Entrevista a Carlos Fernández Liria
Infancia y ciudadanía en el capitalismo
Por: Gutiérrez, Foro3. La infancia bajo control.
Llevas años denunciando las consecuencias de la reforma del plan Bolonia para la Universidad y la educación en general. olonia no ha sido más que un capítulo de una monumental agresión contra la enseñanza pública.
Se puede demostrar que la patronal europea llevaba preparándose para ello desde los años ochenta. Y por fin, la cosa tomó carrerilla a partir del 2000. Desde entonces (el “informe Bricall”) hasta el actual ajuste estructural de la crisis económica, la Universidad pública ha sido sistemática atacada: se pretendía desmantelarla y sustituirla por una institución al servicio de los intereses privados, sobretodo para que las corporaciones económicas pudieran succionar dinero público y obtener un ejército de becarios pagado por el Estado. No se trataba de privatizar la Universidad, como a veces se decía. Era mucho peor: se trataba se utilizarla para robar dinero público con fines empresariales. El resto sobraba: se acabó subvencionar el derecho a estudiar y, sobre todo, a estudiar cosas estúpidas, como griego clásico, filosofía o física teórica. La Universidad lleva muchos años movilizándose contra esta barbaridad, pero la prensa se negó a dar una cobertura adecuada. Los periodistas prefirieron dar alas a la propaganda y a las mentiras de los autoridades académicas y de los ministros de educación. Ahora vemos el resultado: ¿dónde ha quedado ahora el “Espacio Europeo de Educación Superior”? ¿Están satisfechos ahora nuestros ideólogos de Bolonia? La Universidad pública está herida de muerte. Ahora dirán que ha sido la crisis.
Pero no, la crisis sólo ha acelerado el proceso. Esto se venía venir desde el año 2000 y el movimiento estudiantil no cesó de advertirlo. ¡Les llamaron alarmistas, apocalípticos, aguafiestas, de todo! Pues bien, en el año 2012 ya vemos el resultado: se quedaron cortos en sus previsiones, lo que se avecinaba era mucho peor aún de lo previsto. Y lo mismo puede decirse respecto de la educación secundaria o primaria, o, también, de la sanidad pública. Estamos en medio de una auténtica revolución neoliberal. El movimiento contra Bolonia siempre fue muy sabio al respecto. Se dijo que era un movimiento antisistema y era verdad: porque es el sistema capitalista el que está demoliendo la universidad pública. Los estudiantes eran muy conscientes de ello. En cambio, los profesores que se movilizaron tímidamente contra Bolonia, creyendo que se trataba de una cuestión meramente académica, estaban en la Luna. Era patético verles luchar contra molinos de viento mientras un ejército de gigantes avanzaba contra ellos.
¿Y como resultado, tendremos una sociedad más domesticada?
Domesticada por el capitalismo. En la sociedad capitalista las cosas valen lo que dictaminan los mercados. La enseñanza pública, tanto la primaria, como la secundaria y superior, fue una victoria descomunal de las clases populares contra esta dictadura mercantil. Lo que ahí se está jugando no es sólo, como a veces se dice, la desmantelación del Estado del Bienestar, porque no se trata de un asunto de “bienestar”. El sistema de instrucción pública representa algo mucho más importante: gracias a él, la sociedad ha gozado de una fortaleza que salvaguarda del mercado un espacio para la verdad y, por ello mismo, para la justicia. Se trata de una institución en la que por definición hay que decir la verdad, ya sea, en primaria, al hablar del cuadrado de la hipotenusa, en secundaria, donde hay que decir cosas objetivas sobre la revolución francesa o incluso sobre la guerra civil española, o en la educación superior, donde, como dijo Humboldt, el maestro ya ni siquiera está al servicio del alumno, sino que ambos, maestro y alumno, están al servicio de la verdad. Esta institución fortificada para la objetividad, para la verdad, para el saber libre y desinteresado, está siendo asaltada y destruida. Con ello, la ciudadanía perderá la única brújula que puede orientarnos políticamente hacia la justicia.
En los 80 fuiste guionista de La Bola de Cristal, un programa de televisión infantil, que marcó a toda una generación. ¿Repetirías la experiencia?
El caso es que hoy en día sería difícil hacer La Bola de Cristal. Lo que hacíamos ahí era bromear sobre una realidad política y económica atroz y, ahora, esa atrocidad se ha convertido ya, ella misma, en una broma. La Bruja Avería (que gritaba todo el tiempo, “¡viva el capital, viva el mal!”) era un genio del mal, pero ha sido superada con creces por personajes muy reales. Es imposible competir con Donald Rumsfeld, Emilio Botín o Esperanza Aguirre. Esa gente ha convertido el mundo en un chiste de mal gusto que a nosotros jamás se nos habría ocurrido. Por ejemplo, una empresa minera propiedad de la familia Bush ha pretendido cambiar de sitio dos glaciares de los Andes chilenos para explotar una mina de oro que han descubierto bajo los hielos. A la Bruja Avería nunca se le habría ocurrido una cosa así.
Se trataba de un programa infantil. ¿Les hablabais a los niños de política y de economía?
Naturalmente. Los electroduendes llegaron a representar incluso una dramatización del Libro I de El Capital de Marx. Los niños viven en la realidad, no en la Luna. Sus padres viven agobiados por el pago de una hipoteca, están en paro o trabajan de sol a sol fregando escaleras, quizás sin papeles o ahora sin seguridad social o guarderías públicas. En cualquier caso, llevan una vida de mierda y sus hijos son siempre efectos colaterales. Cuando La Bola de Cristal se atrevió a mirar a la cara esta realidad, los niños no salieron corriendo, espantados o aburridos. Todo lo contrario, el éxito fue tan grande que el programa duró cuatro años, concretamente hasta que Luis Solana (a la sazón director de TVE) cayó en la cuenta de lo que ahí se estaba cociendo y despidió a la mayor parte del equipo.
¿Qué habría que contarle hoy a los niños?
Me temo que los niños de hoy tienen por delante un futuro nada esperanzador. Siento tener que decirlo así, porque tengo hijos de distintas edades. El primer paso es transmitirles la sensación de que el mundo no es así de forma inevitable. Que hay otros mundos posibles. Luego, hay que proporcionar instrumentos teóricos para empezar a entender lo que está pasando y lo que puede pasar. Si no, todo se vuelve irremediable y fatal. Y la desesperación nunca ha sido nada buena cuando llega la adolescencia. No quisiera que para mis hijos el futuro consistiera en ingresar en un mundo de maras, guettos y delincuencia. Y tampoco que se vieran indefensos ante la voracidad de un mercado laboral demente. Pero sobre todo, es imposible querer para nuestros hijos el mundo que se avecina, porque es feo, injusto y suicida.
Quién domestica, el mercado, el capital, el estado...
