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09 octubre 2006

Opinión sobre Chávez. Fuente el diario chileno. El mercurio

Opinión sobre Chávez.
Fuente el diario chileno. El mercurio


A continuación reproduzco artículo de Carlos Peña. Chile

Liderazgos como el de Chávez -nacionalista y popular- son más modernos de lo que se cree y su cursilería no es mal gusto: es una distorsión del gusto de las élites. Esas mismas que en la región han sido incapaces de racionalizar la vida política.

Hugo Chávez es informal, lenguaraz, arbitrario, simplote, populista, simpático, desinhibido e impúdico. Los trajes, no hay caso, siempre le quedan estrechos y la corbata inevitablemente lo ahoga; emplea un lenguaje de programa matinal de radio o de cuartel; al comenzar los discursos se persigna como los futbolistas antes del partido; usa escapulario y le reza a la virgen María, y, salvo el temor de Dios, tiene esa apabullante confianza en sí mismo que sólo alcanzan las personas que, de pronto, y casi de la nada, se encontraron con el dinero a manos llenas.
Por decir algo, Chávez es lo más distinto que uno pueda imaginar a Vicente Fox, Álvaro Uribe o cualquier otro político de las élites latinoamericanas. Mientras éstos parecen siempre estreñidos o constipados, Chávez vive en permanente expansión.

A diferencia de ellos -cuya aspiración secreta es ser confundidos en alguna reunión internacional con un político europeo-, Chávez se niega a asimilarse a los grupos dominantes y rehúsa conferirles cualquier ventaja simbólica. Se mofa del idioma inglés -cuyo dominio es el máximo orgullo de un político local- y sustituye las referencias cultas por las apelaciones al imaginario latinoamericanista y por el uso de citas tomadas de canciones populares. Mientras los políticos de la élite latinoamericana hacen de tripas corazón cuando se acercan a la cultura mestiza, Chávez navega en ella como pez en el agua.

A él le gusta, en suma -y lo paladea con deleite-, lo que los peruanos llaman huachafo y nosotros cursi: esa distorsión con la que los pueblos toman venganza de los modelos estéticos que les han sido impuestos.

Coase, Keynes, la public policy y el consenso de Washington -las cosas que los políticos de la élite de la región memorizan antes de dormir- lo tienen sin cuidado. A él le bastan dos o tres ideas gruesas sobre la injusticia y la democracia, alguna apelación al legado de Allende, el recuerdo de algún discurso de Fidel, un vistazo al título de un libro de Chomsky. Cosas así. Nada demasiado sesudo. Es que él sabe que lo sesudo ha sido, con frecuencia, la excusa para la tontería en Latinoamérica.

Y es que Hugo Chávez en vez de pretensiones tiene lo que los escritores de novelas llaman personalidad: en torno a él se puede escribir una buena historia.

No es, desde luego, un dictador. No es lo que en Chile y en la región se llamó siempre un gorila. En vez de eso, es el fundador de un movimiento político, el bolivariano, que mal que nos pese ha sabido sumar adhesiones y ganar dos o tres elecciones nacionales sin que nadie pueda reprocharle haber violado las reglas (el último referéndum fue calificado por Carter como un "ejemplo de democracia"). Eso no es poco para Latinoamérica (ni para nosotros hace apenas unos lustros) o para Venezuela, cuyas élites, no hay que olvidarlo, se especializaron en escamotear la soberanía al pueblo, apropiarse de los excedentes del petróleo, viajar a Miami y adornarse con brillos. Es cosa de recordar que Carlos Andrés Pérez -Presidente en dos períodos- terminó abandonando el poder condenado por corrupción y no precisamente por una Corte Suprema con intolerancia a los robos y a los desfalcos.

Pero ¿quién es entonces este sujeto tan lejano a las artes de la diplomacia que tutea a todo el mundo, tiene programas de radio (no es el único), promete hacer ver a los ciegos y calienta gratis los hogares del Bronx?

Con esos modales que parecen burlarse del canon, Chávez es un típico líder nacionalista y popular que, con el dinero a manos llenas, construye poco a poco una ambiciosa plataforma de poder en la región. Chávez no tiene nada de arcaico (hay pocas cosas más modernas que el nacionalismo) ni de exótico (el patrimonialismo es una de las más extendidas técnicas de la política). ¿Acaso todos los países, cuando tienen la oportunidad, no usan su dinero para influir, hacerse de un lugar en el mundo y alcanzar el reconocimiento? Eso no es exotismo de nuevo rico, es pura racionalidad instrumental.

Es, claro, un populista, alguien que halaga a las masas con promesas difíciles de cumplir y que engatusa al electorado con la habilidad de un vendedor de serpientes. De acuerdo. ¿Pero acaso por estos mismos lados no haríamos llover donde no había nubes y nevar donde no granizó nunca, sólo que con otros modales y con el aplauso y el apoyo de las élites empresariales?
Los defectos de Chávez -que los tiene- no son de él, son de la región.

El casi nulo valor de las instituciones y de las reglas, la captura del Estado por pandillas y por caciques, el clientelismo como regla fundamental de la acción política y el cantinfleo como modelo discursivo han existido en la región desde siempre, incluso gracias a gente de buenos modales, con un MBA en California y que de pronto, y al pasar, en alguna reunión internacional podían aparentar ser políticos europeos.

Hay que dejar entonces de considerar a Chávez un payaso exótico, porque no lo es. Es un liderazgo nacionalista y popular, de esos que ha habido varios en el mundo, altamente racional, y que hace de la distorsión del gusto de las élites una forma de identidad.

Y hay que dejar también de hacerle asco a votar por Venezuela para el Consejo de Seguridad de la ONU.
Después de todo, si hay un ámbito de la acción humana donde el consecuencialismo, y no los principios, es la mejor regla, ése es el de la política internacional (una de las cosas más parecidas al estado de naturaleza que nos va quedando). Y si atendemos a las consecuencias, votar por Venezuela no es malo.

Es una forma de contener a la política exterior del gobierno de Bush, que -ésa sí que sí- carece de modales y de reglas, y sabe de patadas a la hora de defender sus intereses. A su lado -para qué nos engañamos- Chávez no es exótico: es un ejemplo de la Ilustración francesa.

Carlos Peña González
El Mercurio


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