasaki, dos ciudades medianas, destruidas en cuestión de segundos en los dos mayores crímenes colectivos de la historia, en los que murieron, según cálculos conservadores, 225 mil personas, mientras otras 130 quedaron gravemente heridas, la mayoría de las cuales murió también en pocas horas o días. Y frente a ese panorama incontrovertible de derrota, en lugar de decir de la manera en que eso se diga en japonés imperial, “Compatriotas, nos volvieron leña”, Hirohito dio un discurso para decir que “la guerra no necesariamente ha evolucionado a favor de Japón”.  Este domingo se cumplen 72 años del primer estallido atómico, y dentro de pocos días, el 15 de agosto, será el aniversario de esa alocución, pero la tendencia a endulzar los resultados catastróficos sigue tan campante y, en nuestro caso, florece en las bocas de los que no son emperadores, sino súbditos de cierto imperio.

En la historia reciente de Venezuela, nos encontramos a cada paso con ejemplos de lo difícil que es aceptar el fracaso. Nuestra oposición (es nuestra, nadie nos la puede quitar) ha sido pródiga en demostraciones al respecto. Pero no hagamos historia, sino que veamos lo que está pasando ahora mismo: la dirigencia de la Mesa de la Unidad Democrática sabe que su parodia electoral del 16 (enmarcada por el premonitorio simulacro de elección constituyente) y la elección del 30 de julio han sido como su Hiroshima y su Nagasaki. Ambos eventos apuntan hacia el mismo lado: se constata que este sector político dilapidó la mayoría que había alcanzado en las elecciones legislativas de diciembre de 2015.

La doble derrota sufrida por la oposición en el mes recién finalizado es de proporciones atómicas. No solo porque venían de una victoria contundente, sino también porque esa misma dirigencia, por acción o por omisión, metió al país en una oleada de violencia en la que se vieron incluso acciones inéditas por su carga de odio y barbarie.

Por si quedaba alguna duda de la debacle experimentada, las horas subsiguientes al acto electoral han sido ilustrativas. ¿Podrá haber una mejor demostración de estar tendidos en la lona que la falta de reacción ante la cancelación del beneficio de arresto domiciliario al principal líder del ala pirómana opositora, Leopoldo López? El nocaut fue tan fulminante que, por primera vez en cuatro meses, se han apagado por varios días consecutivos los disturbios, incluso en algunos de los focos más contumaces. Los efectos de la tunda fueron tan severos que vino a ser al tercer día cuando, desde el frente internacional, avanzó una truculenta iniciativa para tratar de deslegitimar los resultados. El revés fue tan impresionante que la Asamblea Nacional Constituyente se instaló en paz, en medio de un gran jolgorio popular, mientras fracasaba el llamado de la MUD a una marcha en contra, al punto que los propios periodistas opositores reconocieron que en el lugar pautado había más gente de los medios de comunicación que manifestantes.

Hasta ahora (sábado 5 de agosto) no se había producido una declaración de ninguno de los jefes o pranes opositores reconociendo la derrota, ni siquiera mediante “eufemismos hirohíticos”. Ninguno de los hasta hace unos días envalentonados dirigentes ha tenido el coraje de decirle a sus huestes: “Perdimos y debemos asimilar la lección de esta nueva derrota”. Envueltos como están en sus rivalidades internas, ninguno se atreve a hacer algo así porque piensan que quien lo haga perderá liderazgo y será desplazado por los adversarios internos. No se acuerdan –no quieren acordarse- de la flamante historia del teniente coronel de 37 años.

Pero ese no solamente es otro tema, sino también otro nivel humano.

CLODOVALDO HERNÁNDEZ

clodoher@yahoo.com
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