Habría que luchar contra el planteamiento foucaultiano de que vivimos en una sociedad disciplinaria. Yo no digo que Foucault diga eso, pero si lo dicen constantemente los foucaultianos y me parece un error de planteamiento muy profundo. No creo que vivamos en una sociedad disciplinaria, creo que vivimos en una sociedad capitalista, y es verdad que el capitalismo tiene efectos disciplinarios, pero lo esencial es el capitalismo, no la disciplina. Ya desde que escribí el libro sobre Foucault Sin vigilancia y sin castigo, vengo insistiendo en que el capitalismo es una estructura económica que no necesita de ninguna microfísica disciplinaria para imponerse. En realidad el capitalismo, como por arte de magia, consigue que todos se autodisciplinen, sencillamente haciendo una especie de chantaje estructural que consiste en que o te pliegas a las necesidades económicas o sencillamente te mueres de hambre. El hambre es muy educativa.
El capitalismo ha proletarizado a la sociedad, es decir, ha dejado a la población sin condiciones de existencia y sin medios de producción y, por tanto, sin lo que la Ilustración llamó “independencia civil”. Es una población para la que se cumplen dos de los aspectos del lema de la revolución francesa, la libertad y la igualdad, pero no el tercero, la fraternidad, que quería decir imperio de los hermanos contra el padre, el patriarca, el patrón, el amo, el soberano. Fraternidad quería decir independencia de la voluntad de otro. Ser libre e igual sin independencia quiere decir ser libre e igual sin las condiciones materiales para poder ejercer tu libertad y tu igualdad. Sin eso, la Ilustración escribe en un papel mojado. Cuando hay libertad e igualdad pero no independencia civil, la población es libre para nada e igual en la nada, ciudadana de un mundo nihilizado. Resultado: esa población está vendida a ser libre para elegir lo que otro quiere, y ese otro en este momento es lo que los periódicos llaman el mercado (que en realidad es el capitalismo), desde el que se dictamina cuándo vas a trabajar, a qué ritmo, cuánto vas a producir, qué vas a consumir... Los mercados van a elegirlo todo y tú vas a elegir lo que el mercado elija, porque claro que eres libre para elegir, pero en unas condiciones en las que no te queda otra opción que elegir lo que el mercado decida porque no tienes nada material que sustente ni tu libertad ni tu igualdad. Sin “fraternidad” el lema de la revolución francesa se queda sin materialidad. Un ciudadano sin independencia civil es libre de todo en unas condiciones en las que no hay nada que hacer, excepto trabajar en lo que sea, como sea, al precio que sea, según los caprichos de unos mercados que son, actualmente, los amos de todos los amos
¿Y cuales serían las condiciones de esa independencia civil?
Lo importante es que son condiciones materiales, que no se pueden escribir en un papel mojado. Para todo el pensamiento ilustrado la condición de la independencia civil es la propiedad. Precisamente por eso muchos eran partidarios del sufragio censitario, es decir que solo votaran los que tuvieran propiedad privada, es decir los que no dependieran de otro. Kant niega la condición ciudadana a todos los asalariados por el mismo motivo que se la niega a las mujeres, porque dependen materialmente del marido y no había derecho al divorcio. Otorgar el voto a la mujer sería tanto como otorgar dos votos a los casados y uno a los solteros, es el planteamiento que le hacían a Clara Campoamor en la república por parte de los socialistas (Victoria Kent, por ejemplo) porque sabían que las mujeres iban a votar a la derecha, obedeciendo a sus patriarcas, a sus confesores, fundamentalmente. Sin duda que Clara Campoamor tenía razón: si se quería que las mujeres dejaran de votar dictadas por su marido o su confesor, había que comenzar por otorgarles el derecho al voto, si se quería que fuesen mayores de edad, había que comenzar por tratarlas como tales, aunque inicialmente fuera un revés electoral, como de hecho lo fue en la Segunda República. Lo que no se puede negar es que el planteamiento de Kant y de la Ilustración es coherente, pero de ahí se pueden sacar dos conclusiones: la que saca Kant, es decir, que las mujeres no voten; pero también se puede sacar otra: que voten, pero garantizando su independencia civil. ¿Cómo se ha conseguido que la mujer tenga independencia civil, al menos tanto como el marido? Pues con una ley del divorcio, una separación de bienes, un derecho al trabajo, un derecho a la propiedad, a la herencia femenina... o sea, otorgando a la mujer las condiciones materiales para que tenga al menos la misma independencia civil que el marido (aunque por supuesto se puede poner en duda que se haya logrado del todo). ¿Y cómo se conseguiría lo mismo para el proletariado? ¿Qué es lo que caracteriza la independencia civil del proletariado? Aquí caben muchos tipos de respuesta. En la época de Kant estaba claro que la propiedad garantizaba eso, pero el hecho de que el pensamiento ilustrado defendiera un lema como “libertad, igualdad, fraternidad, propiedad” es una circunstancia histórica muy específica: dicen “propiedad” pero lo que están diciendo es “independencia civil”, lo que pasa es que no se les ocurre otro procedimiento para garantizarla. Eso también le pasa, por ejemplo, a Chesterton, ya en el siglo XX: como es partidario del sufragio universal no se le ocurre otra cosa que dividir el suelo de Inglaterra en tantas parcelas como habitantes para que todos tengan independencia civil. Obviamente, hay otras posibilidades para garantizar que la gente no esté vendida a vida o muerte a la voluntad de otro. Hoy en día el tema de la independencia civil está muy sobre la mesa en el movimiento antiglobalización, incluso en el 15M, ahí se ha hablado mucho, por ejemplo, de la Renta Básica. Se trata de una vía distinta para conseguir el mismo resultado.
Se puede dividir la tierra, pero no las fábricas, no los medios de producción. Pero hay muchas posibilidades: desde estatalizar los medios de producción, hasta el cobro al capital de una Tasa Tobin lo suficientemente cuantiosa para pagar una renta básica a la población. En todo caso, sin tener garantizado ese lado material, el ejercicio de la ciudadanía es una estafa, una ilusión, un espejismo.
Hay muchos estudios sobre el tema.
Entre nosotros, el grupo de Sacristán, Raventós, Domenech, o, en general, el programa de ATTAC, con la idea de cobrar una Tasa Tobin al capital financiero. Claro que la economía cambiaría radicalmente. El problema no es sólo que el capital se resintiera más o menos sino algo más grave: ¿querría la población mundial seguir trabajando en lo que trabaja si tuviera la posibilidad de desconectarse gracias a una Renta Básica? Pues probablemente no.
Probablemente a Telepizza le costaría encontrar trabajadores que se jugaran la vida noche y día con una moto repartiendo pizzas, si la gente tuviera una renta para vivir modestamente. Hay muchas parcelas de la economía que se volverían impracticables. Y además, el proletariado vota lo que conviene a la patronal porque depende de ella, porque sus condiciones de subsistencia dependen de las empresas: los obreros votan lo que conviene a sus empresas porque es lo que les conviene a ellos. Es mucho peor si quiebran o se deslocalizan. Los asalariados viven bajo un chantaje estructural, se autodisciplinan ellos solitos para votar por sus amos. Pero si tuvieran garantizada una modesta renta básica, ¿alguien puede elucubrar por lo que votarían entonces? Quizás el panorama electoral se volvería imprevisible. Y entonces sí, la democracia se convertiría en una inmensa potencia revolucionaria.
Para Lacan el discurso capitalista niega el límite inherente a cualquier discurso, es decir a cualquier relación, planteando a la vez “Todo es posible” y “No hay alternativa”.
Es exactamente así. Galbraith comparó el capitalismo con una rueda de ratón que corre cada vez más deprisa a fin de correr aún más deprisa: se acumula capital para acumular más capital. Antropológicamente hablando esto supone la negación de toda institución. Ninguna institución puede mantenerse en pie bajo el reinado de Cronos, del Tiempo. Una institución necesita una estructura y una estructura necesita permanencia. Y el capitalismo es una permanente revolución, bajo el capitalismo los intereses, las razones, las necesidades, los problemas y sus soluciones viajan a la velocidad de la luz, a un ritmo vertiginoso y además compelido al crecimiento. El ser humano, en cambio, es un ser más bien lento, finito, modesto, hecho mucho más para permanecer que para cambiar, como decía Lévi-Strauss. Sus problemas y sus posibles soluciones no son compatibles con ese acelerador histórico.
Por eso decías en algún momento que os encontrabais defendiendo posiciones conservadoras.
Frente a esa vorágine -que desde los tiempos de Marx se ha acelerado muchísimo-, los comunistas somos cada vez más conservadores. Lo que queremos es ralentizar la rueda. Eso es vital para nosotros, porque tenemos un objetivo muy fundamental que es conservador por antonomasia. Ante todo, hay que conservar la dignidad.
Incluso por encima de la vida hay que conservar aquello que hace a la vida digna de ser vivida. Y lo que hace a la vida digna es lo que los griegos llamaron “razón”. Y la razón es todavía más lenta que el hombre. De hecho, para su ejercicio necesita “tiempo libre”, necesita que estemos “libres del Tiempo”. Esto es muy importante. Los comunistas, creo yo, no tenemos ningún interés especial en ser comunistas -aunque nos pasemos la vida luchando por eso-. A mí, por ejemplo, la palabra “comunidad” no es algo que me entusiasme para nada. En ninguna de sus connotaciones. Yo creo que si somos comunistas no es para ser comunistas, sino porque es la única manera de lograr ser republicanos, la única manera de cumplir el sueño de la modernidad, que es el Estado de Derecho, es decir, el imperio de la Ley, el imperio de una palabra argumentada y contrargumentada en un espacio de ciudadanos libres e iguales.
Para que el Estado de Derecho sea posible es preciso todo un artilugio institucional que es bastante lento. Hacen falta instituciones democráticas, división de poderes, garantías constitucionales, todo un entramado institucional que bajo el régimen voraz y vertiginoso del capital no puede funcionar. Voltaire dijo que la razón es “aquello en lo que todos los hombres están de acuerdo cuando están tranquilos”. Sin tranquilidad, la voz de la razón no tiene ninguna posibilidad. Todo ese entramado institucional sirve para garantizar un uso público de la palabra, que, directa o indirectamente, todo el mundo pueda hacer oír su voz en público. Para eso hace falta tranquilidad, y sin independencia civil no hay tranquilidad. Ninguna persona atada de pies y manos al capitalismo tiene tranquilidad, nadie está tranquilo si cree que le pueden despedir al día siguiente dependiendo de lo se diga y se decida.
Bajo el reinado del tiempo ninguna institución puede mantenerse, eso lo sabían muy bien los griegos. La vida de los seres humanos no fue posible hasta que Zeus venció al imperio de Cronos. Pero es que las instituciones de la razón, las instituciones republicanas son aún más enemigas del tiempo, porque necesitan que incluso dentro de la institución esté garantizado un tiempo libre indefinido para poder argumentar y contra-argumentar en paz. Los griegos, después de que Zeus vence a Cronos, tienen la polis, pero la polis a Sócrates le sabe a poco, porque en la asamblea, los ciudadanos que argumentan, siguen siendo esclavos del tiempo, son “esclavos de la clepsidra”, van a la asamblea a decir “palabras exitosas”. Sócrates exige condiciones para que la palabra tenga alguna relación con la verdad y la justicia. Eso es el comienzo de la modernidad, de la Ilustración, de las instituciones republicanas nacidas con la revolución francesa. El imperio de la Ley, de una ley hecha por ciudadanos independientes. Que gobiernen las leyes en lugar de los hombres. Por supuesto que nunca se puede estar seguro de que la argumentación es limpia, pero sí se pueden tener ciertas garantías que posibilitan la argumentación mejor que otras. Y la fundamental, desde luego, es tener la subsistencia asegurada, de modo que nadie pueda estar chantajeando a quien toma la palabra. Uso publico de la palabra, independencia civil, inmunidad parlamentaria, libertad de expresión, división de poderes, todos son artilugios institucionales para garantizar que el resultado se parece lo más posible a una ley y no a una imposición tiránica. Todo lo contrario de lo que tenemos actualmente: si la población está secuestrada por corporaciones económicas de las que depende a vida o muerte, de modo que no puede votar más que por los intereses de éstas, entonces las leyes están ocupadas por poderes salvajes, no son leyes, son decretos tiránicos. Y por eso somos anticapitalistas, porque estamos convencidos de que bajo el capitalismo, el poder legislativo no tiene ninguna posibilidad. Hay que luchar contra la ocupación de la Ley por poderes salvajes. Por eso, Luis Alegre y yo siempre hemos defendido la modernidad frente a cualquier superación de la modernidad. Lo que nos hace falta no es una postmodernidad, sino más modernidad, la modernidad al fin. No hay que confundir las cosas: si el capitalismo ha secuestrado el derecho, de lo que se trata no es de renegar del derecho, sino de salvarlo del capitalismo. Cualquier derecho positivo debe ser criticado, por supuesto, pero siempre a favor del derecho, no para sustituirlo por una ocurrencia comunitarista, moral o religiosa. En la situación actual, en la que el estado de derecho se ha convertido en una coartada del capitalismo, lo que hay que hacer no es denunciar el derecho, sino el capitalismo.
¿No es un poco complicado para el sujeto estar a la altura de ese proyecto? ¿Podría un sujeto liberarse, aunque se liberara del capitalismo, de todos los intereses?
Por supuesto que siempre habrá intereses, pero, como digo, hay artilugios institucionales para garantizar una especie de “efecto razón”. Si se puede distinguir un más y un menos, habrá que buscar las condiciones en que se pueda producir mejor ese efecto, lo que no quiere decir totalmente ni de forma garantizada, sino sólo lo mejor posible. La historia del Estado Moderno lleva mucho tiempo reflexionando sobre esto, en realidad la teoría del Estado Moderno no está tan mal pensada, pero no ha tenido la soberanía para que esos artilugios institucionales funcionaran, porque siempre ha habido un poder salvaje más potente, el capitalismo. Bien es verdad que se ha pretendido que el Estado no ha sido más que un instrumento en manos del capital...
¿No surgen sospechosamente a la vez?
Claro que sí, pero hay que pensarlos por separado, porque surgen a la vez pero con un montón de derrotas de por medio. No se puede decir que la Revolución Francesa se materialice en el triunfo del capitalismo, hay un montón de derrotas intermedias hasta que salió triunfante aquello que beneficiaba a la burguesía y al liberalismo económico. Una determinada versión del Estado moderno fue derrotada, fue guillotinada con Robespierre, quien, por cierto, mira que casualidad, era el que había introducido la fraternidad en el lema de la revolución francesa.
El concepto de fraternidad es precisamente la pretensión de extender la independencia civil al conjunto de la población, es el proyecto de una ciudadanía universal. Habría que empezar por liberar a los esclavos y también algo que menciona poco: liberar a la mujer. Pero también garantizar las condiciones de existencia de toda la población, campesina u obrera. Extender la independencia civil al conjunto de la población es, para la parte derrotada de la revolución francesa, la condición de un Estado verdaderamente moderno contra el Antiguo Régimen; pero ese proyecto es derrotado. Lo que no se puede es absorber todo esto en el triunfo final de la burguesía. Eso no me lo creo. Igual que se suele decir que la revolución francesa representa el triunfo de la burguesía, se podría decir que la burguesía triunfó contra la revolución francesa. Lo mismo que se dice que el Estado moderno es el Estado burgués, podríamos decir que la burguesía enterró la posibilidad de un determinado Estado moderno, precisamente ese en el que podría “imperar la ley”, es decir, ser un auténtico “estado de derecho”. En lugar de todo eso tenemos una dictadura económica que a veces y en determinados momentos y lugares suficientemente privilegiados, ha podido disfrazarse con los ropajes del derecho y el parlamentarismo.
Creo que es mejor plantearlo así, porque de lo contrario, si todo es capitalismo, si el Estado moderno no es más que la cobertura del capitalismo, entonces, al combatir el capitalismo estamos combatiendo también el Estado moderno, con lo cual abominamos de la división de poderes, del parlamentarismo, del estado de derecho, etc., y encima nos abocamos a la insensata tarea de inventar algo mejor que todo eso. Al final, acabamos superando al ciudadano para sustituirlo por el camarada o algo semejante... algunas de estas memeces han tenido plasmaciones históricas abominables.
Y además... ahora mismo es estratégicamente ruinoso arremeter contra el Estado, justo cuando el salvajismo neoliberal, los teóricos del mínimo Estado (que sin embargo no son tan tontos para no guardarse las espaldas con el Estado que les conviene) están desmantelando la seguridad social, la escuela pública, el derecho laboral. Porque no hemos de olvidar que todas las conquistas de siglos de lucha obrera se han ido consolidando en legislaciones estatales. Acabar con el Estado hoy en día sería como dejar a la clase obrera en pelotas. En cambio, la burguesía se las arreglaría muy bien con sus policías privados y sus ejércitos mercenarios.
Después de años investigando y publicando en relación a estos temas, ahora vuestra idea (la tuya y la de [B]Luis Alegre) es continuar con Freud y el psicoanálisis, ¿No es esta una pregunta por ese sujeto que no llega a la altura del proyecto republicano?[/B]
Para empezar, es verdad que yo me he pasado buena parte de mi vida investigando a Marx, pero siempre he tenido a Freud detrás; y ahora que he cerrado un capítulo importante de la relación con Marx, tras la publicación de El orden de El Capital, ahora puedo volcar mi atención más hacia Freud. Creo que Freud plantea al proyecto republicano y al proyecto político de la Ilustración un problema muy grave que no está suficientemente pensado en la historia del proyecto político de la modernidad. El hecho de que los seres humanos no nazcan en el Parlamento, sino en la familia, y que además nazcan sin saber hablar y tengan que aprender en la familia y no en la sociedad, plantea algunos problemas muy profundos. Recordemos que Sócrates, antes de dialogar con el esclavo de Menón sobre el teorema de Pitágoras, lo que le pregunta es si sabe griego, porque aunque vayan a hablar de matemáticas no puede hacerlo sin poner una lengua materna de por medio. Los seres humanos tienen madre y padre y nacen del sexo y pasan una gran parte de su vida aprendiendo a hablar. Eso tiene consecuencias: la vida lingüística del ser humano, por mucha tranquilidad que tenga en la asamblea, va a estar plagada de síntomas. Aunque no haya tiranos políticos ni económicos, la asamblea seguirá estando poblada por chiflados neuróticos.
Lo mismo puede decirse del capitalismo. El capitalismo no logra agotarlo todo porque la reproducción de la fuerza de trabajo no se hace en la fábrica, los obreros siguen naciendo de sus madres y eso tiene muchas consecuencias que no estaban previstas por la Ilustración. Hubo que esperar a Freud para pensar en ello. No basta estudiar el capitalismo sino también a los que tienen que soportarlo.
O sostenerlo.
Y luchar contra él. La consecuencia de que el capitalismo se vuelva insoportable puede ser la revolución o el fascismo, por ejemplo. Al estudiar el capitalismo, estas leyendo El Capital de Marx y parece que estas estudiando economía, pero a la hora de plantearte la acción política frente al capitalismo, inmediatamente te surgen un montón de problemas que no están en El Capital ni los puedes agotar leyendo El Capital y ahí, para mí, hay que abrirle una puerta a algo así como Freud.
Para pensar la acción política...
Claro, porque te vas a encontrar con problemas que no están previstos. Lo que tienes que montar no es una corte angélica, es decir, los seres humanos no hablan matemáticas, con ellos no puedes cerrar un círculo sin crear síntomas. Por eso Hegel y Freud estarían de acuerdo en que un círculo se cierra siempre con una religión. Eso de que no pueda haber sencillamente derecho sino que siempre tenga que haber religión, es una maldición humana, una especie de tributo que el ser humano tiene que pagar por el hecho de nacer del sexo. Porque de lo contrario podríamos formar una nación sencillamente construyendo un estado, con una buena constitución, y en todo caso, si tuviéramos que bailar algún día, bailaríamos el himno nacional el día de la constitución. Pero no es así. Lo que cierras no es un estado, sino una nación-estado que es muy distinto. Y, por tanto, siempre estás cerrando una tribu y una tribu siempre tiene una religión, con lo cual, incluso si tienes un programa laico, tendrás que contar con ciertos imprevistos. Y con toda una madeja de síntomas que no van a desaparecer sencillamente educándolos, porque lo que tienen los síntomas es eso, que tampoco se dejan sencillamente educar.
Infancia y ciudadanía en el capitalismo
Por: Gutiérrez, Foro3. La infancia bajo control.
Llevas años denunciando las consecuencias de la reforma del plan Bolonia para la Universidad y la educación en general. olonia no ha sido más que un capítulo de una monumental agresión contra la enseñanza pública.
Se puede demostrar que la patronal europea llevaba preparándose para ello desde los años ochenta. Y por fin, la cosa tomó carrerilla a partir del 2000. Desde entonces (el “informe Bricall”) hasta el actual ajuste estructural de la crisis económica, la Universidad pública ha sido sistemática atacada: se pretendía desmantelarla y sustituirla por una institución al servicio de los intereses privados, sobretodo para que las corporaciones económicas pudieran succionar dinero público y obtener un ejército de becarios pagado por el Estado. No se trataba de privatizar la Universidad, como a veces se decía. Era mucho peor: se trataba se utilizarla para robar dinero público con fines empresariales. El resto sobraba: se acabó subvencionar el derecho a estudiar y, sobre todo, a estudiar cosas estúpidas, como griego clásico, filosofía o física teórica. La Universidad lleva muchos años movilizándose contra esta barbaridad, pero la prensa se negó a dar una cobertura adecuada. Los periodistas prefirieron dar alas a la propaganda y a las mentiras de los autoridades académicas y de los ministros de educación. Ahora vemos el resultado: ¿dónde ha quedado ahora el “Espacio Europeo de Educación Superior”? ¿Están satisfechos ahora nuestros ideólogos de Bolonia? La Universidad pública está herida de muerte. Ahora dirán que ha sido la crisis.
Pero no, la crisis sólo ha acelerado el proceso. Esto se venía venir desde el año 2000 y el movimiento estudiantil no cesó de advertirlo. ¡Les llamaron alarmistas, apocalípticos, aguafiestas, de todo! Pues bien, en el año 2012 ya vemos el resultado: se quedaron cortos en sus previsiones, lo que se avecinaba era mucho peor aún de lo previsto. Y lo mismo puede decirse respecto de la educación secundaria o primaria, o, también, de la sanidad pública. Estamos en medio de una auténtica revolución neoliberal. El movimiento contra Bolonia siempre fue muy sabio al respecto. Se dijo que era un movimiento antisistema y era verdad: porque es el sistema capitalista el que está demoliendo la universidad pública. Los estudiantes eran muy conscientes de ello. En cambio, los profesores que se movilizaron tímidamente contra Bolonia, creyendo que se trataba de una cuestión meramente académica, estaban en la Luna. Era patético verles luchar contra molinos de viento mientras un ejército de gigantes avanzaba contra ellos.
¿Y como resultado, tendremos una sociedad más domesticada?
Domesticada por el capitalismo. En la sociedad capitalista las cosas valen lo que dictaminan los mercados. La enseñanza pública, tanto la primaria, como la secundaria y superior, fue una victoria descomunal de las clases populares contra esta dictadura mercantil. Lo que ahí se está jugando no es sólo, como a veces se dice, la desmantelación del Estado del Bienestar, porque no se trata de un asunto de “bienestar”. El sistema de instrucción pública representa algo mucho más importante: gracias a él, la sociedad ha gozado de una fortaleza que salvaguarda del mercado un espacio para la verdad y, por ello mismo, para la justicia. Se trata de una institución en la que por definición hay que decir la verdad, ya sea, en primaria, al hablar del cuadrado de la hipotenusa, en secundaria, donde hay que decir cosas objetivas sobre la revolución francesa o incluso sobre la guerra civil española, o en la educación superior, donde, como dijo Humboldt, el maestro ya ni siquiera está al servicio del alumno, sino que ambos, maestro y alumno, están al servicio de la verdad. Esta institución fortificada para la objetividad, para la verdad, para el saber libre y desinteresado, está siendo asaltada y destruida. Con ello, la ciudadanía perderá la única brújula que puede orientarnos políticamente hacia la justicia.
En los 80 fuiste guionista de La Bola de Cristal, un programa de televisión infantil, que marcó a toda una generación. ¿Repetirías la experiencia?
El caso es que hoy en día sería difícil hacer La Bola de Cristal. Lo que hacíamos ahí era bromear sobre una realidad política y económica atroz y, ahora, esa atrocidad se ha convertido ya, ella misma, en una broma. La Bruja Avería (que gritaba todo el tiempo, “¡viva el capital, viva el mal!”) era un genio del mal, pero ha sido superada con creces por personajes muy reales. Es imposible competir con Donald Rumsfeld, Emilio Botín o Esperanza Aguirre. Esa gente ha convertido el mundo en un chiste de mal gusto que a nosotros jamás se nos habría ocurrido. Por ejemplo, una empresa minera propiedad de la familia Bush ha pretendido cambiar de sitio dos glaciares de los Andes chilenos para explotar una mina de oro que han descubierto bajo los hielos. A la Bruja Avería nunca se le habría ocurrido una cosa así.
Se trataba de un programa infantil. ¿Les hablabais a los niños de política y de economía?
Naturalmente. Los electroduendes llegaron a representar incluso una dramatización del Libro I de El Capital de Marx. Los niños viven en la realidad, no en la Luna. Sus padres viven agobiados por el pago de una hipoteca, están en paro o trabajan de sol a sol fregando escaleras, quizás sin papeles o ahora sin seguridad social o guarderías públicas. En cualquier caso, llevan una vida de mierda y sus hijos son siempre efectos colaterales. Cuando La Bola de Cristal se atrevió a mirar a la cara esta realidad, los niños no salieron corriendo, espantados o aburridos. Todo lo contrario, el éxito fue tan grande que el programa duró cuatro años, concretamente hasta que Luis Solana (a la sazón director de TVE) cayó en la cuenta de lo que ahí se estaba cociendo y despidió a la mayor parte del equipo.
¿Qué habría que contarle hoy a los niños?
Me temo que los niños de hoy tienen por delante un futuro nada esperanzador. Siento tener que decirlo así, porque tengo hijos de distintas edades. El primer paso es transmitirles la sensación de que el mundo no es así de forma inevitable. Que hay otros mundos posibles. Luego, hay que proporcionar instrumentos teóricos para empezar a entender lo que está pasando y lo que puede pasar. Si no, todo se vuelve irremediable y fatal. Y la desesperación nunca ha sido nada buena cuando llega la adolescencia. No quisiera que para mis hijos el futuro consistiera en ingresar en un mundo de maras, guettos y delincuencia. Y tampoco que se vieran indefensos ante la voracidad de un mercado laboral demente. Pero sobre todo, es imposible querer para nuestros hijos el mundo que se avecina, porque es feo, injusto y suicida.
Quién domestica, el mercado, el capital, el estado...
Habría que luchar contra el planteamiento foucaultiano de que vivimos en una sociedad disciplinaria. Yo no digo que Foucault diga eso, pero si lo dicen constantemente los foucaultianos y me parece un error de planteamiento muy profundo. No creo que vivamos en una sociedad disciplinaria, creo que vivimos en una sociedad capitalista, y es verdad que el capitalismo tiene efectos disciplinarios, pero lo esencial es el capitalismo, no la disciplina. Ya desde que escribí el libro sobre Foucault Sin vigilancia y sin castigo, vengo insistiendo en que el capitalismo es una estructura económica que no necesita de ninguna microfísica disciplinaria para imponerse. En realidad el capitalismo, como por arte de magia, consigue que todos se autodisciplinen, sencillamente haciendo una especie de chantaje estructural que consiste en que o te pliegas a las necesidades económicas o sencillamente te mueres de hambre. El hambre es muy educativa.
El capitalismo ha proletarizado a la sociedad, es decir, ha dejado a la población sin condiciones de existencia y sin medios de producción y, por tanto, sin lo que la Ilustración llamó “independencia civil”. Es una población para la que se cumplen dos de los aspectos del lema de la revolución francesa, la libertad y la igualdad, pero no el tercero, la fraternidad, que quería decir imperio de los hermanos contra el padre, el patriarca, el patrón, el amo, el soberano. Fraternidad quería decir independencia de la voluntad de otro. Ser libre e igual sin independencia quiere decir ser libre e igual sin las condiciones materiales para poder ejercer tu libertad y tu igualdad. Sin eso, la Ilustración escribe en un papel mojado. Cuando hay libertad e igualdad pero no independencia civil, la población es libre para nada e igual en la nada, ciudadana de un mundo nihilizado. Resultado: esa población está vendida a ser libre para elegir lo que otro quiere, y ese otro en este momento es lo que los periódicos llaman el mercado (que en realidad es el capitalismo), desde el que se dictamina cuándo vas a trabajar, a qué ritmo, cuánto vas a producir, qué vas a consumir... Los mercados van a elegirlo todo y tú vas a elegir lo que el mercado elija, porque claro que eres libre para elegir, pero en unas condiciones en las que no te queda otra opción que elegir lo que el mercado decida porque no tienes nada material que sustente ni tu libertad ni tu igualdad. Sin “fraternidad” el lema de la revolución francesa se queda sin materialidad. Un ciudadano sin independencia civil es libre de todo en unas condiciones en las que no hay nada que hacer, excepto trabajar en lo que sea, como sea, al precio que sea, según los caprichos de unos mercados que son, actualmente, los amos de todos los amos
¿Y cuales serían las condiciones de esa independencia civil?
Lo importante es que son condiciones materiales, que no se pueden escribir en un papel mojado. Para todo el pensamiento ilustrado la condición de la independencia civil es la propiedad. Precisamente por eso muchos eran partidarios del sufragio censitario, es decir que solo votaran los que tuvieran propiedad privada, es decir los que no dependieran de otro. Kant niega la condición ciudadana a todos los asalariados por el mismo motivo que se la niega a las mujeres, porque dependen materialmente del marido y no había derecho al divorcio. Otorgar el voto a la mujer sería tanto como otorgar dos votos a los casados y uno a los solteros, es el planteamiento que le hacían a Clara Campoamor en la república por parte de los socialistas (Victoria Kent, por ejemplo) porque sabían que las mujeres iban a votar a la derecha, obedeciendo a sus patriarcas, a sus confesores, fundamentalmente. Sin duda que Clara Campoamor tenía razón: si se quería que las mujeres dejaran de votar dictadas por su marido o su confesor, había que comenzar por otorgarles el derecho al voto, si se quería que fuesen mayores de edad, había que comenzar por tratarlas como tales, aunque inicialmente fuera un revés electoral, como de hecho lo fue en la Segunda República. Lo que no se puede negar es que el planteamiento de Kant y de la Ilustración es coherente, pero de ahí se pueden sacar dos conclusiones: la que saca Kant, es decir, que las mujeres no voten; pero también se puede sacar otra: que voten, pero garantizando su independencia civil. ¿Cómo se ha conseguido que la mujer tenga independencia civil, al menos tanto como el marido? Pues con una ley del divorcio, una separación de bienes, un derecho al trabajo, un derecho a la propiedad, a la herencia femenina... o sea, otorgando a la mujer las condiciones materiales para que tenga al menos la misma independencia civil que el marido (aunque por supuesto se puede poner en duda que se haya logrado del todo). ¿Y cómo se conseguiría lo mismo para el proletariado? ¿Qué es lo que caracteriza la independencia civil del proletariado? Aquí caben muchos tipos de respuesta. En la época de Kant estaba claro que la propiedad garantizaba eso, pero el hecho de que el pensamiento ilustrado defendiera un lema como “libertad, igualdad, fraternidad, propiedad” es una circunstancia histórica muy específica: dicen “propiedad” pero lo que están diciendo es “independencia civil”, lo que pasa es que no se les ocurre otro procedimiento para garantizarla. Eso también le pasa, por ejemplo, a Chesterton, ya en el siglo XX: como es partidario del sufragio universal no se le ocurre otra cosa que dividir el suelo de Inglaterra en tantas parcelas como habitantes para que todos tengan independencia civil. Obviamente, hay otras posibilidades para garantizar que la gente no esté vendida a vida o muerte a la voluntad de otro. Hoy en día el tema de la independencia civil está muy sobre la mesa en el movimiento antiglobalización, incluso en el 15M, ahí se ha hablado mucho, por ejemplo, de la Renta Básica. Se trata de una vía distinta para conseguir el mismo resultado.
Se puede dividir la tierra, pero no las fábricas, no los medios de producción. Pero hay muchas posibilidades: desde estatalizar los medios de producción, hasta el cobro al capital de una Tasa Tobin lo suficientemente cuantiosa para pagar una renta básica a la población. En todo caso, sin tener garantizado ese lado material, el ejercicio de la ciudadanía es una estafa, una ilusión, un espejismo.
Hay muchos estudios sobre el tema.
Entre nosotros, el grupo de Sacristán, Raventós, Domenech, o, en general, el programa de ATTAC, con la idea de cobrar una Tasa Tobin al capital financiero. Claro que la economía cambiaría radicalmente. El problema no es sólo que el capital se resintiera más o menos sino algo más grave: ¿querría la población mundial seguir trabajando en lo que trabaja si tuviera la posibilidad de desconectarse gracias a una Renta Básica? Pues probablemente no.
Probablemente a Telepizza le costaría encontrar trabajadores que se jugaran la vida noche y día con una moto repartiendo pizzas, si la gente tuviera una renta para vivir modestamente. Hay muchas parcelas de la economía que se volverían impracticables. Y además, el proletariado vota lo que conviene a la patronal porque depende de ella, porque sus condiciones de subsistencia dependen de las empresas: los obreros votan lo que conviene a sus empresas porque es lo que les conviene a ellos. Es mucho peor si quiebran o se deslocalizan. Los asalariados viven bajo un chantaje estructural, se autodisciplinan ellos solitos para votar por sus amos. Pero si tuvieran garantizada una modesta renta básica, ¿alguien puede elucubrar por lo que votarían entonces? Quizás el panorama electoral se volvería imprevisible. Y entonces sí, la democracia se convertiría en una inmensa potencia revolucionaria.
Para Lacan el discurso capitalista niega el límite inherente a cualquier discurso, es decir a cualquier relación, planteando a la vez “Todo es posible” y “No hay alternativa”.
Es exactamente así. Galbraith comparó el capitalismo con una rueda de ratón que corre cada vez más deprisa a fin de correr aún más deprisa: se acumula capital para acumular más capital. Antropológicamente hablando esto supone la negación de toda institución. Ninguna institución puede mantenerse en pie bajo el reinado de Cronos, del Tiempo. Una institución necesita una estructura y una estructura necesita permanencia. Y el capitalismo es una permanente revolución, bajo el capitalismo los intereses, las razones, las necesidades, los problemas y sus soluciones viajan a la velocidad de la luz, a un ritmo vertiginoso y además compelido al crecimiento. El ser humano, en cambio, es un ser más bien lento, finito, modesto, hecho mucho más para permanecer que para cambiar, como decía Lévi-Strauss. Sus problemas y sus posibles soluciones no son compatibles con ese acelerador histórico.
Por eso decías en algún momento que os encontrabais defendiendo posiciones conservadoras.
Frente a esa vorágine -que desde los tiempos de Marx se ha acelerado muchísimo-, los comunistas somos cada vez más conservadores. Lo que queremos es ralentizar la rueda. Eso es vital para nosotros, porque tenemos un objetivo muy fundamental que es conservador por antonomasia. Ante todo, hay que conservar la dignidad.
Incluso por encima de la vida hay que conservar aquello que hace a la vida digna de ser vivida. Y lo que hace a la vida digna es lo que los griegos llamaron “razón”. Y la razón es todavía más lenta que el hombre. De hecho, para su ejercicio necesita “tiempo libre”, necesita que estemos “libres del Tiempo”. Esto es muy importante. Los comunistas, creo yo, no tenemos ningún interés especial en ser comunistas -aunque nos pasemos la vida luchando por eso-. A mí, por ejemplo, la palabra “comunidad” no es algo que me entusiasme para nada. En ninguna de sus connotaciones. Yo creo que si somos comunistas no es para ser comunistas, sino porque es la única manera de lograr ser republicanos, la única manera de cumplir el sueño de la modernidad, que es el Estado de Derecho, es decir, el imperio de la Ley, el imperio de una palabra argumentada y contrargumentada en un espacio de ciudadanos libres e iguales.
Para que el Estado de Derecho sea posible es preciso todo un artilugio institucional que es bastante lento. Hacen falta instituciones democráticas, división de poderes, garantías constitucionales, todo un entramado institucional que bajo el régimen voraz y vertiginoso del capital no puede funcionar. Voltaire dijo que la razón es “aquello en lo que todos los hombres están de acuerdo cuando están tranquilos”. Sin tranquilidad, la voz de la razón no tiene ninguna posibilidad. Todo ese entramado institucional sirve para garantizar un uso público de la palabra, que, directa o indirectamente, todo el mundo pueda hacer oír su voz en público. Para eso hace falta tranquilidad, y sin independencia civil no hay tranquilidad. Ninguna persona atada de pies y manos al capitalismo tiene tranquilidad, nadie está tranquilo si cree que le pueden despedir al día siguiente dependiendo de lo se diga y se decida.
Bajo el reinado del tiempo ninguna institución puede mantenerse, eso lo sabían muy bien los griegos. La vida de los seres humanos no fue posible hasta que Zeus venció al imperio de Cronos. Pero es que las instituciones de la razón, las instituciones republicanas son aún más enemigas del tiempo, porque necesitan que incluso dentro de la institución esté garantizado un tiempo libre indefinido para poder argumentar y contra-argumentar en paz. Los griegos, después de que Zeus vence a Cronos, tienen la polis, pero la polis a Sócrates le sabe a poco, porque en la asamblea, los ciudadanos que argumentan, siguen siendo esclavos del tiempo, son “esclavos de la clepsidra”, van a la asamblea a decir “palabras exitosas”. Sócrates exige condiciones para que la palabra tenga alguna relación con la verdad y la justicia. Eso es el comienzo de la modernidad, de la Ilustración, de las instituciones republicanas nacidas con la revolución francesa. El imperio de la Ley, de una ley hecha por ciudadanos independientes. Que gobiernen las leyes en lugar de los hombres. Por supuesto que nunca se puede estar seguro de que la argumentación es limpia, pero sí se pueden tener ciertas garantías que posibilitan la argumentación mejor que otras. Y la fundamental, desde luego, es tener la subsistencia asegurada, de modo que nadie pueda estar chantajeando a quien toma la palabra. Uso publico de la palabra, independencia civil, inmunidad parlamentaria, libertad de expresión, división de poderes, todos son artilugios institucionales para garantizar que el resultado se parece lo más posible a una ley y no a una imposición tiránica. Todo lo contrario de lo que tenemos actualmente: si la población está secuestrada por corporaciones económicas de las que depende a vida o muerte, de modo que no puede votar más que por los intereses de éstas, entonces las leyes están ocupadas por poderes salvajes, no son leyes, son decretos tiránicos. Y por eso somos anticapitalistas, porque estamos convencidos de que bajo el capitalismo, el poder legislativo no tiene ninguna posibilidad. Hay que luchar contra la ocupación de la Ley por poderes salvajes. Por eso, Luis Alegre y yo siempre hemos defendido la modernidad frente a cualquier superación de la modernidad. Lo que nos hace falta no es una postmodernidad, sino más modernidad, la modernidad al fin. No hay que confundir las cosas: si el capitalismo ha secuestrado el derecho, de lo que se trata no es de renegar del derecho, sino de salvarlo del capitalismo. Cualquier derecho positivo debe ser criticado, por supuesto, pero siempre a favor del derecho, no para sustituirlo por una ocurrencia comunitarista, moral o religiosa. En la situación actual, en la que el estado de derecho se ha convertido en una coartada del capitalismo, lo que hay que hacer no es denunciar el derecho, sino el capitalismo.
¿No es un poco complicado para el sujeto estar a la altura de ese proyecto? ¿Podría un sujeto liberarse, aunque se liberara del capitalismo, de todos los intereses?
Por supuesto que siempre habrá intereses, pero, como digo, hay artilugios institucionales para garantizar una especie de “efecto razón”. Si se puede distinguir un más y un menos, habrá que buscar las condiciones en que se pueda producir mejor ese efecto, lo que no quiere decir totalmente ni de forma garantizada, sino sólo lo mejor posible. La historia del Estado Moderno lleva mucho tiempo reflexionando sobre esto, en realidad la teoría del Estado Moderno no está tan mal pensada, pero no ha tenido la soberanía para que esos artilugios institucionales funcionaran, porque siempre ha habido un poder salvaje más potente, el capitalismo. Bien es verdad que se ha pretendido que el Estado no ha sido más que un instrumento en manos del capital...
¿No surgen sospechosamente a la vez?
Claro que sí, pero hay que pensarlos por separado, porque surgen a la vez pero con un montón de derrotas de por medio. No se puede decir que la Revolución Francesa se materialice en el triunfo del capitalismo, hay un montón de derrotas intermedias hasta que salió triunfante aquello que beneficiaba a la burguesía y al liberalismo económico. Una determinada versión del Estado moderno fue derrotada, fue guillotinada con Robespierre, quien, por cierto, mira que casualidad, era el que había introducido la fraternidad en el lema de la revolución francesa.
El concepto de fraternidad es precisamente la pretensión de extender la independencia civil al conjunto de la población, es el proyecto de una ciudadanía universal. Habría que empezar por liberar a los esclavos y también algo que menciona poco: liberar a la mujer. Pero también garantizar las condiciones de existencia de toda la población, campesina u obrera. Extender la independencia civil al conjunto de la población es, para la parte derrotada de la revolución francesa, la condición de un Estado verdaderamente moderno contra el Antiguo Régimen; pero ese proyecto es derrotado. Lo que no se puede es absorber todo esto en el triunfo final de la burguesía. Eso no me lo creo. Igual que se suele decir que la revolución francesa representa el triunfo de la burguesía, se podría decir que la burguesía triunfó contra la revolución francesa. Lo mismo que se dice que el Estado moderno es el Estado burgués, podríamos decir que la burguesía enterró la posibilidad de un determinado Estado moderno, precisamente ese en el que podría “imperar la ley”, es decir, ser un auténtico “estado de derecho”. En lugar de todo eso tenemos una dictadura económica que a veces y en determinados momentos y lugares suficientemente privilegiados, ha podido disfrazarse con los ropajes del derecho y el parlamentarismo.
Creo que es mejor plantearlo así, porque de lo contrario, si todo es capitalismo, si el Estado moderno no es más que la cobertura del capitalismo, entonces, al combatir el capitalismo estamos combatiendo también el Estado moderno, con lo cual abominamos de la división de poderes, del parlamentarismo, del estado de derecho, etc., y encima nos abocamos a la insensata tarea de inventar algo mejor que todo eso. Al final, acabamos superando al ciudadano para sustituirlo por el camarada o algo semejante... algunas de estas memeces han tenido plasmaciones históricas abominables.
Y además... ahora mismo es estratégicamente ruinoso arremeter contra el Estado, justo cuando el salvajismo neoliberal, los teóricos del mínimo Estado (que sin embargo no son tan tontos para no guardarse las espaldas con el Estado que les conviene) están desmantelando la seguridad social, la escuela pública, el derecho laboral. Porque no hemos de olvidar que todas las conquistas de siglos de lucha obrera se han ido consolidando en legislaciones estatales. Acabar con el Estado hoy en día sería como dejar a la clase obrera en pelotas. En cambio, la burguesía se las arreglaría muy bien con sus policías privados y sus ejércitos mercenarios.
Después de años investigando y publicando en relación a estos temas, ahora vuestra idea (la tuya y la de [B]Luis Alegre) es continuar con Freud y el psicoanálisis, ¿No es esta una pregunta por ese sujeto que no llega a la altura del proyecto republicano?[/B]
Para empezar, es verdad que yo me he pasado buena parte de mi vida investigando a Marx, pero siempre he tenido a Freud detrás; y ahora que he cerrado un capítulo importante de la relación con Marx, tras la publicación de El orden de El Capital, ahora puedo volcar mi atención más hacia Freud. Creo que Freud plantea al proyecto republicano y al proyecto político de la Ilustración un problema muy grave que no está suficientemente pensado en la historia del proyecto político de la modernidad. El hecho de que los seres humanos no nazcan en el Parlamento, sino en la familia, y que además nazcan sin saber hablar y tengan que aprender en la familia y no en la sociedad, plantea algunos problemas muy profundos. Recordemos que Sócrates, antes de dialogar con el esclavo de Menón sobre el teorema de Pitágoras, lo que le pregunta es si sabe griego, porque aunque vayan a hablar de matemáticas no puede hacerlo sin poner una lengua materna de por medio. Los seres humanos tienen madre y padre y nacen del sexo y pasan una gran parte de su vida aprendiendo a hablar. Eso tiene consecuencias: la vida lingüística del ser humano, por mucha tranquilidad que tenga en la asamblea, va a estar plagada de síntomas. Aunque no haya tiranos políticos ni económicos, la asamblea seguirá estando poblada por chiflados neuróticos.
Lo mismo puede decirse del capitalismo. El capitalismo no logra agotarlo todo porque la reproducción de la fuerza de trabajo no se hace en la fábrica, los obreros siguen naciendo de sus madres y eso tiene muchas consecuencias que no estaban previstas por la Ilustración. Hubo que esperar a Freud para pensar en ello. No basta estudiar el capitalismo sino también a los que tienen que soportarlo.
O sostenerlo.
Y luchar contra él. La consecuencia de que el capitalismo se vuelva insoportable puede ser la revolución o el fascismo, por ejemplo. Al estudiar el capitalismo, estas leyendo El Capital de Marx y parece que estas estudiando economía, pero a la hora de plantearte la acción política frente al capitalismo, inmediatamente te surgen un montón de problemas que no están en El Capital ni los puedes agotar leyendo El Capital y ahí, para mí, hay que abrirle una puerta a algo así como Freud.
Para pensar la acción política...
Claro, porque te vas a encontrar con problemas que no están previstos. Lo que tienes que montar no es una corte angélica, es decir, los seres humanos no hablan matemáticas, con ellos no puedes cerrar un círculo sin crear síntomas. Por eso Hegel y Freud estarían de acuerdo en que un círculo se cierra siempre con una religión. Eso de que no pueda haber sencillamente derecho sino que siempre tenga que haber religión, es una maldición humana, una especie de tributo que el ser humano tiene que pagar por el hecho de nacer del sexo. Porque de lo contrario podríamos formar una nación sencillamente construyendo un estado, con una buena constitución, y en todo caso, si tuviéramos que bailar algún día, bailaríamos el himno nacional el día de la constitución. Pero no es así. Lo que cierras no es un estado, sino una nación-estado que es muy distinto. Y, por tanto, siempre estás cerrando una tribu y una tribu siempre tiene una religión, con lo cual, incluso si tienes un programa laico, tendrás que contar con ciertos imprevistos. Y con toda una madeja de síntomas que no van a desaparecer sencillamente educándolos, porque lo que tienen los síntomas es eso, que tampoco se dejan sencillamente educar.
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